Noviembre 23, 2024

El Chile de los años 30

Chile fue uno de los países a donde llegó más fuerte la crisis de 1929: el cierre de los Oficinas Salitreras enviaba a las grandes ciudades del centro de Chile a miles de obreros cesantes; la devaluación del peso, con respecto a la libra, había llegado a su más alto nivel, y en la caja fiscal había cero pesos y sí muchos ratones; empezaron a proliferar las ollas comunes; en el aspecto salud, Chile tenía una mortalidad infantil superior a Bombay, y la esperanza de vida sólo alcanzaba  los 40 años de edad.

 

Desde 1927 gobernaba Carlos Ibáñez del Campo, como dictador. Había tenido lugar una elección presidencial en que compitió solo, (la candidatura de Elías Lafferte era puramente testimonial, el candidato rival estaba relegado ). Claro, Ibáñez  corrió   solo y salió “primero” – no “segundo” como alguien que no vale la pena  mencionar -.

 

Carlos Ibáñez del Campo había aplicado el termocauterio por arriba y por abajo, es decir, decretó el exilio de los principales políticos oligarcas, entre ellos los Alessandri – don Arturo y sus hijos -, Ladislao Errázuriz, mis dos abuelos, Manuel Rivas Vicuña y Rafael Luis Gumucio Vergara – y por abajo, a los principales dirigentes del Partido Comunista, algunos ácratas y algunos líderes sindicales. (Sobre la represión de Ibáñez, llevada a cabo por el Prefecto Maturana, hay muchos mitos, por ejemplo, que había ordenado el hundimiento de un barco con homosexuales).

 

En el exilio, los más ricos e importantes se instalaron en París, mientras mi abuelo Gumucio, por ejemplo, que era pobre, se vio forzado a vivir en Lovaina, ciudad en ese entonces, de las más baratas de Europa. En esa ciudad murió mi abuela Amalia Vives, antes de los cuarenta años, a causa de un infarto masivo; mi abuelo asumió la responsabilidad de la crianza y educación de los nueve hijos,  (cuenta mi padre que lo vio en las noches planchando camisas).

 

En Europa los exiliados se unían para conspirar contra Ibáñez, por ejemplo, tuvo lugar un pacto en Calais, donde juramentaron no separarse hasta derrocar a Ibáñez; también se preparó la famosa Aventura del “avión rojo”, que terminó en ridículo al ser traicionados por el general Barceló, en Concepción.

 

Hacia el mes de julio de 1931, la  Universidad Católica de Santiago fue tomada por los estudiantes, al mando de Bernardo Leighton, y los de la Universidad de Chile, liderados por Julio Barrenechea, quienes exigían la renuncia del dictador Ibáñez. En enfrentamientos con la policía murió el estudiante Jaime Pinto Riesco, (familiar de dos ex Presidentes, Aníbal Pinto y Germán Riesco) y, posteriormente, el profesor Alberto Zañartu, muertes violentas  que provocaron la indignación popular los estudiantes en tomas.

 

La oligarquía estaba decidida a derrocar a Ibáñez, pero se le hacía difícil, pues el dictador contaba con el apoyo irrestricto del ejército y, además, sobraban los proyectos de sus partidarios para mantenerlo en el poder. Al fin, Ibáñez tomó la resolución al  presentar la renuncia, que hizo efectiva el 27 de julio de 1931. Posteriormente, viajó al exilio, en Argentina; a diferencia de Pinochet, Carlos Ibáñez no era ladrón y vivió pobre su exilio.

 

Esa fecha memorable de la renuncia del dictador ha sido contada por muchos testigos presenciales: los militares tuvieron que esconderse en sus casas, pues no se atrevían a salir a las calles por temor a ser vejados por civiles, que los despreciaban y condenaban. En las Memorias de Carlos Prats hay un relato muy vívido de la humillación que significaba cursar estudios en la Escuela Militar hacia los años 30.

 

Una vez caído Ibáñez fue necesario reestructurar los partidos políticos que habían colaborado con la dictadura: Mi abuelo tomó la dirección del Partido Conservador y, blandiendo su bastón, acusaba a los dirigentes de haber colaborado con el dictador.

