“Aumentar el poder de las instituciones internacionales sobre los Estados nacionales y sus poblaciones” y “sofocar el crecimiento económico en los países capitalistas democráticos”, favoreciendo a China, es lo que busca la “ideología del cambio climático”.
Así escribió, y seguramente lo piensa, Ernesto Araújo, designado por el presidente electo, Jair Bolsonaro, como el futuro ministro de Relaciones Exteriores de Brasil.
El país “corre el riesgo de convertirse en chacota universal”, sentenció Clovis Rossi, veterano comentarista internacional y miembro del Consejo Editorial de Folha de São Paulo, el diario con más lectores en este país latinoamericano de 208 millones de habitantes y potencia emergente global.
Bolsonaro conquistó la presidencia el 28 de octubre, acusando a los gobiernos predecesores del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), en el poder entre 2003 y 2016, de promover una política externa “ideológica”.
Pero ahora se apresta a adoptar la ideología absoluta, sin matices, en ese y otros campos, como educación y ambiente.
Climatismo, globalismo, antinatalismo, racialismo, laicismo y la “China maoísta” son algunos enemigos que pretende combatir el diplomático de 51 años, 29 de los cuales como funcionario del Itamaraty, la cancillería brasileña, si es que practica lo que ha dicho cuando pase a ejercer como canciller al asumir el nuevo gobierno de extrema derecha el 1 de enero.
Araújo tiene a Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, como su héroe, el único líder capaz de salvar al Occidente cristiano, con una “visión no basada en el capitalismo y la democracia liberal, sino en la recuperación del pasado simbólico, de la historia y la cultura de las naciones occidentales”.
“Solo un Dios podría aún salvar al Occidente, un Diós operando por la nación”, escribió en otra parte del largo artículo “Trump y el Occidente”, que publicó en 2017 en la revista Cadernos de Política Exterior, editada por una fundación vinculada al Itamaraty. ¿Sería Trump ese dios?
La consigna electoral de Bolsonaro, que sigue repitiendo, es:“Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, con la que queda evidente la religiosidad del próximo gobierno brasileño, en que el mandatario electo identifica marxismo y comunismo en todas partes.
Pero una religiosidad cristiana, en desmedro de las demás. Araújo es católico, Bolsonaro también, pero se hizo bautizar por un pastor pentecostal hace dos años y mantiene esa ambigüedad, que parece haberle resultado muy útil electoralmente en un país de gran crecimiento de las confesiones evangélicas.
“Globalismo es la globalización económica que pasó a ser pilotada por el marxismo cultural. Es un sistema antihumano y anticristiano”, explicó Araújo en un blog que creó para difundir sus ideas y apoyar la candidatura presidencial de Bolsonaro.
Climatismo se basa en el “dogma ‘científico’” que relaciona gas carbónico y temperatura en aumento, “cuando los datos sugieren al revés”, una “táctica globalista de infundir miedo para obtener más poder” para el Estado sobre la economía, aduce el diplomático.
La elección de Araújo debería haber complacido a la diplomacia brasileña, un cuerpo de funcionarios de formación y carrera exclusivas, considerado de excelencia.
Pero no fue así, porque se trata de un diplomático que solo ascendió en junio a embajador (que en Brasil indica rango, además de función) y que nunca encabezó una embajada.
Es una subversión en una institución muy celosa de su jerarquía, casi tanto como los militares. Secretario, consejero y ministro, con subclases como primero o segundo, componen los niveles de la carrera hasta llegar a embajador.
El apoyo incondicional y sus ideas fueron decisivos, al parecer, para la escogencia de Bolsonaro. Antes se apuntaban embajadores con gran experiencia, incluso ya jubilados, como probables cancilleres, ante las turbulencias que Brasil deberá enfrentar en comercio internacional.
Araújo se suma a los problemas que acumula el gobierno de Bolsonaro para hacer frente en política exterior.
Los países árabes y musulmanes amenazan con retaliaciones si Brasil confirma en los hechos la mudanza de su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, siguiendo los pasos de Trump.
Bolsonaro anunció que lo haría, pero retrocedió ante las reacciones en Medio Oriente, iniciadas con la cancelación de una misión brasileña a Egipto, que iba a encabezar el canciller saliente, Aloysio Nunes Ferreira, del 8 al 11 de noviembre, acompañado de empresarios.
En 2017, los países árabes importaron 13.500 millones de dólares en productos brasileños, principalmente carne. El temor es perder gran parte de ese mercado en que Brasil obtiene un abultado superávit comercial.
