Una de las características de las últimas elecciones, tanto en Brasil como en Estados Unidos, es la polarización, por consiguiente, la desaparición del centro político y sociológico. Giovanni Sartori, en su obra Partidos y sistemas de partidos: marco para un análisis, Alianza Editorial, Madrid, 2005, analiza la polarización basado en el caso chileno de 1973.
La polarización, que responde en este caso a distintos clivajes, no sólo izquierda-derecha, nacionalismo-globalización, oligarquía-populismo…, es un fenómeno muy riesgoso para la débil democracia formal en la actualidad.
El populismo es un término ambiguo, que me niego aplicar, se refiere a situaciones históricas muy diversas, en consecuencia, quienes usan este término – como es el caso de Álvaro Vargas Llosa – caen en un fácil recurso de denostar a los regímenes políticos que no le satisfacen, (algo similar ocurre con algunos analistas de izquierda que llaman fascista a cualquier régimen de derecha; lo mismo ocurre con quienes califican de comunista a cualquier régimen de izquierda.
El historiador francés Alain Rouquié, uno de los mejores especialistas en historia argentina, califica al peronismo como “una democracia hegemónica”, una pista – a mi modo de ver – muy útil para entender los gobiernos que se reeligen permanentemente – el caso de Evo Morales, en Bolivia, o de Nicolás Maduro, en Venezuela -.
Esa tendencia generalizada hoy al desaparecimiento de los partidos de centro, (Socialdemocracia, Democracia Cristiana) o, en el caso de Brasil, Partido Socialdemócrata Brasilero, de Fernando Enrique Cardozo, y el Movimiento Democrático Brasilero, de Michel Temer, terminan siendo absorbidos por los extremos, (por Bolsonaro).
En las elecciones del martes 6 de noviembre, en Estados Unidos, el Partido Republicano obtuvo un total de 51 senadores, mientras que el Partido Demócrata logró 43, y otros Partidos eligieron a dos senadores, (aún quedan cuatro por contabilizar). En la Cámara de Representantes ganaron ampliamente los Demócratas, con 220, frente a 193 de los Republicanos, (aún faltan 23 por decidir).
Si observamos el mapa electoral los Demócratas siguen liderando en las grandes ciudades, tanto en las del Pacífico como en las del Atlántico, sobre todo California y Nueva York; por el contrario, el Partido Republicano gana en los sectores rurales y el centro del país, (muy parecido a lo ocurrido en la elección presidencial última); sociológicamente la votación Demócrata corresponde a los Estados donde son mayoritarios los afro-americanos, los latinos y otras minorías.
Los disputados Estados de Texas y Florida fueron ganados por los Republicanos, aunque con un pequeño margen de diferencia: en Texas, el ex candidato presidencial Ted Cruz triunfó sobre el carismático demócrata Beto d´ Roubke; en Florida Ron de Santis le ganó al izquierdista demócrata Andrew Gilium.
El lugar común más repetido es el triunfo de mujeres lesbianas, de transexuales, de gay, y de musulmanes y latinos, en su mayoría demócratas, (dos musulmanas, un gay y varios latinos; muy conocido es el caso de la diputada electa, Alexandra Ocasio Cortez, de 29 años, habitante del barrio Bronx, en Nueva York).
Un estudio sociológico divide al electorado norteamericano en siete tribus: 1) activistas progresistas, (jóvenes de izquierda norteamericanos), que abarca el 8% de los encuestados, 2) en el otro extremo, los conservadores devotos, con un 6%; entre estos extremos se ubican 3) los liberales tradicionales, con un 11%, y 4) los liberales pasivos, con un 15%; 5) los indiferentes políticos, el 26%; 6), los moderados, un 15%; 7) los conservadores tradicionales, un 19%.
