Noviembre 14, 2024

Oswaldo Zavala: “El Chapo Guzmán es la mayor ficción de la supuesta guerra del narco”

¿De qué hablamos cuando hablamos del narco en México? ¿Qué significa que los cárteles ponen en jaque al estado, que la guerra arrecia en Guerrero, Tamaulipas, Jalisco o Michoacán? ¿Qué es un sicario, una plaza, un halcón, qué es esta matazón que desangra al país desde hace años?

 

Son palabras, expresiones, que aparecen en informes oficiales, en la prensa, las revistas, las novelas, las series de televisión… Y sin embargo, ¿qué significan? ¿Hacemos bien al usarlos, al decir "guerra del narco", al asegurar que El Chapo, Los Zetas o Jalisco Nueva Generación "controlan una plaza"? Oswaldo Zavala (Ciudad Juárez, 1975) dice que no. Un rotundo no.

Los Cárteles No Existen (Malpaso, 2018), su último ensayo, cuestiona la narrativa oficial construida en torno a la violencia en el país. Porque no hay guerra entre cárteles, dice Zavala, porque la guerra entre cárteles es una explicación entendible, digerible, de las decenas de miles de muertos y desaparecidos que deja el conflicto, carnaza de tuit. Por eso dice supuesta: supuesta guerra, supuestos cárteles, supuestos líderes criminales. Supuesto todo: "Mi interés es mostrar que hay un discurso que construye un enemigo que está por todas partes y que es el principal actor de la violencia. Y luego comprender qué hay detrás de él, un sistema político que echa mano del lenguaje para avanzar en estrategias que de otro modo resultarían inaceptables."

Pregunta: Y si lo cárteles no existen entonces, ¿qué existe?

Respuesta: Los carteles no existen pero la violencia de estado sí. Tenemos que comprender que estos tiempos violentos tienen relación con la historia del sistema político. El sistema político es la mayor condición de posibilidad de violencia en el país. A partir de la historia del estado podemos comprender qué es eso que llamamos narcotráfico. La idea de cartel es una idea recibida, creada por el discurso securitario de Estados Unidos en los 80, para hablar de los traficantes colombianos. Y que en México se volvió útil a la par de otra narrativa, que permite muy rápidamente, muy simplemente, darnos una idea concisa sobre la violencia. Y que permite justificar estrategias estatales.

La verdadera colombianización no es el Chapo, o los narcos atacando a la sociedad civil, sino la respuesta del estado

P: Distingue tres fases en las relaciones entre los grupos delictivos y el estado. Una primera, primitiva, que corresponde al México previo al poderoso despliegue de la Dirección Federal de Seguridad -el temible órgano contrainsurgente del estado priista. La segunda que nace con la Operación Cóndor en los 70 y la organización de los traficantes sinaloenses en Guadalajara y luego el desmantelamiento de la DFS y la pérdida de poder del PRI ¿Y ahora qué?

R: Yo empezaría con la Operación Cóndor. En el 75 es la primera acción militarizada concertada entre EE UU y México para atacar el triángulo dorado -una región de cultivos de amapola y marihuana entre Sinaloa, Chihuahua y Durango. 10.000 efectivos llegan al triángulo dorado, quemando, despoblando. Hay un éxodo masivo de campesinos a Culiacán, Sinaloa… Eso no se vuelve a repetir hasta el Gobierno de Calderón. Al menos con esa gravedad. A partir de ahí, el sistema político concibe una estrategia nacional de gestión del tráfico. Marginan a los traficantes del poder político y producen la Federación, disciplinada por la DFS y el Ejército.

La segunda etapa inicia cuando se agota la amenaza comunista global y EE UU se queda sin enemigo securitario. Se cae la Unión Soviética y el presidente Reagan recodifica los objetivos securitarios para pensar ahora en el narcotráfico como la nueva agenda de seguridad nacional. Y se hace de un día para otro. Hasta entonces el narco era una cuestión policiaca (…) Aunque la agenda securitaria empieza en 1989 con CISEN -el servicio secreto, que sustituye a la DFS-, es con Calderón que se colombianiza México. Es decir, la verdadera colombianización no es el Chapo, o los narcos atacando a la sociedad civil, sino la respuesta del estado.

P: ¿Cómo casan sus argumentos con situaciones como las vividas en Jalisco estos meses, la desaparición de los estudiantes de cine y su asesinato; el atentado contra el exfiscal en pleno centro de Guadalajara? Si los cárteles no existen, entonces, ¿qué es todo eso?

R: Parte del problema es este. Queremos respuestas rápidas a lo que necesita trabajo periodístico. Estamos acostumbrados a recibir una explicación que nos tranquilice, que nos haga entender la lógica de la violencia. Y eso es parte de la manera en la que el discurso oficial se ha instalado en la esfera pública con tanto poder. Hay un tiroteo, la gente sale muerta e inmediatamente se significa para nosotros por medio de voceros oficiales: 'Es que está el Cartel Jalisco, que además tumbó un helicóptero y hay un operativo para detenerlos'. Y entonces todos los periodistas anotan todo, fue el cartel y se acabó. En un país con un índice de impunidad extraordinario, me sorprende la facilidad con que aceptamos el relato oficial.

Estamos acostumbrados a recibir una explicación que nos tranquilice, que nos haga entender la lógica de la violencia

P: Supongo entonces que El Chapo y su historia le parecen la mayor de las ficciones

R: Totalmente, cuando lo detienen en Sinaloa en el departamento (en febrero de 2014), está solo con su mujer. Y un reportero de The New York Times, azorado, dice, '¡qué loco, no hay túneles, soldados, no está su ejército y lo capturan ahí como si nada, increíble!'… ¡No, posiblemente es su realidad! Lo increíble es que creas que tiene 300 soldados. ¿Quién los ha visto? Nadie.

P: Sí. El Chapo es el actor principal de esta comedia que usted llama guerra del narco, supongo que la fuga del túnel es su historia favorita –en julio de 2015, las autoridades informaron de la fuga de El Chapo de una cárcel de máxima seguridad a través de un túnel.

R: No solo es inverosímil, sino que presenta un reto periodístico. ¿Quién produjo ese túnel? A mí me fascinó que todo el mundo se esmeró en describir el túnel, cómo estaba ventilado, pero nadie cuestionó que si lo había hecho o no la gente de El Chapo. Sí, se dijo que le ayudó gente de la prisión, que él corrompió. Pero fue de él la idea y gracias a sobornos lo logró. Es decir, nunca nada fuera de la narrativa oficial. Se sigue creyendo que él es factor de origen de estos eventos. Y me parece increíble que se obvie que hay intereses políticos en su fuga.

P: Entonces, ¿esta construcción teórica que usted denuncia sirve para tapar casos de corrupción? ¿O cuál es la intención? ¿Hay una, varias?

R: Hay una enorme discontinuidad en cómo se utilizan esas narrativas del narco. A veces hay recursos naturales de por medio, a veces una disputas entre grupos de poder. Tomemos el caso de Chihuahua. Allí son grupos de poder poderosísimos aliados con empresarios que están dilapidando la sierra, hay enorme extractivismo en la sierra, cosa que reporteó Miroslava Breach (asesinada hace poco más de un año). Esto que llamamos narcopoder en realidad son estos grupos de rapiña que están en la tala de árboles, haciendo chingadera y media y que se alían con empresarios y políticos, priistas en el caso de Chihuahua, que en la transición -el PAN alcanzó la gubernatura poco antes del asesinato de Miroslavas- estaban siendo amenazados. ¿Qué mejor idea que desestabilizar de entrada el estado, crear una nueva guerra y desviar la atención?

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