En un régimen presidencialista ser oposición en una ardua tarea: el Ejecutivo tiene poderes, que podríamos llamar absolutos, reduciendo al Congreso a su más mínima expresión. La monarquía presidencial conlleva un grave peligro para la democracia, pues si el rey o la reina devienen en un ser desastroso, o bien, a causa de una baja moral o una ética discutible, terminan por hundir la democracia, (es el caso del Presidente Kuczynski, en Perú).
La oposición chilena – se encuentra actualmente en su más bajo nivel: en primer lugar, está dividida; en segundo lugar, la Presidenta Michelle Bachelet, se dio el lujo, no sólo de ceder la Banda presidencial a la derecha al final de cada uno de sus períodos, sino también destruir la Concertación de Partidos por la Democracia, en su primer mandato y, a la Nueva Mayoría, en el segundo; en tercer lugar, si bien tanto la derecha como el Frente Amplio cuentan con varios liderazgos, la ex Nueva Mayoría no tiene ninguno, pues se quedó con ancianos oportunistas, muy buenos para “el pituto o muerte”; en cuarto lugar, la Concertación carece del “seguro de vida Bachelet”, que les permitió sobrevivir durante los cuatro años del primer gobierno de la Presidenta.
Alejandro Guillier y los partidos políticos que lo apoyaron “hicieron todo lo posible” para perder la segunda vuelta en las elecciones de diciembre último. El Frente Amplio, aun cuando logró una buena votación, no pudo competir con Sebastián Piñera. De todas maneras, cualquier otro candidato de la centro-izquierda, tal vez lo hubiera hecho mejor que Guillier, sin embargo, no se puede culpar de la derrota solamente al candidato, pues los partidos que lo acompañaron no estuvieron a la altura.
Hay que reconocer que la derecha aprendió de la derrota, incluso, con minoría en las dos Cámaras del Congreso: fue capaz de movilizar a los “fachos pobres” y a las capas medias aspiracionales, y hacerle imposible la vida a la Presidenta Bachelet, claro, ayudados por la “quinta columna” de los Walker. En la segunda vuelta y los siete días después del cambio de mando, Piñera está demostrando aprender de los errores, así no nos agrade.
Es cierto – como ocurrió en la mayoría de los gobiernos de la Concertación – que el Presidente actual no tiene mayoría en las dos ramas del Parlamento, realidad que le impedirá realizar una radical contrarreforma, pero el solo hecho de que oposición cuente con mayoría parlamentaria no significa que centro-izquierda pueda demostrar capacidad para recuperar el poder perdido, máxime si está dividida y en plena retirada.
La centro-izquierda, a través de la usura del por poder, ha perdido toda conexión con los movimientos sociales: de “rojos jacobinos” han pasado a nuevos ricos engominados, trajes italianos y con mucho olor a colonias sofisticadas; ya no pueden vivir sin tener cargos millonarios y, aunque pierdan las elecciones – por ejemplo, Andrés Zaldívar – siempre tendrán un cargo en el senado, esta vez, para repartir las platas a los padres conscriptos -.
Los movimientos sociales y los ciudadanos de a pie, con toda razón, desde hace un buen tiempo han dado la espalda a estos congresistas, convertidos en payasos. Lenin escribía sobre la tontería parlamentaria, encerrándose en juegos de salón en vez de volcarse a los movimientos sociales, y la izquierda chilena la padece en grado heroico.
El que la centro-izquierda hubiera elegido a miembros de sus filas en las dos mesas de las Cámaras se podría considerar un éxito burocrático, pero no es decisivo si no se diseña una estrategia que permita reconciliar a las direcciones partidistas de la izquierda con las organizaciones sociales.
El líder socialista Raúl Ampuero Díaz publicó, hacia la década de los años 60, el libro La izquierda en punto muerto, en la cual mostraba las deficiencias e incapacidad de la izquierda para enfrentar los desafíos del escenario político de la época; sería muy oportuno releerlo para relacionarlo con lo que ocurre en la actualidad.
En el plano parlamentario, la mayoría tiene un arma muy poderosa: las acusaciones constitucionales, que pueden esgrimirse a fin de evitar que el gobierno, en este caso el actual, imponga proyectos de ley muy regresivos y cavernarios.
En la semana transcurrida, la derecha ha cometido dos errores que podrían ser fatales para el gobierno de Piñera: el primero, la declaración del senador Manuel José Ossandón en el sentido de que la derecha gobernará por veinte años – se le olvidó – o tal vez no lo sabe – que Radomiro Tomic dijo que la Democracia Cristiana gobernaría por treinta años más, y miren donde están, casi muertos en vida; el segundo, la reciente declaración del ministro del Interior, Andrés Chadwick, en la cual expresa que dejarán morir el proyecto de reforma constitucional presentado por Michelle Bachelet, pues al fin y al cabo, están obligados a reformar algunos artículos de la Constitución dictatorial, entre ellos, el que se refiere al régimen político, pues Renovación Nacional y la Democracia Cristiana firmaron un acuerdo para instalar el semiparlamentarismo.
Si la izquierda no aprende de las derrotas está condenada a ser minoría, y si le agrega su lejanía de los movimientos sociales, se convertirá en mafias de dirigentes, cuyo único norte es el enriquecimiento personal.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
17/03/2018