 

El “Congreso Termal”, formado a dedo por Ibáñez en sus vacaciones en las Termas de Chillán, se mantuvo incólume, y el muy fresco, Gabriel González Videla, argumentó la acusación constitucional contra el ex dictador, que fue aprobada por el senado.

 

Una vez caído Ibáñez, la tarea se centraba en las elecciones para elegir al Presidente de la República. El candidato del civilismo era el radical Juan Esteban Montero, a quien no importaba el poder y que hubiera estado feliz de haber perdido, (a diferencia de Alejandro Guillier, quien hizo todo lo posible para perder y lo logró, Juan Esteban Montero, para su desgracia, ganó y tuvo que esperar la llegada a La Moneda de Marmaduque Grove y Eugenio Matte Hurtado para que le pidieran, amablemente, que dejara el cargo, y constatando que no tenía ningún militar a su favor, aceptó de inmediato).

 

En esa época, los golpes de Estado eran bastante sui generis: bastaba que un grupo de militares sublevados llegaran al Palacio de La Moneda en un taxi, y subieran a la Oficina del Presidente y le pidieran que dejara el poder y lo aceptaba de inmediato.

 

El Chile de los años 30 fue bastante especial: tuvimos una sublevación de la Escuadra, durante los primeros siete días del mes de septiembre de 1931 e instalada una República Socialista, que sólo duró 12 días. Finalmente, en 1938, triunfó un Frente Popular, inspirado en el VII Congreso de la Internacional Comunista, que guardaba algunas similitudes con el Frente español de 1936, liderado por Manuel Azaña, y con el Frente Francés, dirigido por León Blum.

 

Para rematar las diferencias, Chile tuvo un partido naci, (con C y no con Z) que, al contrario del alemán, no era racista, sino fundamentalmente nacionalista, inspirado en el culto a Diego Portales, cuyo “sumos sacerdotes” eran Alberto Edwards  Vives y Francisco Antonio Encina.

 

Pedro Aguirre Cerda era de la tendencia derechista, dentro del Partido Radical, que rechazaba la alianza con los comunistas, sin embargo, terminó siendo el abanderado del Frente Popular.

 

El 1º de septiembre de 1931 gobernaba el vicepresidente de la República, Manuel Truco. El ministro de Hacienda había decretado la rebaja en un 30%  de los sueldos de los empleados públicos y de los militares, declarando que no había ni un “puto” peso en la caja fiscal, incluso, debería  suspenderse el pago de muchos gastos fiscales. Chile estaba en la ruina, pero no declaraba la cesación de pago.

 

La Escuadra se encontraba al ancla en la Bahía de Coquimbo. En la noche del 30 de agosto de 1931 los oficiales de la Marina fueron invitados a una fiesta de honor que ofrecería la aristocracia de La Serena. Las diferencias entre la oficialidad de la Marina y la marinería eran inmensas: nunca un oficial podría tener amistad con un suboficial, menos con un marino raso.

 

Algunos historiadores y periodistas sostienen que los mismos oficiales habían incitado a los suboficiales y marinería a reclamar, ante las autoridades, por el recorte del 30% de sus salarios, una hipótesis probable, pero no comprobada. Por la vía regular, los marinos hicieron llegar al Comandante del Latorre, el Almirante Alberto Hozven y al Almirante Abel Campos, Comandante en Jefe de la Escuadra activa, un petitorio, que fue rechazado muy violentamente por el primero, a quienes acusó de antipatriotas, que no entendían la grave situación por la que estaba atravesando el país.

 

Durante esa misma noche, suboficiales y marineros decidieron tomarse los barcos de la escuadra y encerrar, en sus camarotes, a los oficiales.

 

(Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

13/09/2018         

Bibliografía

Patricio Manns  La revolución de la  Escuadra.   Vergara editores 1972

Vial Gonzalo  Historia  de Chile (1891-1973) De la República socialista  al frente popular  Zig –Zag  2001

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *