Septiembre 20, 2024

Ni libros ni hot dog

A un estudiante de Concepción, que caminaba en compañía de su polola, se le ocurrió comprar hot dog en la calle. Mientras engullían la apetitosa merienda, un inspector multó al estudiante por adquirir comida a un ambulante. La multa asciende a 277 mil pesos. Ni que al infractor se le hubiese ocurrido ir a cenar al Club de La Unión en Año Nuevo, incluido cotillón, champaña, langosta y faisán relleno con trufas y castañas, instalados en la mesa del directorio de la SOFOFA.   

 

Otra historia, donde en vez del hot dog se trata de un libro. Una tarde los escritores Dionisio Albarrán y su nieto Gaspar Imbarack, permanecían sentados en un banco de la avenida Providencia de Santiago. Ahí, el abuelo le obsequió a Gaspar su novela recién editada, después de habérsela dedicado. En ese instante, dos sujetos con gorras y vestidos de azul, cuyas expresiones intimidaban, le arrebataron la novela a Gaspar y lo acusaron de comprar a un ambulante.

 

—Usted señor inspector —alegó Dionisio Albarrán— está vulnerando la libertad de expresión y esto me recuerda las siniestras jornadas vividas durante la dictadura. Ambos somos escritores y yo le acabo de obsequiar la novela, a mi nieto Gaspar.

 

Quien parecía ser el jefe de los azules, respondió al abuelo, que su alegato era una burda triquiñuela, destinada a vender libros en la calle, lo cual está prohibido. Ahí se desató el siguiente diálogo:

 

—Yo, cumplo con mi deber —advirtió el jefe— y en cuanto a su nieto, que dudo sea su nieto y escritor, porque tampoco usted debe ser escritor, pues no tienen cara de amargados, le aplicaremos la inflexibilidad y rigor de la ley municipal. Vamos a notificar al comprador para que pague una multa 238 mil pesos por adquirir a los vendedores ambulantes, mercadería en la calle.

 

—O sea —alegó Gaspar Imbarack— un libro usted lo cataloga de mercadería y lo quiere comparar con un par de calcetines o con los calzones de la señora que se cayó de la bicicleta, hace semanas.

 

—Mire joven. No diga palabrotas. Lo podemos detener por hablar groserías y con su actitud, está dando un pésimo ejemplo a los inocentes niños y niñas, el futuro de la patria.

 

—Yo defiendo la cultura —terció Imbarack— y mi abuelo escritor, solo me ha obsequiado  su novela. Y si lo duda, lea la dedicatoria.

 

—Eso que asegura es una triquiñuela, para hacernos creer que estamos actuando al margen de la ley. Aquí, se realizó una venta clandestina de un objeto, a plena luz del día, la cual presenciamos con mi compañero, libro que bien puede ser un manifiesto revolucionario o un manual para hacer bombas molotov e ir a lanzarlas a la embajada de Prusia. 

 

—Yo señor inspector —intervino el abuelo— puedo demostrar que soy el autor de la novela. Si quiere, le narro parte del argumento. 

 

—Ya, ya. ¿Y así quiere justificar una venta clandestina? A mí no me importa que ambos sean escribidores, pintores o músicos callejeros. Ustedes los escritores son quienes cuentan puras mentiras, alteran el orden, propician las protestas callejeras y se dedican a desprestigiar a las autoridades. ¿Acaso no les basta con haber arrojado a la calle a dos ministros y le hacen ahora la puntería al otro renovado? 

 

Como los protagonistas de los hechos alzaban la voz y la novela de Dionisio Albarrán pasaba de mano en mano, los peatones se acercaban. Creían que se trataba de una obra de teatro callejero. Unos, aplaudían, otros hablaban de montaje y preguntaban a cual agrupación teatral pertenecían o si era un programa de la TV. Un caballero con expresión lánguida de jubilado del Ministerio del Bingo —disculpen— de Educación, ofreció su sombrero para recibir las donaciones del público. La violinista que tocaba a la entrada de una galería comercial, se arrimó al grupo y empezó a amenizar la escena, interpretando una canción de Violeta Parra. “Lo hago por solidaridad”, le comentó a una señora con bastón, que al presenciar los hechos, preguntó si había revolución en contra de la monarquía y si Chile, por fin se iba a independizar. “No sueñe, abuelita”, le dijo un estudiante. Como los azules metidos en la trifulca, empezaban a ser sobrepasados, aparecieron los verdes, para justificar el inicio de la primavera.

 

En medio de la batahola, las acusaciones cruzadas, los empujones y el escándalo en espiral, Gaspar Imbarack, perdió la novela y los azules y los verdes no encontraron el objeto del delito. Se ignora porqué llegaron los bomberos y una ambulancia, lo cual alteró el tráfico de la avenida Providencia, a la hora de mayor circulación. En ese instante, dos camiones de la basura se dirigían veloces a La Moneda, escoltados por radio patrullas, a recoger la mugre, pues había cambio de gabinete.

 

Nadie puede negar que la palabra oral o escrita, bien utilizada, posea más fuerza que las armas.  

   

 

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