Noviembre 15, 2024

Ricardo Ezzati: “perdón y misericordia”

Pocas personas recuerdan el “se está desgranando el choclo”, palabras pronunciados por el general César Mendoza, a propósito de la participación de Carabineros en el vil y cruel asesinato de los degollados. Con la petición de perdón y misericordia, por parte del cardenal Ricardo Ezzati, ocurre algo similar a lo acontecido con “Mendocita”, en el sentido de que produce risa por lo extemporánea.

 

 

Desde que el Papa Francisco destapó, en algunos casos, los delitos de quemar documentos comprometedores de los archivos de la iglesia chilena, (lo que constituye claramente obstrucción a la justicia), además de los graves pecados de narcisismo patológico, abuso de autoridad y de conciencia, asociación ilícita para violar y manosear a niños y adolescentes, clericalismo, verticalidad, el creer que los curas son superiores a los laicos por estar investidos de poderes divinos e, incluso, apelar a la infalibilidad – que no poseen -, en la pretensión de  convertir a la iglesia jerárquica en “ramera” de los ricos y a Jesús en un “ginecólogo”, ahora los obispos, al unísono, repiten – no sabemos si es sincero – que siente vergüenza por sus actos y apelan a la petición de perdón al pueblo de  Dios.

El Papa sólo es infalible en cuestiones de dogmas y moral, por consiguiente, como hombre de carne y hueso, comete errores y a veces pecados en el ejercicio de su ministerio. La petición de perdón del Papa Francisco parece sincera, y ahora veremos si se condice con sus actos. La de los obispos parece más falsa que Judas: se les nota que lo hacen como un rito para protegerse o, a lo mejor, salvarse de la justicia – sea eclesiástica o civil -.

La religión tiene su base profunda en la fe, y sin ella, el Nuevo Testamento serían solo cuentos que relatan la vida y milagros de un judío, acompañado de 12 discípulos y que crucificado por “revolucionario”, hacia el año 33, según el calendario gregoriano. Como dice San Pablo, sin la fe, la caridad carece de todo sentido.

Según el Papa, la iglesia se identifica con la élite chilena, pero así ha sido siempre en nuestra historia. Diego Portales es uno de los grandes líderes de la oligarquía, un “santo” comerciante, que se robó los dineros del estanco del Tabaco. En una ocasión le dijo a su amigo, Mariano Egaña: “…usted cree en Dios, yo creo en los curas…”. Voltaire, que odiaba a la iglesia, sobre todo a los jesuitas y jansenistas, estaba muy lejos de despreciar a los curas del campo, pues eran imprescindibles para mantener tranquilos a los pobres, con la promesa de la vida eterna. Una buena sociedad es la que logra que unos pocos ricos logren hacer trabajar a los pobres. Para el Opus Dei, por ejemplo, la mejor empleada doméstica es la que ofrece su trabajo a Dios como sacrificio, a la vez que canta loas a sus patrones.  

Lo que ocurre actualmente en la iglesia chilena es que los fieles  no creen a los obispos, ni en los sacerdotes, ni siquiera en lo que rezan: la desconfianza es tal que toda ceremonia eclesial que realicen parece más una “misa negra”, y hace más creíble a los “santeros”, incluso a los pastores protestantes, que a los mismos consagrados de la iglesia católica.

Afortunadamente, aún quedan algunos sacerdotes, verdaderos apóstoles de Jesús, que ayudan a mantener la fe en la iglesia Pueblo de Dios, entre quienes se cuenta al padre Percival Cowley, de la Congregación de los Sagrados Corazones, que antes fue tratado de mentiroso por el entonces cardenal, Francisco Javier Errázuriz, cuando pretendió exponerle los abusos de Karadima. En el programa Mesa Central, de Canal 13, uno de los panelistas recordó que en un artículo del Superior de los SS CC relataba que, en la Comunión, un obispo colocó en el último lugar de la fila a unas pobres monjitas, que habían ocupado los primeros lugares. Percival agregó, en una frase memorable: “¿Cómo sobrevive la iglesia cuando hace tantas tonterías?”( la cita no es textual)

La iglesia chilena se ha dedicado a revestir de santidad al sucio dinero y bendecir los abusos de los más ricos A los pobres sólo los usa para lo que se llama “religiosidad popular”: montar a caballo en la fiesta de Cuasimodo, ir de rodillas al Santuario de Lo Vásquez a pagar mandas y formar parte de las Cofradías de  Diabladas en la Fiesta de la Tirana.

Alimentar la religiosidad popular está muy bien, pues la iglesia jerárquica necesita a pobres para hagan trabajo para los ricos, y que no se metan en “los asuntos de la iglesia” como lo hacen las Comunidades Cristianas de Base, inspiradas en la Teología de la Liberación. La iglesia chilena actual  diría “queremos pobres, pero no rebeldes”.

Es loable que haya sacerdotes ejemplares en las poblaciones, como el padre Felipe Berríos, en Antofagasta, y unos cuantos más que siguen el evangelio en las distintas provincias del país, pero que no se les ocurra denunciar el abuso de los encubridores.

Está muy bien acoger a las víctimas de abusos de poder y de conciencia y sexuales, pero que se queden callados y no denuncien, en forma profética, acusando a algunos de ellos de criminales – lo ha hecho James Hamilton, víctima de Karadima -.

El acto de pedir perdón, cuando se convierte en un sinsentido, es sumamente fácil y, además, cuenta con muy buena acogida en los medios de comunicación de masas y, en un segundo, pasar de lobo a pastor, pero los fieles actuales ya no son tan ingenuos como en el  cuento de Caperucita Roja.

Dentro de la Conferencia Episcopal uno de los pocos que se salvaba era Alejandro Goic, obispo de Rancagua – antes había defendido con vehemencia el salario ético -, y como el ambiente infectado, igual que la peste, termina por contagiar a todos, Alejandro Goic cometió los mismos errores de sus hermanos en la jerarquía eclesiástica.

Canal 13, en una de sus investigaciones, dio a conocer una verdadera mafia de sacerdotes, en Rancagua, que se hacen llamar “la familia”, tomando nombres femeninos, en una jerarquía que desde la abuela, pasando por las tías y las nietas, que se dedican al abuso de niños y adolescentes en prácticas homosexuales. Quien se lleva las palmas es el cura Rubio, de Peralillo, que enviaba fotos suyas desnudas, por internet, y que amenazaba a la víctima con bajarle los calzoncillos de un solo golpe.

Si el Papa no limpia de raíz la mafia que ha invadido a la iglesia jerárquica será muy difícil que salga de esta crisis de confianza y de fe en que se ha sumido, y termina siendo en realidad el opio de los pueblos.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

22/05/2018              

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