Noviembre 14, 2024

Salir de la derrota más profunda

A 45 años del golpe de estado, la persistencia del sistema de dominación que instaló la dictadura cívico-militar en los años que siguieron al fatídico 11 de septiembre de 1973, encuentra su explicación más determinante en la profundidad de la derrota que se inflingió a la clase trabajadora chilena, columna vertebral del movimiento popular del siglo XX.

 

 

Desde esa fecha, por cierto, el sistema de dominación monopólico-financiero transnacional y el modelo de acumulación neoliberal en que se sustenta, han pasado por muchas fases. A lo largo de cada una de ellas, las condiciones materiales, el marco legal, económico y social en que se accede al empleo y a las prestaciones sociales, lo mismo que la subjetividad de quienes sobreviven en base a su fuerza de trabajo han sido profundamente modificadas desde quienes controlan el poder.

 

Durante los 16 años de dictadura, se atravesó las fases de instalación y reformulación del sistema de dominación y del modelo neoliberal. En ellas, en particular, no sólo se desmanteló el aparato industrial y de servicios públicos en que tuvieron su asiento material los contingentes de mayor organización sindical y política de la clase trabajadora, sino que junto a la labor represiva para descabezarla, se dictó la nueva legislación laboral y previsional, de educación y salud, que esencialmente persiste hasta el presente.

 

A través de esas reformas se reconfiguró la relación laboral, se desmanteló sustancialmente los derechos colectivos del trabajo y los derechos económicos, sociales y culturales en la forma y grado que habían alcanzado en los 50 años precedentes. Se condicionó así un proceso de fragmentación y atomización social que se profundizaría en las décadas siguientes. Es decir, se creó el condicionamiento legal para un comportamiento individualista.

 

La institucionalización de la precariedad y de la flexibilización laboral han establecido barreras estructurales a la recomposición de un movimiento sindical como un actor con proyección social y política. Pero eso no es todo.

 

Paradojalmente, fue con el retorno de la democracia formal, de 1989 hasta el 2011, que  se vivió la fase de consolidación del sistema de dominación y del modelo neoliberal. Y fue en esa fase que se profundizó la derrota a nivel de la subjetividad de los trabajadores y trabajadoras en Chile.

 

El mecanismo más poderoso de dominación que opera en Chile para mantener el orden de cosas imperante es el endeudamiento.  A través del crédito de consumo, que se ha extendido a los más amplios sectores –incluyendo a los trabajadores de menores ingresos-, se ha terminado de consolidar un cerco material y subjetivo que al mismo tiempo que les permite el acceso inmediato a los bienes y servicios que los medios de comunicación y la cultura prevaleciente les presentan como necesarios para estar integradas en la sociedad, los comprometen a años de trabajo en condiciones de sobreexplotación como único camino para generar los ingresos que les permitan saldar sus deudas.

 

En este proceso, las familias trabajadoras terminan mercantilizando el sentido de sus vidas. Lo único que importa es el dinero, el dinero es la medida del éxito en la vida y no importa el cómo se lo obtenga, aunque de por medio se sacrifiquen la salud física, mental o las relaciones humanas más valiosas. La dinámica de la vida familiar y social se funcionaliza al mercado.  

 

Finalmente, sin tiempos para pensar ni cultivarse social, cultural y espiritualmente, los trabajadores pierden su capacidad de reflexionar críticamente la realidad en la que viven. Contribuyen a ello el empobrecimiento de los contenidos de los medios de comunicación masiva y la recreación pasiva, así como el deterioro de la calidad del sistema educativo. Décadas de idiotización e infantilización han mermado gravemente la capacidad de reflexión crítica de la realidad entre los trabajadores. Hay despolitización y miseria ética y cultural.

 

Esta es la derrota más profunda y de la que es preciso salir

 

Reconstruir el movimiento sindical, el movimiento más amplio de la clase trabajadora chilena es particularmente decisivo en los tiempos que vivimos. Se trata de un momento histórico en el que la crisis del capitalismo mundial adquiere características propias en la política, la economía y la sociedad chilena.

 

Las repercusiones de la crisis sistémica del capitalismo mundial en curso se acrecientan en nuestro territorio con un proceso de crisis del sistema de dominación criollo, que se abrió hace más de siete años atrás, pero que no termina de madurar y que mantiene abiertas las opciones de una reversión conservadora o de una profundización en dirección a la superación de la institucionalidad política, económica y cultural instalada bajo dictadura y consolidada en los pasados 29 años de democracia electoral..

 

En efecto, el inicio de un trizamiento de la hegemonía ideológica del bloque monopólico-financiero transnacional que domina en Chile, cobró fuerza en 2011, cuando el movimiento estudiantil reinstaló el concepto de la educación con un bien público y cuestionó radicalmente el lucro como objetivo legítimo de un sistema educacional que debe ser obligación del estado garantizar y liderar, por tratarse de un derecho ciudadano. Se empezó así a cuestionar un “sentido común” largamente y trabajosamente instalado por las clases dominantes. Las exigencias de una reforma tributaria y de un cambiode la Constitución del 80´ derivaron del mismo proceso de movilizaciones por la educación.

