Camilo Catrillanca fue asesinado de un balazo en la nuca por Carabineros, como matan los cobardes. Murió intentando proteger a un joven mapuche, como mueren los valientes. En Temucuicui fue, territorio militarizado por el Comando Jungla, donde no hay jungla, enviado por el Estado chileno. Pero la represión no es nueva en la comunidad. No es fácil llegar. En el aire se palpa la tensión y la desconfianza hacia los wingka. Sin embargo, a fines del 2004, una vez más nos adentramos por las laderas de Temucuicui en medio del calor estival. En una pequeña loma, cansados los pies por la tierra seca y agrietada, divisamos la casita de madera de los Catrillanca. Ahí parada en la puerta de su casa nos esperaba Teresa, la madre de Camilo, Paulina y Newen. Nos saludó sonriente, con aquella proverbial hospitalidad mapuche, con todo el tiempo del mundo para nosotros a pesar de la desgarradora situación que vivían.
Nos hizo pasar, se disculpó por el desorden; le dijimos que no se preocupara por nada que estaba mucho más ordenado que nuestras casas. Nos reímos todos. Nos invitó a beber muday y a comer sopaipillas con una increíble variedad de merken y ajíes que pocas veces he visto juntos en una misma mesa. La frescura de la casa parecía haberse bebido el calor exterior y comenzamos a hablar ante la atenta mirada de Camilo quien tenía tan sólo 10 años; Paulina de 7 y, Newen, el más chiquito quien había nacido hacía apenas un año antes. Los niños no decían nada, silentes estaban, para ellos éramos wingka, enemigos. Eran las víctimas olvidadas de un conflicto que nunca termina
Camilo, el mayor, quedó repitiendo el cuarto básico, pues le era imposible concentrarse al estar preocupado de todos los vehículos que pasaban cerca de la escuela. ¿Serán de Carabineros, de la PDI? ¿Vendrán nuevamente a allanar la comunidad?. No puede olvidar la represión de la cual ha sido testigo todos estos años. Nadie en su escuela, sita a algunas cuadras de su hogar, le ha ayudado. Tampoco a su hermana Paulina, de hecho, narra la indignada madre, “por mucho tiempo mi hija lloraba, no comía, y creía que al papá lo habían matado. Pero además, porque la profesora todos los días le preguntaba por el papá, que dónde alojaba, que dónde comía. Después me enteré que es esposa de un carabinero y estaba tratando de sacar información de la niña. Yo hablé con ella y le dije que estaba sapeando, que cómo podía hacerle eso a una niñita, que si no le daba vergüenza. Trató de disculparse nada más”.
Teresa Marin Melenao nos dice que Camilo: “me abraza y me dice: trabajemos no más y algún día vamos a ser felices con mi papá”. Miramos al niño y se nos hace un nudo en la garganta. Sabemos que su papá está prófugo, que el Estado chileno le ha usurpado por la violencia todo su territorio, que el racismo de las clases dominantes es visceral ¿Qué futuro tiene Camilo pienso? Los mapuche de Lumako, Temulemu, Didaico, Pantano, Lleu-Lleu, entre otras comunidades, han logrado grandes avances. En el mismo Temucuicui recuperaron el Fundo Alaska de la Forestal Mininco. Continúo observando a ese niño que debería estar jugando o estudiando, no pensando que a lo mejor algún día serán felices como familia. Deberían ser felices ya.
Jamás pasó por mi cabeza que ese niño de apenas 10 años terminaría con su cráneo destrozado por un proyectil disparado por un policía entrenado, como argumentan, para exclusivamente “hacer” uso de las armas, efectuando disparos disuasivos y controlados”. Camilo, el mismo niño tímido y serio que nos albergó en su casita de madera, fue ejecutado por la espalda. ¿Habrá tenido tiempo para meditar acerca de la felicidad familiar que tanto anhelaba? Ello en los escasos segundos que tuvo para salvarle la vida a un hermano mapuche en el tractor acribillado por esos disparos “disuasivos y controlados” Quizás mientras se le escurría la vida por entre los relámpagos implacables de la muerte miró por última vez su tierra recuperada, besándola con un dejo de tristeza, pero, al mismo tiempo, con el orgullo de haber sido un weichafe, un guerrero.
Participó en recuperaciones de tierras y luchó por autonomía. En 2011 fue uno de los dirigentes secundarios que lideró la toma de la municipalidad de Ercilla que duró casi dos semanas. Ahí señaló, “somos comunidades, somos pueblo mapuche que estamos siendo reprimidos. Los colonos están siendo resguardados por la fuerza policial. No queremos más allanamientos en nuestras comunidades donde hay heridos y daños psicológicos que están recibiendo nuestros niños, nuestros abuelos”. Es decir, 7 años después de nuestra visita, Camilo y otros jóvenes estudiantes mapuche estaban denunciando y demandando lo mismo que nos contaron a nosotros. Y que vivenciamos: el temor, el hablar bajito, la desconfianza, la presencia constante de Carabineros.