Lo mismo sucede con China, que reaccionó alertando que Brasil sufriría graves pérdidas económicas, en caso de medidas restrictivas a las inversiones y el comercio con la potencia asiática, sugeridas por Bolsonaro en septiembre.
El futuro gobierno ya encontró nuevas adversidades ante sus duras acusaciones a Cuba por comunista. El gobierno de La Habana decidió el 14 de noviembre retirar los 8.332 médicos que aún prestan servicios al programa Más Médicos, que se desarrolla en Brasil desde 2013 para atender zonas rurales, en este país de dimensiones continentales.
Hasta fin de año el programa perderá así 45 por ciento de sus efectivos. Cuando comenzó, los médicos cubanos aportaban cerca de 80 por ciento del total, ante la negativa de los profesionales brasileños en desplazarse a los lugares remotos que más carecían de atención.
Como resultado, más de 20 millones de brasileños pueden quedar repentinamente sin servicios médicos.
“La cuestión ideológica no puede contaminar el servicio público”, criticó a Folha de São Paulo el presidente de la Confederación Nacional de Municipios, Jonas Donizete, alcalde de Campinas, a 100 kilómetros de la sureña metrópoli de São Paulo.
Hay riesgo de “calamidad pública”, según alcaldes y responsables de servicios de salud, que piden medidas de emergencia para suplir a esos médicos. En muchos municipios del interior, los cubanos son los únicos dispuestos a trabajar en la zona rural y territorios indígenas.
La decisión cubana responde a una serie de ataques de Bolsonaro a Cuba. Sus médicos tendrían que someterse a pruebas de capacidad y ser contratados en otro régimen, individualmente y recibiendo todo el salario en Brasil.
“Ni se sabe si son médicos de verdad”, suele reiterar el presidente electo, que calificó de “trabajo esclavo” el hecho de que los cubanos no puedan traer sus familias y solo reciban una pequeña parte del sueldo en Brasil, siendo el grueso destinado a Cuba por el contrato del que fue intermediaria la Organización Panamericana de Salud.
Eso debe repercutir negativamente para el gobierno aún antes de asumir. Los médicos cubanos son en general muy queridos por la población atendida, con una dedicación que difícilmente será comprendida desde lejos y por ideologías opuestas a las de La Habana.
La visión ideológica bruta, caótica, que identifica la globalización, ambientalismo y género como manipulaciones de una izquierda que busca “desactivar la energía psíquica saludable del ser humano”, tampoco parece la adecuada para orientar la diplomacia de un país del peso económico, ambiental y cultural de Brasil.
El canciller designado cree igualmente que la izquierda busca extinguir la humanidad con su antinatalismo, por definirse como “una corriente política que quiere hacer todo para que las personas no nazcan”, defendiendo el aborto, “criminalizando el sexo, el buen humor, la biología, el aire acondicionado y la belleza”, entre muchas otras cosas.
Otros pecados a combatir del marxismo son el Estado laico y el “racialismo, es decir la división forzada de la sociedad en razas antagónicas”.
“Abrirse a la presencia de Dios en la política y la historia” es la solución para quienes como él creen que “La fe en Cristo significa hoy luchar contra el globalismo” y el fin de la Historia, “un concepto marxista” que “la globalización triunfante proclamó en los primeros años 1990”.
Esta es la doctrina que orientará la política externa brasileña desde el primer día de 2019, para el sufrimiento o la risa del mundo.
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*Periodista de IPS desde 1978, cuando empezó a trabajar en la corresponsalía de Lisboa, donde escribió también para Cuadernos del Tercer Mundo y fue asistente de producción de filmes en Portugal, donde trabajo con el célebre realizador luso José da Fonseca e Costa. Corresponsal en Brasil desde 1980. Es miembro de consejos o asambleas de socios de varias organizaciones no gubernamentales.
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Destrozar las ruinas de un país arruinado
Eric Nepomuceno*
Es habitual, en Brasil y en muchos otros países, que se le conceda al nuevo mandatario un periodo como una especie de luna de miel, desde el momento en que se sienta en el sillón principal de la nación hasta que sus ideas y su programa, sean implementados. O sea, empiece a gobernar. Digamos, unos 100 días, generosamente concedidos por la clase política, el empresariado, el agronegocio, el sacrosanto mercado financiero y, casi siempre, también por buena parte de los manipuladores de la opinión pública.
Jair Bolsonaro, el ultraderechista electo para el periodo 2019-2022 del país más poblado y con la (todavía) principal economía de América Latina, parece decidido a liquidar la luna de miel antes de la llamada noche de nupcias.
