Noviembre 15, 2024

Artículo de Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de México

Hace alrededor de dos años el futuro presidente Donald Trump y sus asesores comenzaron a estudiar de manera sistemática el ánimo de los estadounidenses. Entre los sentimientos más frecuentes encontraron la decepción, la irritación, la ira, la tristeza y la desesperación. En política el método no tiene nada de extraordinario, sobre todo para aquellos que tienen el dinero suficiente para pagar este tipo de estudios cualitativos. Los trabajos desembocaron en un pormenorizado diagnóstico con evidentes fines electorales. Sólo restaba aprovechar este humor general, volverse su portavoz y avanzar en su interpretación con la esperanza de que impregne a toda la sociedad. Con un argumento impactante: los mexicanos y los musulmanes se volvieron indeseables en Estados Unidos.

 

Mucho antes de la asunción del candidato republicano, era evidente que su campaña antimexicana no se originaba en un análisis económico de su país, sino que obedecía [y obedece] a intereses políticos: algunos quieren sacar provecho del sentimiento nacionalista estadounidense.
El contenido de su mensaje, sus técnicas de comunicación así como su propaganda se inspiran en la “teoría del espacio vital” [Lebensraum], formulada en el siglo XIX por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel. Según esta doctrina, el expansionismo y el imperialismo se justifican en la medida en que permiten al Estado asegurar el bienestar de su población. Así como existía una fuerte preocupación popular por la inflación en la Alemania de los años 30, Estados Unidos enfrenta hoy el problema del desempleo, el subempleo, la deuda y los bajos salarios. Pero intentar trasladar la responsabilidad de estas dificultades a determinados grupos sociales o culturales –ya sean nacionales o extranjeros– no es sino una maniobra política.

Desde el 20 de enero de 2017, estos dirigentes políticos –hábiles pero irresponsables– han amenazado con construir un muro en la frontera con México para hacer de Estados Unidos un enorme gueto. Peor incluso: México debería pagar por la obra, cuya construcción ya fue decidida y debería comenzar en abril. Como si no fuera suficiente, la Casa Blanca amenazó con anular el Tratado de Libre Comercio de América del Norte [TLCAN], vigente desde 1994. Pidió a las empresas estadounidenses retirar sus inversiones de México y prometió que tres millones de mexicanos serían deportados en los próximos meses. Al anunciar su candidatura, el 16 de junio de 2015, Trump ya había declarado: “Cuando México envía a su gente, no envía a los mejores. No te envían a tí. Mandan gente que tiene muchos problemas y ellos nos traen esos problemas. Ellos traen drogas, traen delincuencia, son violadores” [Excélsior, 17 de junio de 2015]”.

México no “envía” a nadie a Estados Unidos. Cientos de miles de personas dejan el país para intentar ganarse la vida. Con frecuencia escapan de la violencia o de una situación económica catastrófica.
Los verdaderos responsables

Desde el triunfo de Donald Trump, el 8 de noviembre de 2016, avizoramos que la relación de México con Estados Unidos iba a complicarse. Ese mismo día expresamos nuestra solidaridad con todos los migrantes. México no es una colonia ni un protectorado de ninguna potencia extranjera. Ante cualquier circunstancia, afirmamos nuestro derecho a la soberanía frente a la Casa Blanca, sin importar quien sea su locatario.

El primer paso del Movimiento de Regeneración Nacional [Morena] fue solicitar al presidente Enrique Peña Nieto una actitud firme. No la tuvo ni la ha tenido. El segundo, poner nuestra organización a disposición de nuestros compatriotas en Estados Unidos para brindarles ayuda jurídica. La tercera, invitar a los mexicanos a unirse para responder a la amenaza que enfrentan.

Nosotros nos fijamos dos tareas prioritarias. Por un lado, persuadir a los estadounidenses de que están siendo víctimas de un discurso demagógico pseudo patriótico que busca ocultar la enorme crisis económica que los afecta. Por otro, explicarle a los mexicanos la importancia de su trabajo del otro lado de la frontera así como el impacto sobre sus vidas de las dificultades que padece nuestro país desde hace treinta años.

A los primeros tenemos que decirles que los mexicanos [o los extranjeros en general] no son los responsables de su situación. Los problemas económicos que sufren los trabajadores, los granjeros y los empresarios estadounidenses son el resultado de malas decisiones políticas, de los privilegios que conservan algunos y de la mala distribución del ingreso, tanto en su país tanto como en el nuestro. En Los Ángeles, El Paso, Phoenix, Chicago, Washigton y Nueva York repetimos el mismo mensaje: si no tienen trabajo, si cobran salarios de miseria o si viven en malas condiciones, la responsabilidad es de su gobierno.

