Los encubridores se multiplican como la peste bubónica: creen, que por su categoría de “pavos reales” que van a pasar desapercibidos ante la justicia, el poseer un anillo, por ejemplo el cardenalicio, los salva de la justicia humana y, para ellos, sólo deben responder ante el Vaticano.
Nada peor que la mezcla de la religión con la política, sobre todo, en la conducción del Estado. Desafortunadamente, en estos tiempos estamos retornando al dominio de las iglesias y religiones monoteístas sobre el Estado. Por ejemplo, en Turquía, el laicismo de Ataturk es reemplazado por el fanatismo islámico de Erdogán; en Rusia, Putin, como su nuevo “zar”, es el gran defensor del cristianismo ortodoxo; en Irán, los Ayatolá siguen siendo dueños del país de los persas.
Se dice que el filósofo Nietzsche terminó volviéndose loco, no sólo a causa de la sífilis – adquirida en la guerra franco-prusiana, en 1871 -, sino también al relatar la muerte de Dios, asesinado por los hombres e iniciar una búsqueda en Zaratustra y en el budismo a fin de superar el nihilismo moderno, llegó a sustentar la tesis del “eterno retorno”. Al parecer, hay hechos históricos-filosóficos que podrían apoyar esta tesis del pensador alemán.
Si estudiamos el largo período de Fernand Braudel y La decadencia de Occidente, encontraremos que tanto en Rusia, como en Turquía, hay, al menos, tres factores de continuidad: el autoritarismo zarista y de los sultanes Califas; en segundo lugar, el nacionalismo, que puede llegar a un extremo patriotismo; en tercer lugar, la fuerza sagrada del cristianismo ortodoxo y el islamismo de los otomanos. El estalinismo bolchevique no es más que una continuidad de estos tres factores, (no en vano, Stalin, también convertido en un zar hizo del leninismo una “religión”, en completa contradicción con el pensamiento de Marx, fue el encargado de las Nacionalidades y escribió un libro sobre este tema). El corto período de Ataturk, si bien fue laico y marcado por la occidentalización, también fue militar y autoritario.
En 1925 el arzobispo Crecente Errázuriz expresó que el Estado se había separado de la Iglesia, pero la Iglesia siempre seguiría sirviendo al Estado. La gran desgracia es que ha influido, y lo hace actualmente impidiendo, por ejemplo, antes el divorcio y la contracepción, y hoy, incluso, el aborto terapéutico, y para qué hablar del matrimonio igualitario, es decir, se ha convertido en tutora del Estado pretextando que el 40% de los chilenos profesan la religión católica.( Antes tenía el 90% )
Francia pasó de ser de la hija mayor de la Iglesia Católica a un Estado laico, en 1906; por el contrario, en América Latina la Iglesia se da aún el lujo de influir en los senadores católicos argentinos para votar contra el aborto, y en Chile, obligar a los médicos de la Universidad Católica a hacer uso de la objeción de conciencia, sin considerar que esta Universidad y Hospital son financiados por el Estado, es decir, propiciar que el gobierno atropelle su propia ley.
Hasta el Papa Francisco en una carta dirigida al episcopado chileno, se las cantó claras al expresar que eran elitistas, narcisistas y que se creían superiores a los fieles y que, además, practicaban una catequesis de la auto-adoración.
Los cardenales y obispos se creían poseedores de un fuero, propio de la colonia, pues el clero sólo podía ser juzgado exclusivamente sobre la base del derecho canónic;, por consiguiente, ni el derecho penal y civil del país donde vivían podía tocarlos, en virtud de la extra territorialidad, similar a la de la embajada del Vaticano (tenían dos nacionalidades y dos banderas).
El fiscal Emiliano Arias ha prestado un gran favor al país y al Estado laico al allanar la sede de la Conferencia Episcopal, en Santiago, además de las dependencias de los Hermanos Maristas y del obispado de Rancagua.
Los encubridores eclesiásticos, esta vez, no lograron escapar de la justicia, y el hecho de vestir de cardenales y obispos no ha sido óbice para evitar que el fiscal y su equipo de investigadores interroguen al cardenal arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, como imputado por encubrimiento de varios casos de abuso sexual, de poder y de conciencia en contra de menores. Y adultos
El clero estaba acostumbrado a ser caso venerado y tratado con máximas consideraciones, no sólo por los fieles, sino también por aquellos que llegaban a cargos de alto nivel, tanto en el Estado, como en el empresariado. Abusar de los niños, manosearlos y hasta violarlos, para muchos curas era poco menos que una bendición para las familias ricachonas o poseedores del poder político. No en vano el cura, al ser invitado por un poderoso, en la mesa ocupaba el lugar de honor y se le obsequiaba con los mejores manjares, que tragaba cual Pantagruel. Cuenta Edwards Bello que su amigo Cuevitas – posteriormente, el marqués de Cuevas – cuando era niño irrumpió en llanto cuando un cura se comió su postre de lúcuma, y como la familia era pobre no tenía otro postre para sustituirlo.
Con los obispos encubridores y los curas violadores en la cárcel, ojalá la Iglesia se decida, de una vez por todas, a dejar de lado la tutela del Estado y el auxilio espiritual a ricos y poderosos para dedicarse a vivir por los pobres y con los pobres, y no tener tanta vergüenza del harapiento de Nazaret y para mas remate subversivo.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
19/08/2018