Faltando poco menos de mes y medio para que deposite sus huesos y músculos y todo el resto en el sillón presidencial, el capitán retirado ya dio hartas y variadísimas muestras de que ignora olímpicamente todo lo que, en la práctica, significa gobernar. Mientras, lució sobradas y poderosísimas muestras de que le faltan condiciones intelectuales, políticas y de toda índole para ejercer el puesto que conquistó en una de las elecciones más complejas de la historia de la nación brasileña.
Y más: que carece de un discurso propio para revelar cuál será, concretamente, su programa de gobierno, si es que tiene alguno.
Es verdad que, considerándose su bajísimo nivel intelectual y sus nociones casi bizarras de las reglas del juego político, era algo esperado.
Pero lo que no se esperaba, al menos entre quienes tratan de entender ese manicomio en que se transformó la política brasileña, es que no hubiese nadie, pero absolutamente nadie, capacitado para soplarle al oído –o, en su caso particular, a las orejas– que una cosa es la campaña electoral, y otra, muy diferente, gobernar. Que, en general, esto significa tratar de aplicar, en la práctica, el programa anunciado durante la disputa electoral; dicho en otras palabras negociar con los aliados y abrir espacio de diálogo con los opositores, con el propósito de alcanzar un equilibrio capaz de transformar programas en acciones.
Alguien que tuviese bien clara la noción de que Bolsonaro es una nulidad peligrosa, un primate que tendría que ser controlado. ¿Quién, quiénes? Por ejemplo, los generales que lo rodean, y que son mucho más peligrosos que él: al no ser primates absolutos, son cuadros con formación y con influencia palpable no sólo sobre las tropas, sino sobre todo el grupo que rodeará a Bolsonaro. Generales que tienen visión propia, tenebrosa visión, del mundo, del país, del futuro.
Hay muchas y muchas y muy serias explicaciones para que una nulidad como Jair Bolsonaro haya llegado a la presidencia de mi país. Y muchas y muchas y muy serias evidencias de que hay que temerle.
Las idas y vueltas incesantes en anuncios y contra publicación de medidas, los nombramientos que se confirman o se desmienten, todo eso puede servir de cortina de humo para el horror que se vislumbra en el horizonte. La gran preocupación de uno de los artífices de ese desastre que surge en el espacio, la gente del dinero, del capital, ahora anda dudando de lo que hizo.
Hace días, en un gesto enloquecido para seducir a uno de sus ídolos, Donald Trump, Bolsonaro dio muestras de que su capacidad de absurdo y de peligro es casi ilimitada: forzó la salida de los casi 9 mil médicos cubanos que actúan en Brasil, gracias al programa Más Médicos, creado por la destituida presidenta Dilma Rousseff.
Exhibiendo una prepotencia patética, Bolsonaro quiso imponer condiciones al gobierno cubano para que sus médicos permaneciesen en el país. Resultado: la salida de los especialistas cubanos dejará alrededor de 24 millones –algunas cuentas mencionan 28 millones– de brasileños sin asistencia médica. De los 5 mil municipios brasileños, unos 1,200 contaban únicamente con cubanos del Más Médicos con que los respaldara Rousseff. Casi todos ellos en regiones de miseria, de riesgo y de abandono.
No es otra cosa que una clara muestra de la absurda ignorancia del descerebrado que, al querer prestarle a Trump sumisa reverencia, perjudica a millones de compatriotas.
El golpe institucional que se consumó en 2016 empezó dos años antes, de la mano de los derrotados por Dilma Rousseff, Luiz Inácio Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores.
Su primer paso fue alejar a la presidenta electa. El segundo, detener a Lula, de manera arbitraria y absurda. El tercero, llevar al poder a una nulidad llamada Michel Temer y su camarilla de corruptos. El cuarto, impedir que Lula da Silva disputase –y eventualmente ganase– las elecciones presidenciales.
En ese camino tortuoso, Temer y gente de su calaña arruinaron a mi país. Ahora vienen Bolsonaro, su sindicato de patéticas mediocridades, de corruptos rastreros, de sus dos súper-ministros –un especulador del mercado financiero, un manipulador del judicial– listos para cumplir la misión final: destrozar a las ruinas.
Sí, sí, hay que resistir. Pero, ¿cómo?
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*Milton Eric Nepomuceno es un autor, periodista y traductor brasileño. Tradujo al portugués importantes autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, entre otros. Sus traducciones le rindieron tres Premios Jabuti, además de otro recibido por su trabajo investigativo sobre la masacre de Eldorado dos Carajás. Análisis publicado en Página12 de Argentina, elClarín.cl de Chile y La Jornada de México