Septiembre 21, 2024

Jair Bolsonaro, milicos, empresarios y pentecostales

 

El sufragio ciudadano hoy no tiene nada que ver con la racionalidad: el votante, por antonomasia, es un analfabeto político, dominado por el mercado, razón por la cual la democracia actual se denomina “bancaria”, es decir, que sólo sufragan los grandes capitales y en los comicios el  pueblo ratifica .

 

 

El tratar de entender la política brasilera en particular, bajo parámetros normales de la ciencia política y, además, hacer uso de la historia comparativa sólo nos puede conducir al error: por ejemplo, comparar la propuesta de militarización en la lucha la delincuencia y el narcotráfico con la llevada a cabo por el gobierno de  Felipe Calderón del PAN, en México, equivaldría a una falsa analogía.

 

El aplicar a Bolsonaro las variables normales de la comunicación política, simplemente nos conducirían al error. Un candidato que sólo estuvo muy pocos minutos en la televisión y en la radio – antes decisivas en las elecciones brasileras – y que se negó reiteradamente en los debates tanto en la primera como en la segunda vuelta, que tampoco convocó a concentraciones masivas, pero sí hizo uso del Whatsapp, especialmente para difundir noticias falsas y gravemente calumniosas contra su adversario, destruye todos los manuales de comunicación política.

 

Jair Bolsonaro tenía un Partido político, el Social Liberal, de apenas cinco diputados y hoy, después de las últimas elecciones parlamentarias, cuenta con cincuenta  diputados, apenas tres menos el  PT.

 

En la política el azar juega un papel fundamental y nadie puede pronosticar el futuro. El gran filósofo F. Hegel respondió a alguien que preguntaba sobre el futuro de Alemania, y en forma muy rotunda le respondió que el filósofo nunca puede prever el porvenir. El atentado contra Bolsonaro puede haber jugado un papel fundamental en su triunfo en la primera vuelta, (el que se haya enterrado el puñal a sí mismo o bien, sea obra de un loco, para el caso da lo mismo).

 

Cada período histórico tiene su forma de expresión: en los años 50 las manifestaciones populares eran decisivas, por ejemplo, quien llenara la Plaza Bulnes o el Parque Cousiño, podía considerarse el ganador. Posteriormente, en el foro Kennedy-Nixon, la televisión pasó a ser decisiva. Hoy lo son los medios de comunicación de masas – Facebook y Twitter – y, con Bolsonaro, principalmente el Whatsapp, forma directa de dirigirse al electorado con falsas noticias y calumnias.

 

Dilma Rousseff contaba con el 30% de las intenciones de voto en su reciente candidatura senatorial, pero bastó una calumniosa acusación de asesinato para que pasara al cuarto lugar. Los seguidores de Bolsonaro acusan a su rival, Fernando Haddad, no sólo de corrupción, sino también de pedofilia y de otras tantas ignominias morales.

 

El que Bolsonaro no tenga programa de gobierno y nadie sabe lo que va a hacer, en vez de perjudicarlo, lo favorece, pues atrae a sectores sociales muy contradictorios; el que Bolsonaro no sea un personaje nuevo en las altas esferas de la política y haya militado en 8 partidos – muchos de ellos los más corruptos -, no puede sacar de la mente del analfabeto político de que representa una novedad y, por tanto, el cambio y la renovación.

 

El término fascista es usado con facilidad por la izquierda   como lo es el comunista para la extrema derecha: el fascismo supone un ultra derechismo de masas, que no es el caso de la candidatura de Bolsonaro.

 

Para algunos dialécticos de café el crecimiento de Bolsonaro es producto de los errores, voluntarios e involuntarios, de Lula y el Partido de los Trabajadores, es decir, que de la negación de la tesis surgiría la antítesis – siguiendo la dialéctica dualista de Proudhon -. Es cierto que Lula no dejó tontería por hacer: en primer lugar, creyó optimista e ingenuamente que podía ser candidato sin antes medir la potencia de la persecución judicial atrasando su reemplazo por Haddad; en segundo lugar, no supo defenderse como era debido ya que las pruebas del Juez Moro eran bastante débiles; en tercer lugar, el personalismo  de Lula tal vez impidió el desarrollo de un PT más relacionado directamente con los ciudadanos.

 

Hay que ser muy ingenuo para creer que los traspasos electorales son mecánicos y que basta ser el heredero del líder para ganar; además,  Haddad cometió el error de estar muy dependiente de Lula al consultarlo permanentemente en la cárcel creyendo que voto seguro del Noreste sería la clave de su triunfo.

 

La izquierda brasilera, también en muchos otros países, tiene un análisis de clase mecanicista, muy propia del marxismo vulgar, que sigue al detalle los textos clásicos. No en vano, la izquierda creyó,  durante mucho tiempo, en el “manual” inventado por Stalin, el leninismo, y seguramente el mismo Lenin lo hubiera rechazado. Con muy poca fineza estos trogloditas ortodoxos no logran entender que las clases sociales se han multiplicado y que sus conductas son mucho más complejas que el esquematismo de quienes se creen marxistas-leninistas.

 

Los repetidas consignas de Bolsonaro en contra de los homosexuales, de las mujeres, la apología de la violación, la eliminación de los negros, la condecoración a los militares que masacren a delincuentes, la idea de lanzar bombas de exterminio contra los que se rebelen en contra del orden…, lejos de perjudicar a Bolsonaro, estos anuncios – lo único que se conoce de su programa de gobierno – lo han favorecido.

 

La izquierda brasilera – al igual que la chilena – se está centrando en temáticas importantes y valiosas, – género, matrimonio igualitario, transexualidad, que llegan a ciertas capas sociales e intelectuales, “whisky-izquierda e “izquierda-caviar”, pero que no tocan a un país en extremo desigual y empobrecido cada vez más, cuyo problema principal es sobrevivir. El Partido de los Trabajadores se está transformando en un viejo Partido de izquierda que, para más remate traicionó, en  la percepción de la ciudadanía, la esperanza que representó con el triunfo de Lula.

 

En todo caso, el probable triunfo del ultraderechista Bolsonaro en las elecciones de este domingo 28 de octubre no puede ser explicado de forma uni causal: no se debe únicamente a los errores de Lula y al PT, tampoco al voto de rechazo a la izquierda, ni a la crisis económica, menos a la inseguridad ciudadana, sino al conjunto de todos estos factores, que van a permitir la avanzada del hasta poco desconocido diputado.

 

Los militares brasileros nunca han sido juzgados por crímenes de lesa humanidad –  se pasó, muy pacíficamente, de la dictadura a la elección indirecta de Tancredo Neves, que murió antes de asumir el poder y reemplazado por José Sarney -, lo que ha sido fatal para la débil democracia brasilera.

 

Hoy, en la mayoría de las encuestas los militares cuentan con un 70%  de apoyo popular, y los analfabetos políticos los identifican con la honestidad, mientras que a los políticos, con su antítesis de la corrupción.

 

Lo que está claro es que si triunfa, Bolsonaro gobernará con los militares, que ahora no necesitan hacerlo directamente, sino por el gobierno dirigido por civiles, en que muchos de los ministros serían militares.

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

27/10/2018          

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