Durante años muchos dignatarios, sacerdotes y laicos actuaron como un cartel, una banda de forajidos, toda una cofradía con banda de música y bandera incluida hundidos en un secretismo impenetrable.
Ellos construyeron sus pedestales tan altos que era imposible decirles algo, nunca escucharon, ni siquiera condenarlos por sus dichos podrían ser causa y ser lanzados al fuego eterno, para engrosar el largo listado de impuros y herejes.
Se suponía que en el interior de iglesias los trabajos eran exclusivamente espirituales, dedicados a salvar almas caídas en pecado y llamadas por el pastor para seguir el buen camino que las llevaría hacia el buen lugar, pero la cruda realidad dejó caer la verdad, y la criminalidad amparada desde siempre por las más altas autoridades de la iglesia quedó al desnudo, ante miles de incrédulos, asombrados, y otros que vieron que ellos también hacían lo mismo.
De público conocimiento es que la iglesia chilena siempre ha gozado de ventajas/privilegios/prebendas de todo tipo, dueñas del Te Deum que fue creado para ser instaurado como una actividad de carácter republicana, y que desde hace años es sencillamente una página publicitaria de reproches y monserga para la sociedad civil que no comparte los idearios de las diferentes creencias y prédicas que habitan en la patria.
A pesar de tanto secretismo impuro, eran bastantes conocidas las actuaciones íntimas de diferentes miembros de la iglesia, y el oscuro proceder de sus altos dignatarios. Bastaba sencillamente la intervención de alguna sotana sobre los derechos de la mujer, para que desde el purgatorio salgan obispos y cardenales condenando lo que era un atentado a la vida y ofensa a su Dios.
Todos los parlamentarios y empresarios creyentes convencidos, muchos asiduos a la iglesia de El Bosque en los tiempos del demoníaco Karadima, levantaron los muros más altos para que un país entero no pueda ver la perversión que se paseaba y ufanaba a campo travieso por iglesias, conventos, seminarios, capillas y la catedral misma.
Silencio guardan los empresarios, los mismos que llenaban los bolsillos de parlamentarios de manera transversal, que defendieron y quebraron lanzas por Karadima o el de los Altas Cumbres.
La iglesia chilena no es una pandilla/patota de perversos o alocados. La historia guarda especial respeto por tantos que verdaderamente han trabajado para hacer que el reino de su Dios se haga realidad en la tierra. Están los nombres de Antonio Llidó, sacerdote detenido desaparecido, Joan Alsina, sacerdote fusilado, Woodward, sacerdote detenido desaparecido torturado en La Esmeralda, y el recordado y querido cura Rafael Marotto. Los curas obreros en las poblaciones con su trabajo solidario para esos años de combate contra la dictadura.
El Nuncio Apostólico en Chile guarda silencio, la misma actuación tan diplomática que Angelo Sodano, confesor de la familia Pinochet, asiduo visitante a las propiedades del dictador donde pasaban horas dialogando sobre las bondades del modelo, y de los logros alcanzados por el glorioso ejército chileno el que de forma constante recibía las bendiciones del representante del Papa Karol Wojtyla, soldado enemigo declarado de todo lo que huela o se parezca a laicismo, pero especialmente todo un militante junto a Lech Valesa y su sindicato Solidaridad.
Y no se trata que ahora donde públicamente y con todo el ruido se cayó el árbol de curas y encubridores cómplices, se escriba o se diga abiertamente de quienes han sido, donde todo casi todo era sabido, lo que sucede es que actualmente se derrumbó todo, iglesia, púlpito y confesionario, nombres y sotanas de todas las formas. No está en juicio que los sacerdotes puedan vivir entre ellos sus propias historias personales; eso no está en tela de juicio, todo lo contrario, nada puede ser más ingrato y egoísta que vivir eternamente en algún ropero de convento o seminario pensando lo que pudo ser.
Nada de lo que diariamente comentan los medios de comunicación es sorpresa, todo venía arrastrándose desde muchos años en silencio, todo quedaba bajo las llaves de las grandes puertas de iglesia y catedrales. Entonces la iglesia estaba en la calle dictando normas y condenando formas muy humanas de actuar. Dios se enojaría si se aprueba en divorcio en Chile y el país de hundiría entre algo a lo sucedido en Sodoma y Gomorra, todos abrazarían el pecado como conducta de vida, estaba cerca el fin de todo. Finalmente nada sucedió, la iglesia una vez más equivocaba el camino.
La iglesia, una institución donde las mujeres están determinadas para ser servidoras/empleadas, sin derechos y también abusadas, les llegó la hora para contar sus tragedias, el actuar despótico a su condición, que viene complementar y reafirma lo que sostienen de los justos derechos para las mujeres, ellos afirman que no tienen derechos ni con su propio cuerpo. Ezzati quemó todas sus naves para impedir se legisle sobre la despenalización en tres causales al constituirse en una falta a Dios, y un sacrilegio que tiene el camino del infierno, mientras en su interior las pasiones tomaban cualquier rumbo pisando la dignidad de menores de edad en agresivos y violentos abusos de poder.
Finalmente se está acercando la hora tantas veces esperada, que sea la justicia de los hombres la que intervenga en todos los asuntos que le corresponde. Allí está en mitad de la tormenta Ezzati y su sequito de encubridores, mentirosos y falsos predicadores, enarbolando la misma bandera de todos los que llegan a los tribunales: “Soy inocente y demostraré que lo soy”.