Noviembre 23, 2024

Fernando H. Cardoso y su incomprensible neutralidad

Escribo estas pocas líneas desde el corazón. Sumido en el estupor no alcanzo a comprender cómo quien fuera el maestro de toda una generación de sociólogos, politólogos y economistas de América Latina y el Caribe hoy prefiere mantenerse “neutral” ante la trágica opción que enfrentarán los brasileños el próximo 28 de octubre: restaurar la dictadura, bajo nuevos ropajes, o retomar la larga y dificultosa marcha hacia la democracia. Para justificar su actitud el ex presidente declaró a la prensa que "de Bolsonaro me separa un muro y de Haddad una puerta."

 

 

Sorpresa, estupefacción, asombro.  Porque, ¿cómo es posible que quien fuera una de las más brillantes mentes de las ciencias sociales desde comienzos de los años sesentas del siglo pasado pueda exhibir tal indiferencia cuando lo que está en juego es o bien el retorno travestido y recargado de la dictadura militar (la misma que luego del golpe de 1964 lo obligó a exiliarse en Chile) o la elección de un político progresista, heredero de un gobierno que, con todos sus defectos, fue quien más combatió la pobreza en el Brasil y  lo hizo en un marco de irrestrictas libertades civiles y políticas?

 

A quienes fuimos sus alumnos en la FLACSO de Chile, en la segunda mitad de los sesentas, nos deslumbraban sus brillantes lecciones sobre el método dialéctico de Marx y las enseñanzas de quien a su vez fuera su maestro, Florestán Fernándes; o cuando disertaba sobre la teoría de la dependencia mientras escribía su texto fundamental con Enzo Faletto; o cuando diseccionaba con la sutileza de un eminente cirujano la naturaleza de las dictaduras en América Latina.  Por eso, quienes atesoramos esos recuerdos estamos sumidos en el más profundo desconcierto ante su atronador silencio en relación a la que, sin dudas, es una de las coyunturas más críticas de la historia reciente del Brasil. A los que tuvimos la suerte de enriquecernos intelectualmente con sus lecciones nos cuesta creer las noticias que nos llegan hoy de Brasil y que informan de su escandalosa abstención. Y cuando aquellas se confirman, como ha ocurrido en estos días, lo hacemos con el corazón sangrante y la mente convulsionada.

 

¿Cómo olvidar de que fue usted quien en aquellos años finales de los sesentas nos ayudó a sortear las estériles trampas de la sociología académica norteamericana y la ciénaga del estructuralismo althusseriano, moda que estaba haciendo estragos en las juventudes radicalizadas de Chile? Después, desde mediados de los setentas y a lo largo de los ochentas la suya fue la voz de la sensatez y la sensibilidad histórica que debatía con algunos "transitólogos" deslumbrados por la ciencia política de la academia estadounidense y a quienes, a fuerza de argumentos y ejemplos concretos, obligó a revisar sus ingenuas expectativas sobre las nacientes democracias latinoamericanas.

 

Recordamos como si fuera hoy sus advertencias diciéndole a sus colegas que en Nuestra América el "modelo de La Moncloa" -erigido como el arquetipo no sólo único sino también virtuoso de nuestra todavía inconclusa “transición hacia la democracia”- enfrentaría enormes dificultades para reproducirse en el continente más injusto del planeta. Y sus previsiones fueron confirmadas por el inapelable veredicto de la historia: ahí están nuestras languidecientes democracias, incumpliendo sus promesas emancipatorias, impotentes para instaurar la justicia distributiva y cada vez más vulnerables a la acción destructiva del imperio y sus lugartenientes locales. Democracias, en suma, en rápida transición involutiva hacia la plutocracia y la sumisión neocolonial. Fue Cardoso uno de los principales animadores del Grupo de Trabajo sobre Estado de CLACSO que se creara a comienzos de los setentas. Su espíritu crítico combinado con su fina ironía orientó buena parte de las labores de ese pequeño conjunto de colegas. Tanto en las discusiones sobre la transición a la democracia y la naturaleza de las dictaduras que asolaron la región usted decía que “sin reformas efectivas del sistema productivo y de las formas de distribución y de apropiación de riquezas no habrá Constitución ni estado de derecho capaces de eliminar el olor de farsa de la política democrática.”[1] Y la historia otra vez le dio la razón.

 

Más allá de sus errores y limitaciones la experiencia de los gobiernos de Lula y Dilma avanzaron, si bien con demasiada cautela, para tratar de eliminar ese insoportable “olor de farsa” de las democracias latinoamericanas.  ¿Que en esos gobiernos hubo corrupción, que aumentó la inseguridad ciudadana, o que algunos problemas no fueron encarados correctamente, o inclusive se agravaron? Es cierto. Pero nada de esto constituye una novedad en la historia brasileña ni es un producto exclusivo de los gobiernos del PT, y usted como analista tanto como en su calidad de ex senador, ex ministro y ex presidente lo sabe muy bien. Tomar como “chivos expiatorios” de la tradicional y secular corrupción de la política brasileña a Lula y el PT es un insulto a la inteligencia de sus conciudadanos además de una maliciosa mentira. Pero aún si estas críticas fueran ciertas –cosa sobre lo cual no viene al caso expedirse en estas líneas- ellas son "peccata minuta" ante el peligro que acecha a Brasil y a toda América Latina. Y usted, con su inteligencia, a esta altura de su vida no puede arrojar por la borda todo lo que enseñara a lo largo de tantos años. Usted escribió páginas imborrables sobre las dictaduras latinoamericanas y en uno de sus libros denunció con valor la pretensión de “sustraerse de la responsabilidad política de caracterizar como dictatorial a un régimen que se afirma sobre la violencia irrestricta y el atropello sistemático de los derechos humanos”.[2]