 

Se abrió así la posibilidad de abrir un nuevo ciclo histórico, que diera paso a un cambio profundo del modelo político y económico vigente. Esta posibilidad, pasaba sustantivamente por la irrupción de un nuevo movimiento sindical como articulador y potenciador de la lucha hasta ahora desplegada por otros actores populares. Y de iniciar así la reconstitución de un nuevo movimiento popular en Chile, capaz de disputar su destino histórico. Lo que no ha ocurrido hasta el presente.

 

Desde las fuerzas políticas del sistema, se canalizó y desvirtuó esa posibilidad de nuevo ciclo histórico a través del segundo gobierno de Michelle Bachelet.  Gobierno que asumió como cuestiones centrales de abordar la reforma educacional, la reforma tributaria y la reforma laboral. Reformas que terminaron en una nueva frustración, al encararse postergando el cambio de la Constitución que establece límites de hierro a verdaderos cambios institucionales. Y sin apoyarse en una participación y movilización de los sectores populares y democráticos. Encerrando, por tanto, la disputa en los marcos del sistema político formal.   

 

En ese contexto, los representantes políticos y gremiales del gran capital desplegaron exitosamente una verdadera campaña para mutilar todo intento de cambio radical. Comunicacionalmente y en la esfera parlamentaria, cuestionaron la eficacia y el diseño de cada una de las reformas, a fin de minimizar los cambios y sujetarlos al marco de la Constitución pinochetista. Releyeron las protestas populares como reclamos de clientes insatisfechos y no de cuestionadores portadores de un modelo alternativo. Y más decisivamente, sumaron una huelga de inversiones locales al ciclo recesivo de la economía mundial, dejando sin aliento la gestión económica del gobierno, que optó además por permanecer con su capacidad contracíclica clausurada, como garantía al endeudamiento privado.

 

Más aún, la contraofensiva patronal se extendió al interior de las empresas –privadas y estatales- con renovadas exigencias de productividad y empeño por contener -cuando no imponer rebajas a- los costos salariales y límites a lo obtenido en las luchas de años precedentes, como se demostró en numerosos conflictos laborales, tanto en el ámbito público como privado.

 

La victoria electoral de la derecha que dio paso al segundo gobierno de Sebastián Piñera, por esto, fue expresión de una victoria más allá del escenario político formal. Las clases dominantes clausuraron por ahora el paso a un nuevo ciclo histórico, no obstante que la crisis del sistema de dominación permanece abierta.

 

El oxígeno que para el proceso de acumulación en Chile significa un parcial retorno del flujo de capitales especulativos, lo mismo que la recuperación parcial del precio del cobre no durará mucho. Las expectativas de “tiempos mejores” no se están cumpliendo mayormente en el terreno del empleo ni de los salarios. Y podría ser peor, si la Reserva Federal de los EEUU acelera el proceso de alza de su tasa de interés. El fantasma de una recesión con inflación, que ya asola a Argentina, Turquía, Brasil podría extender sus efectos a estas tierras.

 

La cuestión es si en este contexto empieza a madurar o no una conciencia que lleve a los trabajadores y al movimiento sindical más allá de sus reivindicaciones inmediatas; si se produce una maduración de sus organizaciones y la emergencia de un nuevo liderazgo provisto tanto de solidez ética como de clara conciencia política de la necesidad de poner al movimiento sindical a la cabeza de la lucha por transformaciones profundas, tales como poner fin a las AFP e imponer un sistema de pensiones de reparto, construir efectivamente un nuevo sistema de educación pública, gratuita y de calidad, recuperar el control estatal del cobre y del agua y por encima de todo, abrir paso a una Asamblea Constituyente, mediante la movilización y la acción directa de un nuevo movimiento popular, del que el movimiento sindical está llamado a ser columna vertebral.

 

El movimiento sindical chileno actual es aún muy cupular. Urge emprender planes de trabajo y campañas para impulsar la militancia, el compromiso con el movimiento sindical, en la propia base de los trabajadores afiliados. Es imprescindible un trabajo educativo y una batalla cultural para repolitizar a los trabajadores, combatir la cultura clientelar y asistencialista y  promover su participación activa y protagónica en la deliberación y lucha por un nuevo modelo económico, una nueva legislación laboral y previsional y una nueva Constitución surgida de una Asamblea Constituyente.

 

Urge empeñarse en superar la atomización y fragmentación de los trabajadores asalariados en cada empresa y sector de actividad. Apoyar a los trabajadores de empresas de menor tamaño y de trabajadores tercerizados en la organización y lucha por sus derechos. Luchar por poner fin a la subcontratación en labores propias del giro principal de las empresas.

 

Tareas y banderas de lucha para levantar un movimiento digno de caminar tras las huellas de Luis Emilio Recabarren, Clotario Blest y Tucapel Jiménez. De poder ser reconocido por todos los demás sectores populares como sus legítimos herederos. 

 

Manuel Hidalgo

Economista-asesor sindical

Santiago, 2 de septiembre de 2018

 

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