En los extremos, los conservadores devotos, el 99% está en contra de la inmigración, por el contrario, entre los progresistas, un 99%. En el tema del feminismo, el 92% de los conservadores devotos considera que sirve para atacar a los hombres, y los progresistas se declaran pro-feministas. El 72% de los conservadores son contrarios a la naturalización de los jóvenes “soñadores”, y todos los progresistas son partidarios de los soñadores. Por el Partido Republicano votan los blancos, anglosajones y protestantes, en su mayoría varones, de más de 50 años.
Los temas principales en la campaña versaron sobre la salud – el Obama-Care –, la inmigración y los derechos de las minorías.
El control por parte del Partido Demócrata de la Cámara de Representantes les permite fiscalizar al Presidente de la República en temas tan importantes como el Rusia – Gate, la obligación de publicar su declaración de impuestos y paralizar el gobierno, forzándolo a recurrir a los Decretos, (tal cual lo tuvo que hacer Barack Obama en su segundo mandato).
El tema del equilibrio de poderes y el control y los balances – a mi modo de ver – cada vez pierden más importancia en las democracias: en el presidencialismo, “el monarca” puede saltarse la mayoría parlamentaria, (ocurrió en Chile en el sistema de doble minoría, (1938-1973), con el veto y un tercio del parlamento, el Presidente gobernaba sin dificultad). En el parlamentarismo, un partido con mayoría en el congreso puede hacer lo que quiera, aún con sesiones de control semanal.
En Estados Unidos, hasta 20 de enero de 2019, fecha en que asume el nuevo parlamento, el Presidente Donald Trump puede gobernar a su amaño, pues tiene la mayoría en ambas Cámaras, como también de la Suprema Corte; incluso, durante la monarquía francesa había más independencia del poder judicial que actualmente en Estados Unidos. Afortunadamente, los propios funcionarios de gobierno, sumado a la CIA y al FBI han podido frenar las locuras de Trump, (lo denuncia el libro Miedo, del periodista Bob Woodward).
Trump ha sido el único Presidente de Estados Unidos que se ha atrevido a llamar la atención a la presidente de la FED, (equivalente al Banco Central). En el pasado, Franklin D Roosevelt lo hizo con el presidente de la Corte Suprema.
En los caso de los votantes latinos en Estados Unidos hay que tener varias precauciones: en su mayoría se inscriben, pero no concurren a las urnas el día de elecciones; es cierto que un alto porcentaje milita en el Partido Demócrata, sin embargo, los viejos cubanos lo hacen el Partido Republicano, y los jóvenes descendientes de cubanos votan, en gran número, por los Demócratas. En las ciudades donde habitan más latinos se concentran en Los Ángeles, con seis millones; Nueva York, cinco millones: Dallas, Miami, Houston y Chicago, entre dos y tres millones en promedio. En Estados Unidos hay 59 millones de latinos, un 18% de un total de 325 millones de habitantes. Por alta natalidad entre los latinos y el paulatino envejecimiento de los norteamericanos, fácilmente para el 2050 podría llegar al 50% de la población.
En Los Ángeles, el 77, 6% de los latinos son mexicanos y el 7,3%, salvadoreño; en San Francisco, el 63% es mexicano y el 11% salvadoreño. En Miami, el 53% es cubano y el 7% colombiano; en Arizona, el 88,3% es mexicano; en Nueva York, la mayoría es portorriqueña.
Estas elecciones constituyen sólo una etapa que pretende anticipar el famoso “2020”, año de las elecciones presidenciales y parlamentarias. Hasta ahora, el Partido Demócrata carece de líderes, y Trump ha logrado eliminar a sus rivales dentro del Partido Republicano.
En ambos partidos políticos existen fracciones importantes: en el Demócrata, una izquierda a la norteamericana, con muchas mujeres y líderes jóvenes, que fue encabezada, en la pasada elección presidencial, por Bernie Sanders, hoy senador por Vermont, y otro más de centro y moderado, liderado por Nancy Pelosi, (los Clinton están muy desprestigiados y fuera de juego; en esta campaña no parcipó activamente). En el Partido Republicano, el The Party prácticamente fue absorbido por Trump, pero resta una fracción mundialista, cosmopolita y neoliberal.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)