Atención, que vienen curvas… a la derecha. El flamante presidente del PP plantará guerra al soberanismo desde el balcón de Génova, dejará a Franco en su sitio —y a los republicanos, en las cunetas—, mantendrá a los presos etarras lejos de Euskadi, combatirá la "ideología de género", emprenderá una senda aún más neoliberal y, como si no hubiese aprendido del batacazo de Gallardón, defenderá el llamado derecho a la vida, como si la mujer que se somete a una interrupción del embarazo estuviese a favor de la muerte. Pablo Casado, en definitiva, es el futuro de un partido que regresa al pasado, como se veía venir.

 

 

El candidato aznarista a las primarias del PP —que se saldaron con una gran derrotada, la exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, pues la hasta ahora secretaria general del partido María Dolores de Cospedal terminó sumando apoyos a la causa casadista— promete un ciclo enrocado previo a la campaña electoral de los próximos comicios, toquen cuando toquen. Un descenso a una caverna que huele a cerrado, cuyos efluvios nos retrotraen a los lejanos Jaime Mayor Oreja, Federico Trillo y María San Gil, así como a los recientes Jorge Fernández Díaz o al tapado que pasaba por progre Alberto Ruiz Gallardón.

El exministro de Justicia se cocinó a sí mismo a fuego lento cuando lanzó un cabo a los simpatizantes más conservadores con la nueva —y carca— ley del aborto, un regalo envenenado del ex jefe del Ejecutivo Mariano Rajoy, quien dejó que la antaño salsa progre del exalcalde y expresidente madrileño se fuese reduciendo, aderezada por unas picantonas tasas judiciales que terminarían siendo anuladas por el Tribunal Constitucional. Con el gallego fuera de juego, quizás Casado haya pensado que sus ases ante el Congreso del PP estaban escondidos bajo el ala derecha de la gaviota.

Antes citábamos a los ultras —derechistas o católicos—, aunque el repaso resulta somero, pues bastantes ministros, consejeros regionales y altos cargos eran afiliados del Opus Dei y demás sectas católicas, por no hablar de los carguillos que terminaron montando sus chiringuitos electorales o asociativos para difundir su propaganda ultra. Aunque ha sido felicitado por alguno, el nuevo casero de Génova amenaza con llevarse sus huevos del nido tras defender durante la campaña y en el congreso popular tanto la vida como la familia, lo que no sólo implicaría el endurecimiento de la ley del aborto, sino también del derecho a la muerte digna.