Dos empresarios controladores de PENTA, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, cuyas expresiones angelicales y de ternura enternecen hasta el llanto, concluyeron por conmover a los magistrados. Escaparon ilesos, porque no son ningunos lesos, de finalizar en las mazmorras, habilitadas para el pobrerío. A cambio se les condenó a una pena remitida y a pagar una multa que la obtendrán del bolsillo izquierdo del pantalón de mezclilla, que utilizan para ahuyentar la melancolía, mientras riegan el jardín.
Condenados por sinvergüenzas y coimeros, se encuentran obligados a cumplir un programa formativo sobre ética en la dirección de empresas. Algo parecido a lo que deberían estudiar los pederastas en una academia, donde se enseñe moral. Ahí, los dueños de Penta aprenderán el manejo de las tablas de multiplicar, no las que usan ellos. Siempre han creído a pie juntillas, que 2×2 les rendirá 8 o 16 según el caso, si se trata de aceitar la maquinaria de la corrupción. ¿Qué profesores o académicos impartirán la tarea de enderezar a los patizambos? ¿Cuánto tiempo durarán los cursillos? De ser gratuitos, podrían matricularse quienes sienten debilidades éticas, sueños de grandeza, irrefrenables deseos de seducir a ciertos parlamentarios, cuyas oficinas disponen de urnas, como en las elecciones, para recibir estímulos y ayudas hechas con la mano izquierda o con la derecha. Se trata de la cultura del ambidiestro, la cual es sinónimo de democracia.
Nada se dice si estos alumnos de horca y cuchilla, amigos de asolar el océano Pacífico, mientras navegan en sus galeones imperiales, depredando la mar, reprueban sus exámenes de grado. Y al final, si sortean los exámenes, ¿se van a recibir de doctores en ética? Ni si quiera se aclara la duración y contenido del programa y si los alumnos, por seguridad, deben asistir esposados a una sala de clases, habilitada en la penitenciaría. Menos aún se sabe si recibirán la enseñanza en sus casas, rodeados del confort, junto a la chimenea encendida, el whisky y los bocadillos próximos a la mano. En un país donde imperan las categorías sociales y se rinde culto al poder, se deben aceptar estas granjerías de siglos. De lo contrario, se caería en el desprestigio. No es lo mismo nacer en una sala común de un hospital, en la comisaría, que en la clínica, donde las parturientas dispones de dos habitaciones. Hay una diferencia entre quienes se ensucian las manos cuando trabajan, y quienes utilizan manos enguantadas para delinquir. Estos cursos, debido a su orientación y objetivo que ennoblece y entusiasma nuestra ingenuidad, deberían ser impartidos en las cárceles. No olvidemos que allí llegan estafadores, pillos y ladrones, que al salir libres —si salen— podrían emprender una actividad empresarial. Al quedar inmunes por haber seguido un programa formativo sobre ética, no deberían delinquir otra vez.
Hablarles de ética a estos señorones de doble pechuga, resulta descabellado e inútil, como pedir a un cerdo que vuele. Es cierto que, debido al avance de la ciencia aeronáutica, bien podrían los cerdos volar en un tiempo cercano. Estos dos alumnos aventajados en el arte de la coima tóxica, que en meses van a iniciar ese cursillo algo secreto sobre ética, igual proseguirán amando al becerro de oro. Para amenizar esta ópera que bien podría ser de Richard Wagner, se encuentra ligado a la pandilla, Pablo Wagner, que no debería ser pariente del compositor alemán. Cómo olvidar en esta reflexión de invierno, al joven que murió quemado en la cárcel de San Miguel, detenido por vender discos piratas.