Despertó la cultura luego de un frío invierno, mientras las lluvias muestran mezquindad. Desde fines del año pasado, exhibía una inercia endémica, como si jamás hubiese existido, contagiada de lepra por haber sido arrinconada. Sin ideas, permanecía sentada a la puerta de su casa, viendo pasar —no el cadáver de su enemigo— si no la caravana de exultantes mercachifles, avivando el regreso del gobierno de la oligarquía. Esa oligarquía que odia la cultura, porque sabe hablar sobre la verdad. Como la derecha no había cumplido a cabalidad el saqueo del país y llenado sus insaciables faltriqueras con la flor y nata del erario, retornaba de la mano de los borregos.
Si no hubiese aparecido un personaje lóbrego, de eclipsado rostro, anónimo como el autor de Las Mil y una noche, la cultura habría continuado invernando, escondida en una ciudadela. ¿Tanto le dolió a la cultura y al país pensante, la derrota de diciembre? Ahora se demuestra y con caracteres indelebles, escritos con tinta china, que la derecha ganó con marrullería. Engatusó al país. Y si no gana, corrompe, coimea y da golpes de estado. Ni hablar de matanzas de obreros, que han sido infinitas en este país. Jamás ha abandonado su estilo engullidor el cual satisface su apetito de Gargantúa y Pantagruel. En diciembre del año pasado, a regañadientes hablaron de democracia empeñados en ganar la presidencia. Entonces, arrastraron a los bobos en su aventura, que si tienen una bicicleta, creen que se la van a expropiar, si no ganan los patrones. Los dueños de Chile, desde marzo disfrutan del gobierno, mientras se carcajean, al ver una oposición amojonada, fragmentada y andrajosa. Enseguida, empezaron a lanzar fuegos de artificio y de pronto, a alguien se le ocurrió sacar del sarcófago del olvido a un revolucionario. Sí, el mismo que viajaba por el mundo, exhibiendo su túnica de lazareto, quien se jacta de ser mellizo de Ampuero. A don Sebastián, el jefe de los bufones le sopló a la oreja, esta frase de embeleco, irresistible para quien ama el boato: “Somos los autores de Diálogo de conversos”. Y al jefe, enemigo del diálogo, porque él es monólogo y como adora a los conversos, también a los adversos, se enamoró de la idea. Lo mandó a llamar y lo ungió de ministro de las Culturas. Cuando el converso dijo ser de la corte de Mario Vargas Llosa, quien es empleado de los banqueros de la Quinta Avenida, don Sebastián se lavó las manos en una jofaina que se conserva en la Moneda. Quien lo asesora en temas literarios y de historia universal, creyó reconocer la escena, sin embargo, se mantuvo callado.
Bajo la marcha triunfal de Aida, serpentina de por medio, confeti y toque de trompetas del apocalipsis, don Sebastián, reunido con sus empleados, ungió al converso y pronunció un discurso donde en síntesis quería celebrar el arribo de la verdadera cultura a su gobierno, no la chamuchina del adversario. He aquí parte de su admonición: “Borregos; perdón; obreros de la cultura, aquí reunidos frente a la historia, hoy asistimos al crepúsculo que se abre a la creación, a la originalidad, en manos de escritores, músicos, pintores, actores que exaltan las bondades del dinero, perdón, bajo el alero de la inspiración”.
¿Qué habría sucedido si al defenestrado don Rojas, converso, sin anverso no lo ungen Ministro? La inercia por crear, reprobar el modelo, abrir espacio a la crítica, habría continuado por meses. Ahora, el hijo putativo de Varguitas, permanece escondido en el archipiélago de las Gaitecas. Según han informado agentes encubiertos del CAÍN, pergeña un libro en tres tomos que piensa titular: “Cómo venderse al mejor postor”.