Hermoso destino el de Gabriel Martínez y Verónica Cereceda, dos chilenos que en su país se habían dedicado durante años al teatro, ella dramaturga y él, Director de la Escuela de teatro de la Universidad de Concepción y profesor. Un día de 1966 se fueron a Bolivia con un proyecto de teatro indígena “ porque tuvimos la necesidad de buscar una experiencia de otro tipo de espectáculo, donde el público participe de una manera más profunda”, dirá más tarde Verónica Cereceda. Luego, trabajando en la zona de Charazani comprendieron que más que hacer teatro lo que querían era trabajar con el mundo indígena y vivir con ellos.
Tiempo atrás habían conocido los tejidos que se vendían en tiendas de antigüedades de La Paz, llamados “los tejidos de Potolo”, por el nombre del poblado de donde venían. No se sabía nada de los tejedores ni del origen de esos tejidos. Gabriel Martínez, Verónica Cereceda junto a Ramiro Molina se fueron a Potolo, que quedaba a unos cincuenta kilómetros de Sucre. Era un lugar de la montaña, donde unas veinticinco mil personas vivían en una gran pobreza. En realidad, los Potolo sólo eran una pequeña comunidad que forman parte de la gran región de los Jalq’a. Allí todavía se usaban los trajes típicos, pero los tejidos habían perdido mucho de su valor original.
Los pueblos andinos han creado, desde hace miles de años, un tejido que además de vestuario, es una expresión estética fundamental y un signo de identidad que diferencia a unos grupos de otros. Además de bellos tienen un significado o un lenguaje propio. Es esta cultura y esta expresión artística que atrajo al matrimonio de investigadores chilenos. De la región de Oruro adonde llegaron para hacer teatro entre las comunidades indígenas de la zona se desplazaron después hacia Charazani, en la región de La Paz, donde vive la comunidad de Lunlaya.
La dictadura boliviana de Hugo Banzer- que formaba parte de la Operación Cóndor, alianza de los gobiernos militares fascistas para reprimir la oposición a sus gobiernos-los obligó a irse hacia el norte chileno donde convivieron con las comunidades Aymaras. Más tarde se fueron a Lima y luego a París donde se formaron en Antropología y Semiología. Ellos habían comprendido que la vestimenta indígena eran tejidos que había que aprender a descifrar.
De vuelta de París se instalaron en Sucre donde se dedicaron a la investigación de los textiles indígenas andinos y de sus tejedoras y crearon la Fundación de Antropólogos del Surandino( Asur) la que creó en 1986 el Museo de Arte Textil Indígena. En el transcurso de estos años de trabajo, Verónica Cereceda escribió cinco estudios cuya temática “corresponde directamente al altiplano aymara y uru-chipaya, cuyas tradiciones coinciden-tanto en lo visual como en las ideas- con las de las poblaciones aymaras, hoy chilenas, asentadas junto a la frontera”(1). Todos estos trabajos están ahora reunidos en el libro “De los ojos hacia el alma”, publicado en Bolivia en 2017.
Esta intensa labor de investigación de Verónica, que había continuado sola su tarea después del fallecimiento de Gabriel Martínez, le significó el reconocimiento de Bolivia que le otorgó en 2008 el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanas, entregado por el PIEB (Fundación para la Investigación Estratégica en Bolivia).
De los Ojos hacia el Alma
Los cuatro primeros estudios que componen este libro se refieren a los textiles de Isluga, Chani y Chipaya. El quinto artículo estudia un mito sobre las historias de los vientos, en las diferentes versiones que Cereceda y la lingüista Liliane Porterie recogieron en la comunidad de Chipaya, entre 1982 y 1985. Estos trabajos fueron escritos en diferentes etapas de la vida de la autora, por ejemplo, “A partir de los colores de un pájaro” es el resultado de un trabajo de campo en la comunidad de Chuani, Valle de Ambana (La Paz, Bolivia). Este trabajo fue presentado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, de Paris, 1981 para obtener el DEA (Diplôme d’Etudes Approfondies).
