Chile es un país bastante pueril en términos raciales. Se cuenta en la historia que don Pedro de Valdivia tenía un sirviente de color negro y que cuando fue tomado prisionero y luego aniquilado por nuestros araucanos, al servidor negro lo amarraron a un poste y lo despellejaron vivo. Esto no fue por maldad, al estilo Dina, CNI u otras alimañas de esas que proliferan bajo el amparo de las sombras del mal humano que, por lo demás, nos acompaña desde siempre.
Simplemente nuestros indígenas de entonces nunca habían visto una piel de color oscura y para ellos era cuestión de curiosidad casi científica el averiguar qué era lo que hacía a este ser tan negro. Primero le rasparon la piel, luego siguieron más profundo y curiosamente no podían dar con la explicación de ese tinte tan especial.
Obviamente, dicho negrito murió producto de esa tortura tan atroz como involuntaria; la curiosidad humana ha matado a muchos hombres en la historia.
En pleno siglo XXI, Chile recibe una oleada notable de inmigrantes de nuestro continente Americano, muchos de ellos son de color (negritos, como se les dice cariñosamente o negros, si se les rechaza). Algunos de nuestros compatriotas sienten esta migración como una amenaza; no tienen muy claro por qué, pero el ser humano, largamente habituado a lo homogéneo, de pronto se sobresalta ante un ingrediente extraño en su ambiente. Eso es humano y comprensible.
Lo que no es bueno, es que no se haga el esfuerzo de argumentar y prevalezcan los prejuicios, que normalmente son juicios desde el temor. Entonces la xenofobia o el racismo pueden hacer sus estragos. Porque toda discriminación humana viene con la mancha del “pecado”, es decir de la injusticia contumaz y agravada, muchas veces, por una pasión destructiva o violenta. Esa situación enferma el alma de un pueblo.
Ya estamos en un tiempo de evolución y experiencia histórica que debería dar por superada este tipo de males, pero el hombre es de visión corta y memoria resiliente (protectora), así es que es necesario recordar que lo humano, humano es, sea el color o la etnia que sea; que toda diferencia es un aporte enriquecedor, culturalmente hablando.
Las migraciones han existido desde siempre. Si rastreamos nuestro patrón genético, nos encontraremos con la sorpresa que en nuestro ADN existen resabios de africanos, asiáticos, europeos, del medio oriente, etc. El hombre nunca se quedó atascado geográficamente, siempre se las arregló para cambiar y trasladarse a zonas increíblemente lejanas, cruzando mares y cordilleras, desiertos, selvas y grandes ríos.
Admirarnos ahora que nuestros hermanos de la América morena lleguen a nuestras tierras es señal de provincianismo retardatario. No llegaron antes porque no necesitaron hacerlo; ahora, en cambio, el incentivo es doble: la pobreza extrema de sus países y la exhibición de Chile como un país próspero y acogedor, ordenado y con oportunidades.
Indudablemente, mucho de lo que se dice de Chile es fantasioso. No somos un país de grandes oportunidades para migrantes, porque ni siquiera lo somos de grandes oportunidades para los compatriotas, pero curiosamente nuestro país está sufriendo un fenómeno cultural y demográfico que hace necesaria una migración como la que se está aproximando a nuestras tierras en los últimos años.
De hecho, nuestros jóvenes, hijos de campesinos ya no sienten atracción por trabajar en el campo; lo habitual y masivo es que migren a las zonas urbanas, que deseen estudiar o ejercer trabajos de otro tipo de calificación, diferente al del peón agrícola. Por otra parte, nuestra población joven no está creciendo al ritmo que debería hacerlo; más bien estamos envejeciendo.
Entonces, la población que emigra es fundamentalmente joven y la gran mayoría viene dispuesta a trabajar en lo que sea. De hecho, en los campos de Chile es factible ver cada vez más gentes de color trabajando la tierra. Ese es un buen signo, pues se están incorporando en las áreas que Chile necesita para su desarrollo económico.
Por otra parte, vemos que Chile necesita expandir su población calificada, para dar cabida a las grandes demandas del futuro inmediato. Estamos recibiendo gran cantidad de migrantes con buena calificación profesional y debemos establecer las estrategias adecuadas para integrarlos con las facilidades necesarias para que se incorporen calificando de manera creativa y progresiva a los estándares nacionales. Son profesionales que a Chile le salen gratis y son necesarios sobre todo en las áreas de medicina, donde basta que les incorporen a los servicios públicos de manera inicial y les definan un itinerario de nivelación, especialización y formación continua; pero no rechazarlos a priori con exámenes que son barreras insalvables de tipo academicista.
Da gusto ver como esa gente de otras naciones vienen a compartir las labores de forjar un país culturalmente diverso y universal. Esos hijos y esas familias de haitianos, venezolanos, colombianos, etc. que transitan por estas calles, confiados y optimistas, son un halago a nuestra Nación y son un ornamento a nuestro paisaje urbano y rural. Me da gusto verlos pasar y actuar, con la gracia y la naturalidad espontánea que les caracteriza; me quedo, muchas veces, observándolos con una sonrisa de gratitud a ellos y a los chilenos que les dan trabajo y que les brindan una mano amistosa. Cuando les oigo reír, siento que hemos crecido en humanidad, pues estamos brindando oportunidad y porque ellos nos están entregando sus valores y sus saberes, que no son pocos y nos son muy necesarios.