Víctor Pey ha fallecido a los 103 años de una vida intensa y extra ordinaria. Persona entrañable, sumamente discreta, ha dejado una profunda huella en la historia de Chile, adonde llegó en 1939 tras la derrota republicana en la Guerra Civil española.Nacido en Madrid en 1915, militante de la anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cruzó con su hermano Raúl la cordillera pirenaica a pie tras la caída de Barcelona en manos de las tropas franquistas el 26 de enero de 1939.
Fueron detenidos por la policía francesa e internados en un campo de concentración, al igual que otros cientos de miles de españoles antifascistas, pero con la ayuda de la masonería francesa quedaron en libertad.
Ya en París, supo de la llegada del cónsul Pablo Neruda con la misión de favorecer el traslado de refugiados españoles a su país, en la que sería la expedición del Winnipeg. “Fui al Consulado de Chile, que a la sazón funcionaba en el mismo edificio en que estaba la Embajada, y solicité hablar con el poeta-cónsul”. “Me recibió un español, también refugiado como yo, que actuaba a manera de secretario improvisado de Neruda. Se trataba de Darío Carmona, quien posteriormente fue mi amigo en Santiago de Chile”, me explicó en noviembre de 2012 en su casa de Ñuñoa.
Pudo entonces relatar su historia a Neruda y exponerle su deseo de emigrar con su familia a Chile. El poeta tomaba notas de lo que le decía, le preguntó especialmente por su profesión y por sus parientes, que habían quedado en Lyon bajo el amparo de la masonería. “Ocurrió lo que me había parecido altamente improbable: un día recibí un telegrama urgente de Neruda comunicándome que había sido seleccionado, junto con mi familia, para viajar en el Winnipeg y que debíamos embarcarnos en forma perentoria”.
En septiembre de 1939 llegaron a Chile, su nueva patria.
Una década después, Pey pudo devolverle la mano al poeta. A principios de 1948, tras ser desaforado como senador por denunciar la traición de González Videla, Pablo Neruda y Matilde Urrutia pasaron a la clandestinidad. Entre el 6 y el 13 de febrero de aquel año se refugiaron en la casa del ingeniero comunista José Saitúa y su esposa, Gloria Nistal, en la calle Los Leones de Providencia. De allí partieron, hasta el 28 de febrero, al pequeño apartamento que Víctor Pey tenía en el número 47 de la avenida Vicuña Mackenna, a pocos metros de la Plaza Italia.
Pey y Neruda establecieron una rutina que permitió al ingeniero de origen español cumplir con sus obligaciones laborales y que preveía que tanto al mediodía como por la noche se encargaría de llevar comida para almorzar y cenar juntos. En aquellos días pudieron conversar durante muchas horas. Pey creía que, si la policía le arrestaba, sería una noticia de tal repercusión internacional que perjudicaría a González Videla e incluso le comentó que políticamente tal vez sería mejor que le apresaran…Neruda enmudeció al escuchar aquel comentario y le dijo con incredulidad: “Si me detienen, estos tipos me van a humillar. Me van a someter a todo tipo de indignidades”.
Transcurrían los meses en 1948 y los distintos planes concebidos por el Partido Comunista para sacar a Pablo Neruda del país habían resultado estériles. Fue Víctor Pey quien ideó el que finalmente implementaron…A fines de 1948, había recibido la visita de Jorge Bellet, quien en aquel tiempo era el encargado de once aserraderos en el interior de la provincia de Valdivia, en una zona de la cordillera que no era tan elevada como en la parte central del país. Su propietario era un empresario llamado José Rodríguez.