Aun así a Teresa no le tiembla la voz cuando con un mate en la mano nos dice que “acá allanaban siempre, venían los carabineros y buses llenos, golpeaban a todo el mundo, no respetaban a nadie. Los niños veían eso y por eso le tienen miedo a los carabineros y también a los de Investigaciones, porque ellos también han venido, allanaron la casa y los niños andaban tiritando, no sabíamos que hacer de miedo. Los niños lloraban y al abuelo de Marcelo, que es sordo y ciego y tiene casi 100 años, tampoco lo respetaron. Por eso ahora no puedo dormir tranquila, dormimos todos juntos. Sufren los niños y sufro yo al verlos sufrir, pero no me voy a ir de aquí, no voy a dejar mi casa, aunque todo sea difícil. A Marcelo lo condenaron hace más de un año y desde ahí que no lo veo y no sé cuándo lo voy a ver nuevamente. Estoy mal, no soy feliz en mi casa. Desde que condenaron a Marcelo vivo con miedo, con pena, pero no quiero irme de aquí, aunque pase hambre. Voy a seguir adelante”.
Marcelo Catrillanca es dirigente de la comunidad y se encontraba en la clandestinidad en ese tiempo. No fue fácil encontrarlo. Pasamos por varios pueblitos, ya en el campo, nos encontramos con controles de Carabineros y nos siguieron guardias forestales. Subimos y bajamos cerros y plantaciones de pinos hasta que llegamos al lugar pre-establecido. Nos saluda amablemente. Fue condenado por la justicia chilena a 5 años y 1 día por un presunto incendio en el fundo Alaska. “No he hecho nada, no he cometido ningún delito, a nosotros nos reprimen por ser mapuche”, por eso decidió evadir la justicia chilena. La lucha del pueblo mapuche es un problema social y el Estado responde solo con violencia. La lagmen Berta Quintreman, del Alto Bio-Bío, una vez dijo: «Somos de la tierra y tenemos que vivir en la tierra», pero nos han quitado todo. Nosotros, la nueva generación, no encontramos donde vivir, por eso la comunidad se levantó y luchó por sus derechos”.
Marcelo no deseaba estar clandestino, pero no se iba a ir del país “porque es mi derecho estar acá, aunque significa perder la familia, la tierra, perder todo. Es difícil vivir en clandestinidad, hay que cambiarse permanentemente de lugar, estar alerta. Además, no se puede trabajar y, por supuesto, la que sufre es la familia, no poder estar con ellos, no verlos. Llevo más de un año prófugo, estoy escondido como muchos otros peñi que tampoco se entregaron, porque no creemos en la justicia wingka. Pero la lucha no termina. En la cárcel no vería el sol, o los árboles, el aire puro”.
“No estoy preparado para estar en la cárcel por algo que no he hecho. No es justo y no acepto que se me encierren mis pensamientos, mi inteligencia, mi capacidad. Todo se mata ahí y por eso mantenerse en la clandestinidad no es un delito. La justicia chilena no condena a una persona, se está condenando a un pensamiento, el pensamiento mapuche. Por eso no acepto condena. Yo no enfrento a la justicia no por ser cobarde, sino que para seguir luchando”.
Claramente la familia sufría. En un momento tanto Paulina como Camilo nos llevan a la pieza donde dormía su padre cuando vivían todos juntos. Ya no está y no saben cuándo volverá o, peor aún, si es que retornará vivo o muerto. Después de todo, ya en 2002 a otro joven mapuche, Alex Lemun, de sólo 17 años, lo había asesinado un oficial de Carabineros, el mayor Marcos Treuer, en la misma zona de Ercilla. No obstante, en ese pequeño cuarto, en sus rostros de niños pareciera renacer la esperanza. Tal vez por eso Camilo abrazaba a su madre para prometerle que algún día serían todos felices. Pero, tal como lo afirmaba el mismo Camilo en la toma de la municipalidad de Ercilla, se van configurando heridas psicológicas y físicas por la violencia permanente del Estado colonial en las comunidades que deciden luchar por su autonomía.
Camilo y Alex estudiaron ambos en el ex Liceo Técnico de Pailahueque en la comuna de Ercilla. En el mismo lugar se instaló la prefectura de Fuerzas Especiales de Carabineros. Otra afrenta al pueblo mapuche. ¿Se instalará ahora el Comando Jungla en medio de la comunidad Temucuicui para terminar con el conflicto chileno mapuche? ¿Llegarán los militares, como propuso en 2016 Jorge Atton el nuevo intendente de La Araucanía’?
No lo sabemos, pero sí que Marcelo, Teresa, Camilo, Paulina y Newen nos despidieron con una gran sonrisa, a pesar de todas sus desventuras, porque esa odisea, ese viaje mapuche es ancestral, Y Paulina y Newen, que nacieron en la violencia no tienen ninguna otra alternativa que continuar luchando. Camilo lo hizo y no cabe duda que muchos y muchas más seguirán su ejemplo.
Dr Tito Tricot
Sociólogo
Director
Centro de Estudios de América Latina y el Caribe-CEALC
Partes de las entrevistas fueron originalmente publicadas en la revista Punto Final
Nº 584
Año XXXIX
7 al 20 de Enero 2005