En mi calidad de chileno nacido en Requínoa, pueblo de cuyo nombre sí me seduce recordar, le escribo la presente carta de súplica. No me avergüenzo en solicitar a usted señoría, en su calidad de presidente de la república de nuestro zarandeado país, donde la fetidez a dictadura todavía prevalece, un cargo político. Es de importancia que en su gobierno, también lo integren anarquistas o si usted prefiere, moros o librepensadores.
Desearía ser embajador en un país minúsculo, perdido en la geografía, por ejemplo la Cochinchina —aunque no sé hablar ni una palabreja de cochinchino— para dedicarme a la nada. Tumbarme al sol a cada hora y bañarme en el mar, acompañado de un séquito de nativas. Realizar caminatas por desconocidos senderos y atajos, donde no existan celulares, ni conexión a Internet. Menos aún TV, cansado de ver tanta imbecilidad en nuestros canales. La farándula, y usted muy bien lo sabe Excelencia, porque le gusta a rabiar, nos mantiene alienados, hablando a toda hora por celular y pensando cómo obtener créditos.
Ahora, si los cargos de embajadores se encuentran asignados a dentelladas, escupitajos y puntapiés en las canillas, pues el de Argentina lo va a servir su hermano, aceptaría ser cónsul donde no aparezca nadie. Como sé que la actividad diplomática es muy apetecida y ya estaría copada por los pedigüeños de siempre, aceptaría a cambio un ministerio que se cree para satisfacer mis modestas aspiraciones de zángano.
El Ministerio de la Pereza, por ejemplo. De seguro, nombraría como asesores a mis amigos tan viejos y gagá como yo, que van a las plazas a darle de comer a las palomas. Aunque estos sinvergüenzas, como lo escribí hace un tiempo en El Clarín, concurren ahí a mirarles el rabel a las niñeras.
Excelencia; también me acomodaría el Ministro de la Cultura, aunque ya hay una señora designada. Ahí sí me gustaría trabajar sólo en las tardes. No olvide que privilegio el ocio. De inmediato, pediría que se suprima el IVA a los libros, al cine, al teatro y exigiría que los funcionarios públicos, ministros, parlamentarios, militares, leyeran un libro al mes. Sé que terminarían odiándome, y mi legítima aspiración apunta a que me quieran.
Menos aún le haría asco al Ministerio de Relaciones Exteriores, el que sirve un plumífero ataviado de vanidad. Nada de ladrar y mostrar al vecindario las garras de león de circo pobre, que en vez de rugir, maúlla como gatito faldero. A veces siento envidia por los países que no limitan con nadie.
Ahora su Señoría, émulo de los Rockefeller, si no hay cargos de tanta responsabilidad y relevancia, aceptaría ser Administrador del Cementerio General. El poeta Sergio Macías, quien se exilió en México y ahora vive en España dedicado a escribir como los dioses del Olimpo, lo fue en 1972 del Metropolitano de Santiago. Refería que se quedaba hasta tarde en su trabajo, consagrado a escribir, junto a un mausoleo, alumbrado por la luna. Agregó nostálgico: “Los muertos habitan en paz las necrópolis, porque han dejado de tenerle miedo a la muerte. Quizá es el lugar ideal para la creación”.
En vuestras muníficas, sabias manos de estadista nepotista y ex banquero, Excelencia Ilustrísima, pongo a su disposición el futuro de mis humildes aspiraciones de servidor público. Aunque me trasforme en servidor privado, apenas asuma el cargo, debido a las tentaciones del vil metal.
Excelencia, juro eterna lealtad hacia usted, y seré el primero en defenderlo, cuando lo ataque la oposición dirigida por rojillos, ácratas y los estudiantes irresponsables que saldrán a desfilar por las calles. Jamás van a entender que usted anhela sacrificarse por el país. Darse gustillos burgueses, pescando en el mar del Perú. Prometo escribir artículos, panegíricos, poemas yámbicos, destinados a exaltar su figura de prohombre. Incluso me obligo a escribir sus memorias, no las “Memorias de un desmemoriado”, como las tituló no me acuerdo quien.
Ojalá esta carta rogativa llegue a sus generosas manos, antes que los pedigüeños adictos a ensalzarlo, a los beatos que van a quemar incienso para que Dios ilumine vuestra mente, lo atiborren de peticiones.