Noviembre 15, 2024

Los desechables

Ya van tres millones de venezolanos que han huido de su país; cuatro a cinco millones lo han hecho desde Siria, Afganistán, del África subsahariana y de otras partes del mundo, número al que hay que agregar a los “clientes” de los basurales, en todas partes del mundo.

 

 

La mayoría de los “desechables” corresponde a niños y ancianos: ningún miserable xenófobo se atreve a decir que debería aplicárseles Tañas – u otro veneno – para eliminarlos, pero en el fondo lo piensan; la diferencia con los hipócritas racistas de hoy es que Hitler eliminó a millones de opositores y judíos con la utilización del económico gas, en campos de concentración.

En Argentina y Uruguay hay ganado, a lo mejor, para alimentar a millones de desechables, sin embargo, no es suficiente – en Argentina – para alimentar a sus conciudadanos, que hoy comen de los basureros.

Los mismos norteamericanos y europeos crearon el drama que está viviendo la humanidad actualmente: en la “primavera árabe” fueron derrocados dictadores como el de Túnez, Libia, Egipto, pero no pudieron con el de Siria, país que dio comienzo a una guerra atroz, que lleva varios años de guerra civil.

Los países desestabilizados a causa de la “primavera árabe” aportaron millones de personas “desechables”, huyendo de regímenes tribales o de guerras civiles. Los primeros países que recibieron familias completas huyendo desde Túnez por el Mediterráneo fueron Italia y Grecia, pero cuando los inmigrantes superaban los tres millones de personas, los transformaron en objeto de comercio: el gobierno turco los detendría en sus fronteras a cambio de que los europeos le pagaran 6 mil millones de euros. Se supone que el cristianismo es la religión de la compasión, pero los europeos son unos hipócritas fariseos, cuyo único interés es su bienestar personal, y que ningún “desechable” feo, negro, hediondo, animista o musulmán llegue a poner en peligro su cómoda existencia.

No ver a los indeseables, no sentir el llanto de sus hijos, no tener cerca a seres humanos famélicos es la única forma de enfrentarse cotidianamente a  la vida. La frase del filósofo Jean Paul Sartre, “mientras haya un niño con hambre no se podrá tener buena conciencia” es pura retórica de pensadores bien intencionados, y basta confesarse, así sea con un cura degenerado, y la conciencia quedará muy tranquila.

Como los ricos no ven a los haitianos, dominicanos, venezolanos, colombianos de color, pueden dárselas de humanistas, pero ¡hay de que un roto pueda a aspirar a convertirse en vecino para que empiece el concierto de las cacerolas y de las consignas racistas! (un africano en un museo, en una exposición fotográfica o en un circo, es muy entretenido, como lo hacían los franceses en la época colonial; pero vivo, que excreta , orina, suda y come, es asquerosa hasta su sola presencia.

Si el negro o a los demás habitantes de “esos países de mierda” – decía Donald Trump – se le ocurre abrir la boca y pedir un derecho humano, aquellas mentiras que  ni siquiera la ONU defiende, es enviado a la cárcel y, a los niños, se les invita a alojar en “jaulas”.

No falta el imbécil que ojeó el libro El choque de las civilizaciones, y siga sosteniendo la teoría de que “solo debemos admitir como seres humanos posibles de refugio  o de ser acogidos como inmigrantes a personas “parecidas a nosotros”, blancos, europeos, que hablen español, ojalá con un alto nivel de escolaridad y un acento muy bueno – por ejemplo el de los bogotanos -, pero ya, gente tan distinta como los negros, los musulmanes, los árabes—, sólo crearán problemas y, lo peor, nunca se integrarán a nuestra sociedad.  Los japoneses, los chinos y los coreanos, así sean distintos físicamente, son muy trabajadores, silenciosos, discretos y nos aportan, además, ricos sabores alimenticios; ellos son acogidos sin mayores reparos.

Los venezolanos son bien vistos en general, con tal de que no sean negros, pues vienen huyendo de un régimen autoritario, el de Nicolás Maduro, y como muchos de ellos son profesionales, generalmente se les puede incorporar a sus empresas.

El problema  no es de raza, religión o ideología, sino de clase social: a los “rotos”, por ejemplo, hay que alejarlos a campos de concentración y guettos, en la zona sur de Santiago o bien, en la Estación Central, donde viven hacinados en las citès que existen desde comienzos del siglo XX. Poco importa que sean negros, blancos, chilenos, dominicanos… “roto” siempre es sinónimo de delito y cárcel, por consiguiente. Cómo seríamos de felices si no existieran o no tuvieran hijos, pero desgraciadamente, los necesitamos para que limpien las casas y atiendan a nuestros niños.

Chile se está convirtiendo en un  país de viejos. Hay que eliminarlos, sobre todo si son pobres y enfermos, ya que los hospitales no alcanzan a atender la demanda, cada vez más creciente de estos “desechables”. Inventemos una inyección que los lleve a mejor vida, pero sin dolor y placenteramente; de esta manera evitamos que nuestros hijos tengan que correr con gastos cuando ya tengamos más de cien años y con más arrugas en las arrugas de tal manera que nuestros rostros muestren cauces de ríos más grandes que el Amazonas y, además, en nuestra mente sólo queden recuerdos de cuando teníamos menos de siete años. Es decir, nos pongamos a “peinar las muñecas”, y en nuestra billetera vacía de dinero, tengamos en la cartera  una foto de nuestra compañera de vida, tal vez pintada con siúticos colores. Si llegase ese momento, les autorizo  y suplico, procedan a aplicarme la eutanasia.  Total al otro lado no hay nada.      

Que llegan a Chile inmigrantes cultos, blancos, católicos y ricos es algo muy bueno para el país. Incluso, el Estado debe promover la inmigración, pero los “desechables” marcados con el sino de la pobreza, su clase social y su raza lo único que puede hacer Chile es expulsarlos, pues de todas maneras terminarán en la delincuencia, como ocurre con los hijos de pobres en nuestro país, (el 90%  de la población carcelaria son hijos de delincuentes).

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

28/08/2018

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