Noviembre 15, 2024

La dictadura sigue aquí. ¿Dónde está la izquierda?

Ni en los sueños más delirantes del tirano se habrá desplegado la imagen de un país como en el que hoy vivimos. El sistema impuesto a sangre y fuego hace cuarenta y cinco años tenía como propósito estratégico la fundación de un Chile algo más modesto del que conocemos.

 

 

 

Si la idea era terminar hasta con los sueños de justicia social, de derechos, de democracia, participación, cultura y bienestar, desarrollo e independencia, no se puede sino aceptar que la ultraderecha ha cumplido con creces, sobradamente, sus más anidados deseos.

 

El Chile actual es la resultante necesaria del triunfo estratégico de la dictadura.

 

La transición democrática no ha sido sino la reinstalación ahora legítima, de lo que en los comienzos fue producto de una asonada ilegal e inmoral. Lo mismo que se vive ahora, hace años era ilegítimo porque se asentaba en la fuerza bruta, la represión, la supresión de las libertadas y la ausencia de derechos.

 

Y en el discurso institucional contemporáneo no se pierde oportunidad para señalar que todo eso quedó atrás y que ahora campea la democracia, la libertad y que existen derechos y el desarrollo está a la vuelta de la esquina.

 

Por ejemplo, se dice que ya no se persigue a la prensa crítica y/o de izquierda.

 

Pero ya no es necesario. Ya no existe. En los hechos, la prensa crítica y/o de izquierda fue barrida no más asumieron los traidores de la Concertación que no querían voces discordantes para el emplazamiento fraudulento que vino a continuación. No querían molestar a la derecha con exigencias profundamente democráticas y de justicia plena mediante el uso de los medios de comunicación.

 

¿Y la libertad de expresión? Una farsa. Una ilusión que se describe en las leyes, pero en los hechos, solo tienen voz pública los dueños de los medios y de todo lo demás, sus amigos y comparsas. No es casual que pandillas de millonarios sean dueños de casi todas las radios, los diarios y los canales de televisión.

 

Se dice también que ya no hay la represión de los tiempos del tirano.

 

Pero habría que preguntar la opinión a las comunidades mapuche que viven con un ejército de ocupación instruido para el combate a bandas de traficantes, paramilitares y guerrilleros. Y veamos cómo esa policía, en nada propia de un sistema democrático, se ensaña con niños, mujeres y viejos cuando asaltan las comunidades como quien entra a un campo enemigo.

 

Y habría que censar a los estudiantes de enseñanza media, hombres y mujeres, que han sido vilmente golpeados, gaseados, humillados, desnudados, torturados en las comisarías, carros policiales o donde les da gusto y gana.

 

Y habría que preguntar a los familiares de las decenas de víctimas fatales de la policía en estos años de Concertación/Nueva Mayoría y ultraderecha, qué opinan acerca de que no hay la represión propia de una dictadura.

 

Se argumentará que las instituciones castrenses volvieron a sus roles históricos.

 

El rol histórico de las FF.AA., ha sido y es ejercer como brazo armado de los poderosos, nutriendo su ideología en el más profundo y criminal anticomunismo inoculado como verdad sagrada a los oficiales formados por ejércitos genocidas en el extranjero. Y masacrar al pueblo cuando éste decide luchar por sus derechos.

 

Repuesta constitucionalmente la dependencia de las FF.AA. al poder civil, pareciera que los uniformados responden al ejercicio democrático. Pero los grados de autonomía del que disfrutan a la hora de robarse el Estado y hacer lo que les da regalado gusto y ganas con la plata que le entregan a destajo y sin control, los hace ver como un espacio en el que no entra el Estado de derecho.

 

Se intentará demostrar también que las organizaciones de los trabajadores no son objeto de la persecución, la represión y la cárcel para evitar que ejerzan su rol de defensoras de los derechos e impulsoras de la movilización popular.

 

Pero no han sido necesarios los siniestros automóviles Chevrolet Opala con vidrios polarizados en las puertas de las centrales y federaciones para silenciar a sus dirigentes.

 

Al sistema le ha sido suficiente con cooptar a muchos de ellos para colaborar en la generación de leyes anti trabajadores y para una relación amistosa con los enemigos de los trabajadores y todo lo que huela a pueblo.

 

Resulta mucho más inmovilizador que el guanaco o los palos de los tonton macouts, la imagen de los dirigentes de la CUT en los salones de lujo compartiendo amigablemente con los presidentes de los empresarios y los Ministros de Sebastián Piñera.

 

Se dirá que ya no se realizan las razzias de estilo nazi en las poblaciones en las cuales miles de pobladores eran encerrados en canchas construidas ex profeso y en las rotondas cerradas como campos de concentración.

 

Ahora esas encerronas son más sutiles y con mucho mayor alcance: tienen la forma de un crédito bancario o de casa comercial. Las cadenas que amarran hoy a la gente son deudas que se pagan con otras deudas en una espiral infinita e inhumana.

 

Si por entonces la idea era aterrorizar con esos controles de miles de soldados en el rol del ejército de ocupación, hoy ese terror lo genera la posibilidad de no pagar el crédito, de quedarse sin trabajo y no poder pagar el CAE o el dividendo o el avance del supermercado o la cuenta del celular. O el anterior crédito.

 

Y finalmente se dirá que ya no hay dictadura porque hay elecciones cada dos años y medio.

 

Y es cierto que la gente es convocada para votar de tanto en tanto. Pero veamos cómo se las han ingeniado para que los poderosos aporten ingentes recursos que doblan la mano al proceso democrático que se supone en igualdad de condiciones.

 

Para nadie es un misterio la capacidad del dinero para cambiar de intención de voto o derechamente comprar políticos a precio de ganga. Como para nadie resulta extraño que el sistema binominal parcialmente reformado aseguró la continuidad intacta de la ultraderecha para dejar las cosas tal como estaban.

 

Y también se intentará demostrar que la izquierda no es perseguida con la saña criminal con la que se intentó su exterminio mediante los más extremos y salvajes métodos.

 

No es necesario.

 

Habrá que reconocer que ya no hay para qué utilizar métodos tan invasivos y con tan mala prensa como aquellos que se utilizaron para combatir a los que se resistieron al tirano, ofrendando valiosas y sagradas vidas de parte de lo mejor de nuestro pueblo.

 

La izquierda contemporánea, una parte de lo que quedó de ellas, sigue caminando tras la fe perdida, y otra parte está ahora a buen recaudo en las tibias poltronas del poder.

 

Quizás una de las mejores expresiones del triunfo de la dictadura sea la malformación de mucha gente de izquierda que viró de la manera más vergonzosa desde posiciones muy de avanzada, a ser comprensivos y colaborativos con el actual orden, que no es sino la dictadura expresada por otros medios.

 

Hay sin embargo aquellos que aún resisten. Que no se han comprado la idea de la convivencia pacífica entre enemigos profundamente irreconciliables como son explotados y explotadores. Y que al parecer, siguen esperando no se sabe bien qué.

 

A esa izquierda debería llegar el tiempo de perder el temor a equivocarse y al pánico escénico y generar ideas tan descabelladas como resultaría saber, por lo menos, dónde está parada.

 

 

 

 

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