 

¿Qué cree que va a hacer Bolsonaro cuando exalta a los torturadores y rinde loas a la dictadura del 64?  Por eso estoy convencido que de persistir en su actitud neutral cometería usted el mayor y más imperdonable error de su vida, que arrojaría un ominoso manto de sombra no sólo sobre su trayectoria como intelectual de Nuestra América sino también sobre su propia gestión como presidente de Brasil.

 

¿Qué hay una puerta que lo separa a usted de Fernando Haddad? Es cierto, pero el candidato petista ya lo invitó a pasar. Abra esa puerta y entre, porque aquel muro que lo separa de Bolsonaro no sólo caerá con todos sus horrores encima de las clases y capas populares de Brasil sino también sobre su cabeza y su renombre. Nadie le pide que apoye incondicionalmente a lo que hoy, nos guste o no, representa la única opción democrática que hay en Brasil frente a la monstruosa reinstalación de la dictadura militar por la vía de un electorado manipulado como jamás antes en la historia del Brasil. Que la fórmula petista sea la única opción democrática en las próximas elecciones no sólo es producto del empecinamiento de los gobiernos y del liderazgo del PT. Usted fue presidente, por ocho años, y algo de responsabilidad le cabe también por esta imposibilidad de construir alternativas políticas más de su agrado. Su delfín, Geraldo Alckmin, tuvo un desempeño catastrófico en la primera vuelta. Por eso un hombre como usted no puede ni debe permanecer neutral en esta coyuntura. Sus pasiones y su ostensible animosidad hacia Lula y todo lo que él representa no pueden jugarle tan mala pasada y nublar su entendimiento. Usted sabe que la victoria de Bolsonaro dará luz verde a sus tropas de asalto a la democracia, la justicia, los derechos humanos, la libertad. Tropelías y aberraciones que, para espanto de la población, ya prometen y anuncian sin tapujos a través de la prensa y las redes sociales en Brasil. En este caso su neutralidad se transforma en complicidad.

 

Ante tan grave encrucijada, ¿cómo puede usted declararse prescindente en esta batalla crucial entre dictadura y democracia? A veces la vida nos coloca en estas incómodas encrucijadas, y no queda hay otro remedio que elegir y actuar. Recuerde que Dante, en La Divina Comedia, reservó el círculo más ardiente del infierno a quienes en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad. Usted, por su historia, por lo que hizo, por su magisterio, por la memoria de sus propios maestros debe oponerse con todas sus fuerzas a la re-encarnación de la dictadura bajo el mascarón de proa de un político mediocre, violento y reaccionario que ni bien instalado en el Palacio de Planalto será fácil presa de los actores más siniestros del Brasil.  Su nombre, Fernando Henrique, no debe quedar inscripto entre los cómplices de la tragedia en ciernes en su país. Créame si le digo, siendo fiel a sus enseñanzas, que a diferencia de Fidel si usted persiste en esa actitud, en esa suicida neutralidad, la historia no lo absolverá sino que lo condenará y lo atormentará hasta el fin de sus días. Contribuya con su palabra a que Brasil sortee el peligro del inicio de un nuevo – y probablemente extenso- ciclo dictatorial que sólo agravará los problemas que hoy lo atribulan. Y luego, despejada esa amenaza, discuta sin concesiones como mejorar la democracia en su país; critique las políticas que proponen Haddad y D’Avila, pero primero asegure que su pueblo no volverá a caer en los horrores que con tanta fuerza usted condenó en el pasado. Su silencio, o su abstención, serán implacablemente juzgados por los historiadores del futuro, como ya lo son hoy por sus asombrados contemporáneos que no pueden entender las razones de su postura. Tiene poco tiempo para evitar tan triste final y evitar que la neutralidad se convierta en complicidad. Recuerdo cuando, en medio del furor causado por el auge de la teoría de la dependencia usted exhortaba a sus cultores a no apartarse de las enseñanzas de Lenin cuando exigía, antes de parlotear superficialmente sobre el tema, llevar a cabo “un análisis concreto de la realidad concreta.” Y remataba esa observación advirtiendo sobre el peligro de que “el hechizo de las palabras sirva para ocultar la indolencia del espíritu”.[3]

 

Ojalá que su brillante inteligencia no haya caído víctima de la indolencia y prevalezca, en esta hora decisiva, sobre la fuerza de unas incontrolables pasiones que le impiden abrir la puerta que lo separa de Fernando Haddad y evitar que Brasil se hunda en el basural del fascismo.

 

 


[1]Cf.  “La democracia en las sociedades contemporáneas”, en Crítica & Utopía, Buenos Aires, N°6, 1982, y también en “La Democracia en América Latina”, Punto de Vista, Buenos Aires, Nº 12, Abril 1985.

[2]Ver su Autoritarismo e democratização, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1975, p. 18.

[3]Fernando H. Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes. Argentina y Brasil, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, p. 60.

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