Nuestro Canciller don Roberto Ampuero, ya de mayorcito, perdió a su padre putativo. Inesperada orfandad, donde el luto y las lágrimas menudean. Con él escribía a cuatro manos —¿a cuánto la carilla?— libros encargados por dictadores, el Pentágono y los traficantes de armas. Uno que otro sátrapa en el destierro dorado de Europa y candidatos a un Nobel. Servicio a la carta, como restorán de lujo. Manjares sazonados con especias del oriente y vino que solo bebe la realeza.
Si un niñito queda huérfano, constituye la mayor de las tragedias. Bien puede terminar en el orfelinato, en casa de parientes o abandonado a su suerte. Don Ampuero, sumido en la soledad literaria, aferrado a su condición de mocito encargado del suministro de almacén del gobierno, dirige sus suplicantes ojos a los Varguitas Llosa y les implora protección, en el caso de quedar cesante. Sabe de la generosidad de esta familia rastrera, sirviente de la oligarquía internacional. Ella lo va a socorrer si es arrojado del gabinete. Al menos sabe de generosidad con sus asalariados. En otras crónicas ya nos hemos referido de las tarifas que cobra esta familia de lacayos, por unas horas de cháchara, limpieza de cutis, incluida una sesión de podología, y no cualquiera puede recurrir a sus servicios.
Ampuero traicionero, como dejó de ser habanero, sí amante del dinero —salió verso sin mayor esfuerzo— ha emprendido una ofensiva internacional en contra de Venezuela. Quién sabe si anduvo por los andurriales de ese país, cuando los dioses del Olimpo le hablaron de la necesidad de mudarse los pañales que olían a detritus. Como en aquella época de miseria ideológica, vivía empeñado en ofrecer sus servicios de plumífero y cagatintas, desconfiaron de su trabajo. Le solicitaron que conjugara el verbo lealtad, y se mantuvo callado. De escritor de novelas, ensayos, como buen lacayo y también ayo, quiere asumir el papel de protagonista de un contubernio internacional. Superar las hazañas de los tres mosqueteros o de Sherlock Holmes. Ni hablar de los tres chiflados, cómicos de ínfima categoría. En su atolondrada cabeza, donde bullen miles de ideas encaminadas a servir al patrón de turno, se ha propuesto organizar un cuadrillazo en contra de Nicolás Maduro. Aspira a llevarlo a la Corte Penal Internacional, y como chiquillo acusete, culparlo de dictador, enemigo de la democracia y de ser un mal ejemplo en un barrio de gente bien. ¿O de advenedizos? Y en el colmo de los colmos, de juntarse con indigentes de las poblaciones. En esta carnavalesca aventura, prólogo a una invasión, participarían Argentina, Colombia, Perú, Paraguay y Canadá. Bien sabemos que Argentina de Macri navega sin brújula; Colombia empieza a ser gobernada por un Duque exaltado; Perú, se halla sumida en la corrupción que conduce hasta las letrinas y sus ex presidentes, se mantienen en fuga por ladrones y asesinos. Paraguay, gobernado por un admirador del dictador Stroessner, también sería ejemplo indeseable. Y Canadá, que de seguro se va a restar a la aventura estrafalaria, bien puede darle patadas en el tafanario. Los otros países mencionados, felices participarían en este chivateo. Necesitan emborracharles la perdiz a sus pueblos y capear el huracán del trópico, que los puede hacer naufragar en breve.
Azuzado Ampuero por sus patrones de aquí y de allá, apura el tranco. Urge el montaje —¿o matonaje?— palabras que tanto le seducen. O tinglado para suavizar su propuesta, y no asustar a los borregos. Se desvela y si quiere conciliar el sueño, lee alguno de sus textos y se queda dormido. Ni el “ravotril” ha logrado superar la eficacia soporífera de sus libros. Hay escritores que son incapaces de mostrar semejante atributo al servicio de Morfeo. Aquellos países seleccionados por el canciller —perdón, por quien lo emplea— incluido Chile, necesitan oxígeno, escaso en épocas de vacas flacas. ¿Y cuál es la razón que Brasil y México no se encuentren invitados a la asonada? Adivina buen adivinador.