En el principio de los tiempos, a las movilizaciones de los estudiantes pocos daban alguna importancia. Ni el gobierno con su estupidez genética, ni la izquierda en su sonambulismo que parece eterno, ni
En el caso del gobierno, las movilizaciones de los estudiantes, de las cuales se hablarán en los próximos cien años, han desnudado su inexistente vocación democrática que en los últimos años ha ocultado su carácter déspota, odioso e intolerante. Refugiado en sus retaguardias y oficinas secretas, cada día que pasa pone a prueba su capacidad de inhibir las soluciones que en la historia han sido sus recursos más eficientes: la represión, la persecución, la dictadura.
La izquierda chilena se mantiene sonámbula y desintegrada. Sin dar con el secreto de su más complicada fórmula unitaria, intenta artilugios inútiles que terminan de desarmarse cuando proponen los mismos derroteros fracasados en largos años de probar idénticas fórmulas. A su haber puede exhibir un hecho indesmentible: las movilizaciones han llegado donde están por el concurso diseminado pero laborioso de muchas izquierdas e izquierdistas. En ellas no ha estado
Y tampoco ha estado
Hoy amaneció domingo en pleno miércoles. Una atmósfera extraña abrió con el día. La certeza de que algo pasa, confirmado por el silencio del escaso movimiento de las calle, es mucho más patética en la declaración de las autoridades en el sentido de que todo está normal y todo funciona como todos los días.
Tras el silencio de la ciudad que se niega a ser como todos los días, se puede suponer el temor en el bunker y sus oficinas secretas.
Los estudiantes han abierto el silencio guardado por tantos años y a caballo de su valor, han llevado las cosas al extremo de erigirse en lo mejor del espíritu libertario y democrático de Chile. Hay una valentía insobornable en la parada limpia de los muchachos, en su manera de decir las cosas sin el bozal del eufemismo, ni el vericueto del chamullento profesional, nacido entre los príncipes de los últimos años.
Uno de los mejores ejemplos de estos hijos del acomodo oligárquico contemporáneo, es el senador Ricardo lagos Weber. Gozador de los subproductos de la recuperada democracia sin haber tirado una piedra durante los tiempos duros, luce hoy sus insignias de congresista mediante el expediente del abuso de sistema binominal y su tendencia a la auto reproducción del poder entre parientes, amigos y colegas.
El ex ministro de Estado de Michelle Bachelet, que justificaba no sólo la represión al Movimiento Pingüino del año 2006, sino que justificaba su política educacional sin que se le moviera un músculo de la cara, dejó
Entusiasta estudiante de magísteres y doctorados en el extranjero mediante becas otorgadas en el gobierno de Patricio Aylwin y de su padre Ricardo Lagos Escobar, luce un currículum digno de un hijo concebido por el arbitrio del poder en los últimos treinta años.
Hoy, desafiando la memoria de la gente y obviando la enseñanza que emana del silencio de muchos, dice lo que piensa, exige cambios y reconoce lo que a su juicio fueron debilidades de sus gobiernos. No hubo voluntad ni fuerza para hacer los cambios, dice con singular descaro.
El senador Lagos Weber sabe que tiene que decir lo que dice como una manera de exorcizar lo maligno de su pasado, espantar los espíritus de los mapuches asesinados por sus gobiernos y espantar la pavura que deberían generarle los padecimientos de tanta gente humillada y despreciada por sus gobiernos tan queridos.
Lagos Weber es el hijo que representa un gen, una familia, un tipo de chilenos tocados por la varita del éxito y la vida bella. Un antípoda del que vive en los barrios que sus gobiernos hicieron en las postrimerías de la ciudad, con hospitales de muerte, escuelas de vergüenza, droga en oferta y delincuencia con números azules.
El senador representa a una especie que se bate en retirada, a la que nadie cree y quienes no puede, pobre de ellos, asistir a una manifestación sin temer por su seguridad. No es gente de este tiempo ni del que viene.
Bien haría Lagos en renunciar a sus prerrogativas y pedir perdón por cadena nacional. Quizás un gesto de esa magnitud lo salve de los coletazos inevitables de la historia que ya se estará escribiendo de este tiempo, en la cual saldrán no pocos mal parados.
Mientras lo piensa, quizá sería bueno guardar profiláctico silencio.