A fines del siglo XIX y comienzos del XX algunos anarquistas adoptaron la estrategia de la propaganda por los hechos: usar el atentado para combatir a la clase dominante e instaurar la acracia.
En esa época se sucedieron los atentados contra reyes, príncipes, princesas, válidos y primeros ministros, y el más famoso de los dinamiteros fue el anarquista Ravachol, que dio nombre a una famosa canción con ritmo de la Carmachol, (cántico de la Revolución Francesa).
Una de las estrofas decía:
“Hay senadores gagá,
Hay diputados corruptos,
Hay generales asesinos,
Hay asesinos, verdugos y carniceros con uniforme,
¡Viva el sonido de la explosión!
Hubo un ácrata que se tomó en serio la letra de esta estrofa, Augusto Vaillant quien, en 1983, lanzó una bomba de ruido en la Asamblea Nacional, acto que le costó la vida.
Émile Henri lanzó una bomba en el Café Terminus, de la Estación Saint Lazare, que terminó con la vida de muchos ciudadanos comunes y corrientes, (hoy diríamos de clase media); al declarar ante el juez dijo que lo hacía “para enseñarle a estos miserables a no venderse a sus amos”.
Luigi Lucheni terminó con la vida de la famosa Sisi, emperatriz de Austria Hungría (quien casó con un viejo despreciable, el emperador Francisco José).
En España, Juan Oliva protagonizó un atentado contra el rey Alfonso XIII, que bien le hubiera valido morir heroicamente a terminar su vida en el exilio.
El atentado más famoso fue el de Sarajevo, llevado a cabo por Gavrilo Princip, contra Francisco Fernando y su esposa Sofía, heredero del trono austro-húngaro, (entre otros antecedentes condujo a la Primera Guerra Mundial, con un saldo de 9 millones de muerto).
Gracias a los avances científicos y tecnológicos, hoy no se hace necesario el empleo de la pólvora, ni de las bombas de ruido: para asustar o derrocar a un Presidente sólo se requiere de un móvil que saca fotos y de una pequeña grabadora, escondida en los lugares más inesperados.
En Perú, por ejemplo, el diputado por Puno, Moisés Mamani, introdujo en su reloj de pulsera una grabadora que permitió guardar en su memoria sus conversaciones con Kinji Fujimori y sus compañeros Buenaventura y Bocanegra, además del ministro de Transportes, quienes le prometían jugosas sumas de dinero a cambio de su voto en contra de la vacancia del Presidente Pedro Pablo Kucszynski .
La conferencia de Prensa donde intervino el diputado en cuestión permitió la formación de la mayoría para vacar a PPK, provocando una guerra casi fratricida entre los dos hermanos Fujimori, Keiko, y Kenji.
En Chile, acaba de ser publicado el libro de Gabriela García, Leigh, un general republicano. La esposa del general de Aviación y ex miembro de la Junta Militar confiesa que su marido, introduciéndose en su uniforme un pequeño micrófono, adquirido en Miami, grabó muchas de las conversaciones con Pinochet y con los demás miembros de la Junta de gobierno. El general, hoy fallecido, fue culpable de muchos de los tormentos aplicados ex oficiales en la Academia de Guerra de la FACH, no cabe duda; el director, en ese entonces era el general Fernando Matthei, también culpable de muchos de los crímenes.
Grabar conversaciones es un delito que merece todo el perdón posible. Gracias a este histórico libro sabemos, con pruebas documentales que el granuja de Pinochet ordenó a la DINA exterminar al ex ministro Orlando Letelier, como también atentar contra Bernardo Leigthon, en Roma, entre los más connotados.
El libro incluye una carta de Mariana Callejas, (pareja de Michael Townley ), en la cual relata los numerosos atentados perpetrados por la DINA, tanto dentro del país, como en el extranjero.
En las Memorias del General Carlos Prat se recuerda que le había dicho a Salvador Allende que había sacado a un general tonto, como César Ruiz Danjeau, para colocar al general Leigh, el más astuto y anticomunista de los generales de Aviación,(citado tomada de Tomas Mosciatti en entrevista a Gabriela Garcia) y lo probó aquel 11 de Septiembre cuando dijo que había que extirpar de cuajo el cáncer marxista, presentándose, en el inicio, como el más violento de los cuatro generales.
El querer pasar a la historia como un adepto de Mahatma Gandhi y presentarse ante la historia como una blanca paloma es una manía de estos cobardes que son los dictadores. Carlos Ibáñez del Campo y el boliviano Hugo Banzer, lo lograron, pero a otros la muerte los sorprendió antes de intentarlo, que es el caso de Augusto Pinochet y de Gustavo Leigh, así su esposa trate de presentarlo con ridículo título de “general republicano”.
Sería recomendable a los poderosos desnudar y revisar en detalle su humanidad antes de pronunciar una sola palabra ante cualquier contertulio, pues la grabadora es un arma más letal que la pólvora.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
11/05/2018