Tras la crisis de 2008, por ejemplo, Washington decidió el salvataje de los organismos financieros en quiebra, gastando más de 16 billones de dólares entre 2008 y 2013 en detrimento de la población. Años más tarde, el gobierno estadounidense intentó reducir el peso de la deuda realizando un recorte en los servicios públicos de 85 mil millones de dólares [El País, 26 de febrero de 2013]. Se estima que la deuda de Estados Unidos, en la actualidad, alcanza los 17 billones de dólares, a pesar de que entre 2005 y 2012 14.287.687 personas fueron expulsadas de sus viviendas.

Otra prueba de la manipulación de la Casa Blanca: omite decir que la contribución de los mexicanos que viven en territorio estadounidense [incluidos los de segunda y tercera generación], equivale al 8% del Producto Interno Bruto [PIB] según la Fundación Bancomer [2012]. Entre los trabajadores no sólo hay campesinos y obreros en las fábricas, sino también maestros, médicos y empresarios. Se trata de ciudadanos que pagan sus impuestos y que, colectivamente, envían a México cada año más de 24 mil millones de dólares para ayudar a sus familias.

La emigración se explica de manera directa por la orientación neoliberal de los sucesivos gobiernos mexicanos, orientación cuyo fracaso forzó a una parte de la población a huir. No hay nación en el mundo que pueda resistir el estancamiento de la producción de la riqueza durante treinta años. A esto hay que sumar la violencia y la corrupción, de la que México es uno de los exponentes internacionales. El último informe de Transparencia Internacional ubicó al país en el puesto 123 sobre 176 países.

Las soluciones

Desde su asunción, Trump no atenuó para nada su discurso antimexicano. Lamentablemente, México no juzgó necesario reaccionar. Le correspondía al presidente Enrique Peña Nieto denunciar los proyectos estadounidenses ante la Organización de las Naciones Unidos [ONU]. Nos hemos encargado nosotros con la presentación, el 15 de marzo, de una queja en la oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos que, precisamente, fue creada para promover el diálogo y el respeto entre las naciones.

¿Las amenazas de Trump pretenden avivar la xenofobia y el racismo?
Respondemos presentando un programa de desarrollo capaz de relanzar el crecimiento, crear empleos y mejoras las condiciones de vida de los mexicanos. El objetivo: enfrenar al mismo tiempo las causas que originan la emigración, la inseguridad y la violencia. No se resuelven los problemas sociales por la fuerza o erigiendo muros, sino mejorando las condiciones de vida de la gente.

La manera más humana –y eficaz– de reducir el flujo migratorio mexicano sería relanzar la actividad agrícola, apoyar a los sectores productivos, crear empleos y mejorar los salarios. Y lo más rápido posible. Nadie sabe cuál será la capacidad de Washington de resolver el problema de la corrupción en su país; por nuestra parte, pretendemos erradicarlo. Con ello, podremos destinar importantes recursos para mejorar las condiciones de vida y de trabajo en nuestro país.

El gobierno que queremos encabezar se mostrará siempre respetuoso con Estados Unidos, pero por ello no renunciará a hacer valer nuestra soberanía. Defenderemos incondicionalmente el derecho de nuestros conciudadanos a ganarse la vida trabajando honestamente donde lo deseen. Y no daremos el brazo a torcer: la mejor relación bilateral que podemos entablar con Estados Unidos es aquella que reposa en la cooperación para el desarrollo.

¿Quién sabe? Tal vez logremos convencer a Trump de que su política exterior es equivocada. Esta es una batalla que debemos dar en el terreno de las ideas. Es una lucha contra los que atizan el egoísmo, y contra la actitud de rechazar a los que no pertenecen a nuestra clase social, a los que no provienen de nuestro país o a los que no comparten nuestras creencias religiosas. Incitar al odio contra los migrantes es una forma de atentar contra la humanidad en su conjunto. Las migraciones son fundamentales para todas las naciones y Estados Unidos ofrece el mejor ejemplo. La riqueza de una cultura reside en la suma de todas las influencias que tuvo: las lenguas, los saberes, etc. Y si no logramos convencer a su dirigente, apostamos a que el pueblo estadounidense no tolerará ni el muro, ni la demagogia travestida en patriotismo.

*Andrés Manuel López Obrador [AMLO] es Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Movimiento de Regeneración Nacional [Morena] y candidato triunfante en la elección presidencial del 1 de julio de 2018.

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