Todo comienza con un pájaro de las altas cordilleras andinas llamado “allqamari” cuya presencia es interpretada por los viajeros que lo ven, como signo de buena o mala suerte según algunas señales de la edad o del color del pájaro. Es el contraste de los colores blanco y negro de este pájaro que ha sido aprovechado por la tradición cultural andina como base para codificar un sentido. Partiendo de esta base, V. Cereceda estudia los diseños de los textiles andinos que desde siglos muestran un tejido de rayas, en contraste de bandas y colores y no un tejido de color entero. El estudio del contraste cromático va seguido también de referencias a mitos e historias de los antiguos cronistas quechuas.
En el artículo “Semiología de los textos andinos:las talegas de Isluga”, escrito en 1975, la autora estudia un tipo de bolsa cuyo nombre aymara es “talega”, tejidas en fibras de alpaca y otras bolsas aún más grandes llamadas “costales”, tejidas en fibra de llama. El diseño de ambas bolsas está formado por bandas alargadas, del color natural del vellón del animal. El número de bandas es siempre impar y al centro queda una que hace las veces de eje central y que en aymara la llaman ‘chhima’, que quiere decir corazón. Si se dobla la bolsa en forma longitudinal, a partir del eje central vemos que cada banda se enfrenta a su banda igualitaria, en oposición simétrica, como un organismo animal. Cada parte es el lado de un cuerpo.
Las talegas tienen, pues, un cuerpo con dos lados opuestos y un centro o corazón. Según Cereceda estamos frente a una concepción zoomórfica del espacio tejido, que puede variar según las bandas y los colores. De esta manera, para las mujeres de Isluga -comunidad de habla aymara situada en la región de Tarapacá- el tejido sería visto como un ser viviente. Las talegas poseen un cuerpo, con su derecha y su izquierda, un corazón en el medio y dos bocas, cada una en los dos extremos de la bolsa. Para las tejedoras no se trata de imitar a un animal, sino que dan un cuerpo a la talega que hacen.
La antropóloga ha estudiado también las referencias semánticas que aparecen en el vocabulario de las tejedoras como, por ejemplo, la palabra ‘chhuru’, nombre con que se designa a las bandas de las talegas. Los tejidos que llevan bandas sirven para guardar algo,depositar algo. La palabra chhuru lleva en sí la idea de encerrado, sea al designar a las bandas o al designar otros motivos decorativos. Pero los Isluga llaman también ‘chhuru’ a sus casas, estrechas y pequeñas que producen una sensación de protección, pero también de encierro. En el lenguaje textil, nos dice la autora, el chhuru tiene su opuesto: la pampa. La pampa es abierta/el chhuru es cerrado. Los chhuru van siempre en sucesión, no hay talega con una sola banda, así, en oposición a la pampa que es singular, el chhuru es colectivo.
En un espacio cultural que siglos atrás usó el “kipu”, sistema que contabilizaba cifras como otras informaciones sirviéndose sólo de cuerdas y nudos, no es extraño que los tejidos puedan tener un código para expresar, por medio de bandas y colores y otros elementos decorativos, diversas significaciones en relación con su mundo cultural.
Este libro condensa años de investigación en los que la antropóloga y etnóloga Verónica Cereceda busca comprender y penetrar en la ancestral cultura de los habitantes de la región andina para darla a conocer, dignificando con esto nuestra historia y cultura ancestral.
Nota.-(1) Verónica Cereceda: De los ojos hacia el alma
Plural Editores. La Paz, Bolivia. 2017 p.9
Fuentes:
1.-Entrevista hecha a Verónica Cereceda por Ana María Lema, historiadora e investigadora. Responsable del Museo Regional de Sucre. On line
2.-Publicaciones de ASUR. On line
3.-Juan Pedro Debrecceni, de Correo del Sur. On line
Adriana Lassel
Paris, Noviembre 2017