Noviembre 28, 2024

Rumbo a la catástrofe

Nuestro país permanece dañado en el alma a causa  del delirante latrocinio, la desbocada corrupción, y la militarización de La Araucanía. ¿De dónde surgen las groseras mentiras que se expresan a diario, destinadas a justificar homicidios, robos y abusos de poder en contra del pueblo?

 

 

Se puede asegurar que, las arbitrariedades se multiplican sin control  y se abren las compuertas a la injusticia. Permanecer callados, ajenos al destino de nuestro país, se transforma en complicidad. De pronto, llegamos al sitio del matadero, donde se arrojan las vísceras de los animales. Ahí van a terminar los deshechos y se empieza a sentir olor nauseabundo, que se convierte en estremecedora realidad. Lo que fue vida, ahora es muerte. La escena se ha trastocado en fealdad, en cadáveres expuestos al aire libre, donde se mezclan huesos, vísceras, uñas, pelos, excrementos y la coagulada sangre. A cualquiera le produce náuseas comprobar, cómo desde hace años, Chile vive junto a las cloacas abiertas, recibiendo el olor putrefacto de la rampante corrupción y el desmedido abuso. ¿Quién nos obsequió la escoba de bruja, que montamos a diario, creyendo que es brioso corcel? Sometido el país durante 17 años a una dictadura perversa, genocida, amante del terror, se advierte que desde entonces, han transcurrido 28 años de obligada amnesia colectiva, entre la farándula, llegó la alegría y los triunfos deportivos. Nada parece ser verdad y aquellas instituciones que se consideraban inmaculadas, de genuina probidad, llámense Gobierno, Iglesia, Congreso, FFAA, Justicia, Empresas, Universidades, bordean el descrédito y pareciera que deberían ser arrojados al albañal del matadero. Ahora, urge investigar cualquier denuncia de corrupción, muerte, latrocinio, con o sin mayúscula. El cinismo arribó a límites desconocidos. Un empresario agrícola, coleccionista de estatuas y armas antiguas, había alhajado y trasformado su caserón, en réplica del Museo del Louvre, con objetos y obras robados desde los cementerios y plazas públicas. En su defensa, habría expresado: “Estas obras de arte se encuentran mejor protegidas y custodiadas en mi propiedad, que expuestas en lugares públicos, donde serán destruías por la chusma”. Minúscula muestra tomada al azar, de cómo los rufianes aun devotos de la dictadura, ahora y siempre, granito a granito se apoderaron del granero de su Majestad Imperial.   

 

Al atardecer, mientras doy mi caminata diaria por la avenida Libertad de Viña del Mar, medito sobre estos hechos. ¿Cómo salir del atolladero? De producirse un cambio, debe ser tan profundo, que hasta los cimientos deben cambiar. Contemplo a las mujeres conduciendo a bebés en coches cunas. A la ancianidad que da sus últimos pasos. A quienes aferrados al celular, transitan como si no fuesen a ninguna parte. Hay un sujeto disfrazado de mendigo, que de tanto verme, ya no se atreve a estirar la mano pedigüeña, cuando me ve aparecer. Me observa, como si yo fuese cómplice del fraude. Hay otros de verdad, porque también la verdad existe entre aquellas personas, que no dudo, la sociedad ha marginado. De soslayo, observo a los inmigrantes haitianos condenados a vender chocolates y bebidas, por los siglos de los siglos. A la muchacha, bella como puesta de sol, que enfrenta a los automóviles detenidos en el semáforo y danza agitando pañuelos multicolores, convertidos en abanicos. No dudo que se trata de la bailarina cesante. Más allá, hay una mujer que con un crío en brazos, vende baratijas chinas y artesanías, expuestas en un tenderete.

 

También pienso en aquella mujer que se levanta al alba a preparar el frugal desayuno a la familia. Una taza de té y un pan con margarina, mientras ayuda a vestir a los críos, que deben concurrir a la escuela. Después, hace el aseo, lava la ropa, va de compras y le urge regresar a casa, a preparar el almuerzo. De quedarle un tiempo libre, mira televisión, mientras zurce. Se trata de un mundo paralelo, donde existe una mirada de dignidad para enfrentar la vida, mientras hay una minoría que nada en la opulencia y lanza a la basura, las sobras de la comida y las prendas de vestir, usadas un par de veces. La familia se reencuentra a la hora de almuerzo y se habla de la cotidianidad. De cómo llegar al fin de mes a la rastra, sin volverse a endeudar. Se barajan cifras, opciones de nuevos trabajos. Mudarse al barrio de menor exigencia social y económica. Adquirir préstamos de usura y siempre el resultado no cambia ni un jeme. ¿Cómo zafarse de la debacle? Recurrir otra vez a la tarjeta de crédito. Al santo de devoción realizador de milagros, que abre de par en par las generosas puertas del consumismo.

 

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