En la historia no existe repetición, pero sì una morfología que permite la comparación. La gran Revolución Francesa de 1789 comenzó con un problema de justicia distributiva de los impuestos; la actual, la de los chalecos amarillos, con el alza de impuestos a los combustibles.
La toma de La Bastilla fue un acontecimiento menor: el verdadero 14 de Julio fue la fiesta de los federados, (1790), instigada por La Fayette y celebrada con una misa, en Les Champs de Mars, presidida por cura cojo, Charles Maurice Thalleyrant. A partir de ese momento se prendió la llama revolucionaria en toda Francia.
Las grandes revoluciones – la Francesa, la Comuna (1871)y la de mayo de 1968 – fueron, fundamentalmente, parisinas. En el caso de la actual protesta de los chalecos amarillos se ha extendido a todo el país, abarcando, incluso, ciudades pequeñas, de no más de 5.000 habitantes. Mayo del 68 correspondió a una dirección estudiantil, que se extendió a los sindicatos, y que la clase política Mèndes-France y Mitterrand, líderes de la izquierda, trataron de cooptarla; la actual, los chalecos amarillos no tienen dirección, así Jean Luc Melènchon y Marine Le Pen intenten cooptarla.
Francia ha sido siempre una especie de República monárquica: Charles De Gaulle y los demás Presidentes de la V República han pretendido ser monarcas – Mitterrand intentó imitar a De Gaulle, pero fracasó -. Emmanuel Macron – como Louis XVI, perdió el respeto del pueblo, que lo había elegido hace 18 meses, y de amado, pasó a ser odiado. El pueblo francés ha demostrado que puede “cortar la cabeza” del representante de Dios en la tierra.
En la Revolución Francesa, en Mayo del 68 y hoy, la de los chalecos amarillos, cuando salta el fusible, es decir, el Primer Ministro, (el banquero Jaques Necker, de Louis XVI, Georges Pompidou, de De Gaulle, y Eduard Philippe, de Macron), sólo queda la lucha directa entre el “rey” y el pueblo.
En Mayo del 68 Georges Pompidou fue incapaz de resolver el conflicto: reabrió la U. de la Sorbona y, con ello, puso bencina al fuego. De Gaulle se vio forzada a ir a Alemania sin comunicarle siquiera a su Primer Ministro. Macron, muy tarde y ofreciendo muy poco, sólo intentó retardar la solución del conflicto a seis meses, suspendiendo el alza de los impuestos a la espera de un diálogo para el cual nadie está dispuesto a sentarse a la mesa.
La rebelión de los chalecos amarillos, en su propia dinámica, superó hace mucho tiempo la reivindicación centrada en la injusticia tributaria; hoy, como toda revolución – en términos Gramscianos – los franceses no pueden vivir antes, pero aun no muere lo viejo, ni nace lo nuevo.
El movimiento de los chalecos amarillos es una insurrección: la gente se niega a obedecer y respetar los poderes establecidos, pero todavía no ha alcanzado la categoría de una segunda revolución en Francia.
En las grandes revoluciones, que cambian el rumbo de un país, todo comienza por un incidente pequeño, por ejemplo, en la Revolución de 1789, la Toma de La Bastilla; en Mayo de 1968, en Nanterre, se reclamaba el derecho de los jóvenes para visitar las habitaciones de las niñas; en la de hoy, por el rechazo al aumento del impuesto al combustible; en todas ellas, el pliego de peticiones va creciendo a medida que el quiebre se radicaliza.
En la gran Revolución Francesa se pasa del cambio tributario, al máximo de Robespierre; de los girondinos, a los jacobinos; del federalismo, al centralismo. En Mayo del 68, de la rebelión estudiantil a una rebelión popular que involucró a los poderosos sindicatos francés y los partidos de izquierda.
Actualmente, en los chalecos amarillos se está pasando de un problema tributario a una reivindicaciones a abarcan varios aspectos de la vida cotidiana; de una revolución económica a un cambio político radical, en la práctica, poner fin a la V República y reemplazar la monarquía presidencial por una democracia directa, con referéndum y revocación de mandato para todos los cargos de elección popular.
La representación política en Francia no está sólo en crisis, sino en plena decadencia: el semi presidencialismo imperante tiene varias salidas a los conflictos políticos, entre ellas la caída del Primer Ministro – hoy en agonía – y la disolución de la Asamblea Nacional que, paradójicamente, después de 18 meses de instalada, puede repetirse el fenómeno de En Marcha – Partido de Emmanuel Macron – esta vez con una mayoría inorgánica de chalecos amarillos, aún más invertebrado que el Partido Podemos, en España.
La gente no cree ya en las elecciones, mucho menos en sus representantes, por consiguiente, el disolver el Parlamento no resuelve el problema de fondo. La salida del conflicto está pasando de la política al modelo de sociedad, es decir, el agotamiento del neoliberalismo y de los regímenes políticos surgidos en el siglo XVI. Es incierto el porvenir, y hasta ahora conocemos los nacionalismos de ultraderecha, como el de Donald Trump, en Estados Unidos, Matheo Servini, en Italia, con la Liga Norte, o bien, el Partido Cinco Estrellas, fundado por el cómico Beppe Grillo – que en Francia podría haber sido el extinto Couluche -.
Ninguna revolución, insurrección o huelga general hasta ahora, ha podido prescindir de la violencia, incluso, la no-violencia activa es la negación radical de cooperar con poder establecido. Esperar que el próximo sábado no se den desmanes y no salga mal parada Mariana, es muy infantil: en todos los movimientos sociales hay lumpen proletariado.
Macron, un joven sirviente de banqueros, que pretendió hacer una revolución en favor de los ricos – nada menos que suprimir el impuesto a las grandes fortunas, y subirlo a los de las capas medias y pobres, `el banquero suizo Necker se quedó chico al lado del Júpiter francés, Macron -. El economista Tomàs Piketti calcula que si Macron repone el impuesto a las grandes fortunas de su país podría financiar holgadamente el plan ecológico y de energías renovables.
Macron – como Louis XVI – ya eligió su campo: en el caso del rey, la alianza con los curas no juramentados y la nobleza, y Macron, seguir siendo amigo de los ricos en detrimento de la clase media y de los pobres, y traicionar a su maestro, Paul Riqueur, por F. Hayek.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
05/12/2018