El 9 de abril de 1948, pocas horas después del asesinato de su esposo, Jorge Eliécer Gaitán, Amparo Jaramillo sentenció: “Si Dios existe, es mi enemigo que permitió esto. Prefiero pensar y creer que no existe”. Esas palabras las escuchó su hija, Gloria Gaitán, quien 70 años después del asesinato de su padre insiste en la responsabilidad de las altas jerarquías de la Iglesia católica en lo que llama el genocidio del movimiento gaitanista, en las décadas de los 40 y 50.
La convicción de que algunos sectores de la Iglesia estuvieron implicados en el asesinato de su padre no la ha abandonado. Sin embargo, desde 2017 está en un proceso de reconciliación con sectores religiosos. Gracias a esos acercamientos mañana se hará un acto de perdón por parte de religiosos hacia la familia Gaitán y otras víctimas en la Universidad Libre. “Creemos que la mejor actitud de la Iglesia es reconocer y pedir perdón”, asegura el sacerdote Alberto Franco.
El proceso empezó a dar sus frutos desde 2017, cuando miembros de las comunidades claretiana, jesuita, franciscana, redentorista, protestantes, entre otras, impulsaron una iniciativa para que la Iglesia católica pidiera perdón por la implicación en delitos en el marco del conflicto armado. Aunque no contaron con la bendición de la Conferencia Episcopal, lograron reunir mil firmas de personas que pedían perdón por hechos como el exterminio de los pueblos indígenas en América Latina y las predicaciones antiliberales y anticomunistas que se dieron en Colombia en el siglo XX. Desde ese momento la iniciativa empezó a conocerse como “Mil firmas por el perdón”.
Franco cuenta que algunos católicos sintieron la necesidad de pedir perdón tras la publicación, en mayo de 2016, del informe “Casos de implicación de la Iglesia en la violencia en Colombia” por parte del Pacific School of Religion, con sede en California (Estados Unidos). “Había una comprensión teológica que luego se convirtió en unas prácticas de miembros de la Iglesia en contra del liberalismo, del comunismo y de implicación con paramilitares”, agrega Franco.
En ese mismo sentido, Gloria asegura que cuando era niña “se sabía que los curas en los púlpitos decían que matar a mi papá no era pecado”. Se refiere a la prédica de monseñor Miguel Ángel Builes, quien fue obispo en Santa Rosa de Osos (Antioquia) entre 1924 y 1967, en la cual aseguraba que “no se puede ser liberal y católico a la vez”. “Se les dio legitimación a los conservadores para perseguir a los liberales porque si matar liberales no era pecado se legitimaba la actuación, por ejemplo, de los chulavitas”, enfatiza Franco.
Otros ejemplos se encuentran en la historia. Monseñor Ezequiel Moreno, obispo de Pasto (Nariño) entre 1896 y 1905, tras rechazar la declaración de los Derechos del Hombre y asegurar que no había conciliación posible entre el catolicismo y el liberalismo, sentenció: “No se trata de que cada católico coja su fusil, ni excito a nadie a que lo coja, porque los enemigos no se presentan aún con fusiles; si se presentaran con ellos, entonces harían bien los católicos en coger también fusiles”. Moreno fue declarado santo por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1992.
También es conocido el caso del sacerdote Gonzalo Javier Palacio Palacio, que fue vicario en una parroquia de Yarumal (Antioquia), y ha sido señalado de ser uno de los creadores del grupo paramilitar Los 12 Apóstoles. Por el mismo caso Santiago Uribe, hermano del expresidente Álvaro Uribe, está en juicio.
A pesar de esos antecedentes, Gloria asegura que cuando le comentaron de la idea de hacer un proceso de reconciliación no tuvo desconfianza. “No hay incompatibilidad ideológica, porque tanto ellos como yo seguimos las enseñanzas de Jesús”, dice. Marca distancias con la Iglesia al decir que ella no es cristiana, sino “jesusiana”, lo que según ella implica ver a Jesús no como un rey, sino como “un líder humilde”.
Franco opina que las exhortaciones antiliberales y anticomunistas fueron una “traición al evangelio”. Por eso la idea que tienen los impulsores de “Mil firmas por la paz” es buscar a representantes de diversos sectores que consideran fueron victimizados como los comunistas, los liberales y los pueblos indígenas. “Pensamos en Gloria Gaitán porque es un símbolo, es la máxima expresión del ‘matar liberales no es pecado’”, explica Franco.
El lunes, luego de la celebración religiosa en la Universidad Libre, habrá espacio para que los religiosos compartan un pan con quienes irán en representación de las víctimas. Además, Gloria tendrá a puerta cerrada una reunión con la Comisión de la Verdad, en la cual, según dice, denunciará que la memoria histórica alrededor de su padre ha sido tergiversada, ella lo llama “memoricidio”.
Gloria, por su parte, describe el proceso como “inmenso”. Cuenta que cuando se encontró con el padre Javier Giraldo, impulsor de la iniciativa, le dijo que ese era “un día clave” en su vida. Sin embargo, dice que no tiene esperanza en que las altas jerarquías de la Iglesia católica “entiendan” la importancia de reconocer y pedir perdón por la participación en la guerra. Desde el principio del proceso ha quedado un sinsabor, porque no obtuvo la bendición de la Conferencia Episcopal, aunque Franco dice que tienen buenas relaciones.
Al preguntarle al padre cómo evitar que la Iglesia vuelva a estar implicada en la violencia dice: “En la medida en que la Iglesia sea fiel al mensaje de Jesús, no va a volver a cometer esos errores. Es un mensaje de amor, de justicia, de amor a los enemigos, de no violencia”.
La esperanza de Gloria por el rescate de la memoria de su papá desde los sectores religiosos se encuentra en la Coalición Cristiana por la Paz, con la que lleva el proceso. “Todas las revoluciones empiezan con un pequeño grupo que no forma parte de las jerarquías”, dice al referirse a la iniciativa. “Ellos tienen la disciplina de un gaitanista, la entrega de un gaitanista y la generosidad de un verdadero gaitanista”, concluye.