Pey preguntó a Bellet si creía posible sacar a un amigo suyo, militante comunista, por allí hasta Argentina. Planearon hasta el último detalle y presentó esa posibilidad a la dirección del Partido Comunista, que dio luz verde. Pasaron las semanas y debido a un temporal Bellet no se contactó con Pey, quien debió viajar a Valdivia. “Fuimos juntos a Huainahue, el aserradero, revisamos el lugar, hicimos una inspección del camino, un camino de selva, abierto a hacha (…) Hasta ese momento, Bellet no sabía quién era el personaje en cuestión”, relató Pey a José Miguel Varas para un excelente artículo publicado en el número 36 de la desaparecida revista Rocinante. En Santiago, Bellet y él se reunieron con el secretario general del PC, Galo González, y ajustaron los últimos detalles de una aventura épica y que tuvo un epílogo extraordinario en París, con Pablo Picasso…
Con Allende hasta el final
Víctor Pey y Salvador Allende se conocieron de manera fugaz en alguno de los actos de acogida a los refugiados españoles en 1939 y fue al año siguiente cuando empezaron a establecer una profunda amistad al coincidir en la tertulia semanal que convocaba el destacado periodista Aníbal Jara Letelier, cofundador y director del diario La Hora.
“Allende sabía de los problemas de uno, le consultaba, se preocupaba, era muy generoso desde el punto de vista sentimental y emocional. Buscaba siempre los consensos, también en los asuntos personales”, me relató don Víctor en 2012.
En Chile, Pey nunca se adscribió a ningún partido y por ese motivo, entre otros, Allende siempre tuvo en alta consideración sus opiniones. En la esfera privada, era una de las pocas personas que tuteaba al líder de la izquierda. Almorzaba con frecuencia en Guardia Vieja, donde naturalmente trató mucho a Hortensia Bussi y a Carmen Paz, Beatriz e Isabel desde pequeñas. “Allende se sentaba en una cabecera de la mesa y la Tencha enfrente. Comía con una mano de la Tati tomada y, cuando ella se fue a estudiar Medicina a Concepción, le tomaba la mano a Isabel”, evocó.
Víctor Pey también acompañó a su amigo en sus larguísimas campañas presidenciales. “Todas las campañas exigían un esfuerzo gigantesco. Allende tenía una salud y una resistencia física excepcional”. En 1970, Pey estaba trabajando en Antofagasta, donde hacía una gran obra de agua potable. “Le acompañé de pueblo en pueblo con mi camioneta, hacía un discurso tras otro… yo estaba agotado, pero él no, porque tenía una gran habilidad que muy poca gente tiene: en un momento determinado podía dormir quince o veinte minutos. Esta era una de las grandes características que tenía Napoleón también, que en el fragor de las batallas se retiraba y dormía; dirigía las batallas día y noche, día y noche. Salvador Allende era así. Cuando quería, dormía unos veinte minutos y volvía a empezar…”.
El 11 de septiembre de 1973, Víctor Pey habló en dos ocasiones por teléfono con el Presidente Allende. Propietario del diario Clarín, el de mayor circulación del país (con tirajes de hasta 300.000 ejemplares los domingos), veía a su amigo prácticamente todas las noches, cuando se acercaba a La Moneda para llevarle el ejemplar del día siguiente.
Había permanecido en el palacio de gobierno con Miria Contreras, la Payita, Arsenio Poupin “y otros compañeros” hasta las dos de la madrugada y, tras conocer el golpe de Estado hacia las seis y media de la mañana por una llamada del periodista Augusto Olivares, llegó a Tomás Moro justo cuando la caravana de vehículos partía hacia La Moneda.
En la primera de las conversaciones que mantuvieron por teléfono hablaron del paradero del general Carlos Prats, puesto que por razones de seguridad Pey le había prestado un departamento que pertenecía a su periódico. En la segunda, intercambiaron durante apenas un minuto unas palabras que tantos años después aún le conmovían. “Me pidió algunas cosas muy personales respecto a su familia, cosas que daban ya la impresión de que él sabía que iba a morir”.
Veinticinco años después, en septiembre de 1998, él fue quien avisó al abogado Joan Garcés de que Augusto Pinochet, entonces ya senador vitalicio, estaba de viaje en el Reino Unido. La noche del 16 de octubre, cuando los agentes de Scotland Yard ingresaron en la habitación de la London Clinic donde el tirano estaba postrado con la orden de detención, la Historia por fin sonrió a don Víctor, quien hasta el último aliento ha peleado en los tribunales internacionales por recuperar Clarín, el diario que le arrebató la dictadura cívico-militar… y que la democracia chilena ha sido incapaz de devolverle.
Publicado en El Siglo