La característica de los nuevos regímenes surgidos en estos dos decenios se centra en un desprecio por la democracia real, que la entendemos como el gobierno del pueblo soberano: se trata de mantener las formas electorales como si fueran el alfa y el omega de la democracia.
La resurrección del zarismo en Rusia, con Vladimir Putin, se basa en los continuos procesos electorales que siempre son ganados por el “Zar” y con amplio margen de votación. El régimen político es un semipresidencialismo, pero Putin gobierna indistintamente, ora como Presidente, ora como Primer Ministro.
El Sultán Califa Erdogan, por su parte, ha sido alcalde de Estambul, Primer Ministro varias veces y, hoy, reelegido Presidente de la República. Se dio el lujo de ganar un plebiscito que, por una votación estrecha, instauró el presidencialismo, una monarquía electiva – al igual que en los países latinoamericanos -. Para mantener el sultanato basta con lograr reelecciones sucesivas y restar poderes al parlamento.
En América Latina, las monarquías electivas – presidenciales – son de muy antigua data: para mantener el poder absoluto al gobierno sólo le basta implementar reelecciones ilimitadas, por parte del jefe de Estado de turno, o de su cónyuge – lo hicieron los Kirchner, en Argentina, por casi 12 años, pasando el bastón de mando del fallido Néstor K a Cristina Fernández; lo hace el chavismo, al pasarlo de Hugo Chávez a Nicolás Maduro; en el caso de Bolivia, Evo Morales intenta – <a pesar del plebiscito aprobado en su contra>, quiere seguir siendo Presidente hasta avanzar a la segunda década del siglo XXI; Rafael Correa cometió error de no aprovechar la reelección indefinida y nombrar como su sucesor al traidor, ahora mandatario, Lenin Moreno…-.
En la derecha, afortunadamente, el narco-paramilitar y asesino, Álvaro Uribe, no pudo darse el lujo de hacerse reelegir indefinidamente gracias al veto de la Corte Suprema, sin embargo, colocó en su reemplazo a su mozo Iván Duque, una vez que el aparentemente “domesticado “Juan Manuel Santos se rebeló. En Chile, los monarcas se alternan en el poder: ora, Bachelet, ora Piñera.
En Uruguay, modelo de democracia latinoamericano, se turnaron Tabaré Vásquez y José Mujica; quizás, la excepción a la regla es Perú, que se da el lujo de contar con los cuatro últimos Presidentes enjuiciados por el delito de corrupción, y al último, PPK, vacado por el Congreso.
A comienzos de siglo pasado, una mujer muy inteligente decía que el único régimen decente de gobierno era el parlamentarismo, donde se expresaban verdaderamente las mayorías y gobernaba el Congreso que, desde el siglo XVIII, representa la soberanía popular.
Nadie puede decir que zares, sultanes, monarcas y presidentes no hayan convocado a elecciones en sus respectivos países, por el contrario, las hacen por docenas, y algunos regímenes tienen plebiscitos, referendos y revocatorios permanentes.
A estos regímenes de reelección permanente se les califica de autoritarios por el hecho de estar dirigidos por un “mesías” exitoso, que ha logrado salvar a sus respectivos países de hecatombes que los condenaba a una vida mediocre, en que sólo quedaba en la memoria el recuerdo de tiempos gloriosos.
Quién puede negar que Putin, después del desastroso gobierno del alcohólico Boris Yelsin, devolvió a Rusia el carácter de Potencia, y hoy habla de igual a igual con Donald Trump; Erdogán quiere convertirse en el Ataturk islamista, y persigue retomar el papel de califa que antes tenían los sultanes otomanos.
En América Latina, Evo Morales sacó a Bolivia de la miseria, llevándola a uno de mayores índices de crecimiento del PIB en América Latina y, en política, logró estabilizar al país y convertirse en el Presidente de más larga duración después de la revolución boliviana; Rafael Correa salvó a Ecuador del negro período de los Mahuad, Abdalá Bucaram, los Gutiérrez, desarrollando una “revolución ciudadana”, traicionada actualmente por Lenin “El malo”; Lula da Silva convirtió al 40% de los brasileros, de miserables a la clase media; la pareja Kirchner consiguió sacar a Argentina del default al cual la habían llevado los Alfonsín, los Menem y de la Rúa.
China y Cuba se han exceptuado de la “genial” metodología de la dicto democracia, y tienen elecciones, pero de otra manera: o lo hace el Comité Central del Partido, o, en forma directa, con candidatos designados.
Max Weber, en su libro Sociología de las religiones sostiene que cuando la política se mezcla con las religiones, generalmente se busca un salvador carismático, en consecuencia, entender esta actividad como salvación, termina desvirtuándola. Desgraciadamente, esto es lo que está ocurriendo en la mayoría de los países del mundo durante la segunda década del siglo XXI.
La democracia, más allá de la formalidad electoral, no sólo es despreciada por la izquierda autoritaria – desgraciadamente la mayoría de las veces termina en una especie de estalinismo, o bien, de profetas armados o desarmados – , sino también por la derecha, que sueña con restauraciones fascistas gobiernos autoritarios y/o de empresarios corruptos.
La derecha no sólo ha adoptado el método de la dicto-democracia, sino que también ha tomado el camino de los golpes mediáticos judiciales. Se trata de eliminar cualquier peligro de que el pueblo elija a candidatos que pongan en peligro su triunfo, (es el caso de Lula da Silva, en Brasil, y de Cristina Fernández, en Argentina, cuyo triunfo, en ambos casos, cambiaría el mapa político latinoamericano, con tres gobiernos de izquierda en los países más importantes de Latinoamérica Méjico, Brasil y Argentina .).
Sabemos que es muy importante combatir el cáncer de la corrupción, al menos en casos conocidos, como “las manos limpias”, en Italia, Lava Jato, en Brasil; y los “cuadernos”, en Argentina, que han terminado por destruir, en el caso de Italia, la República de Posguerra, colocando al más corrupto político, Silvio Berlusconi, justamente el dueño de grandes medios privados de comunicación: En Brasil, si impiden la candidatura de Lula da Silva, tendremos a Bolsanaro o los militares. Argentina no tiene otra salida actual que el default, a más tardar en 2020, y después, el diluvio, similar al del 2001.
Alejado de todo cinismo, y aunque odio la corrupción y la mezcla de dinero con la política, a veces los Savonarola, mil veces más peligrosos que los tiránicos Lorenzo El Magnífico, César Borgia y Fernando del Aragón, modelos en El Príncipe, de Maquiavelo. Al fin y al cabo los periodistas responden a los dueños de los medios y los jueces a los dueños del poder.. En un primer momento de furia popular se envalentonan y apresan a los empresarios más importantes del país, pero a los pocos días, con la delación premiada, por ejemplo, en Lava Jato, y con los imputados arrepentidos en Argentina, que ya van 14 personas, los asignan a prisión domiciliaria, donde tienen todas las comodidades de millonarios y, al fin, terminan libres, con un juicio oral que se va demorar entre cuatro y cinco años: El pueblo, siempre olvidadizo, ya “estará en otra cosa mariposa”.
Rafael Luis Gumucio Rivas, (el Viejo)
18/08/2018