Noviembre 14, 2024

Philip Alston, relator de la ONU sobre pobreza: “El sueño americano es una ilusión”

15 de diciembre de 2017. Mientras en Wall Street empieza a correr el champán por la inminente aprobación de la última reforma fiscal, Philip Alston, relator especial de las Naciones Unidas sobre la pobreza extrema y los derechos humanos, presenta ante la prensa nacional e internacional el preinforme de su visita oficial a Estados Unidos. Es un informe devastador: 40 millones de pobres, de los cuales los niños representan el 32,6%, y casi la mitad de ellos viviendo en pobreza extrema. Para Angus Deaton, premio Nobel de Economía, el informe Alston demuestra que “EE UU tiene un problema urgente y ya no puede ocultarlo”. Alston es una de las grandes eminencias del derecho internacional humanitario, profesor de la Universidad de Nueva York después de serlo en Harvard y autor de manuales ya clásicos en la materia. Lejos de apoltronarse en una torre de marfil, Alston lleva años recorriendo medio mundo como experto independiente de las Naciones Unidas consiguiendo con sus informes, por ejemplo, desde llamar al orden al Banco Mundial por ignorar deliberadamente los derechos humanos a que las Naciones Unidas hayan aceptado su responsabilidad por haber introducido la epidemia del cólera en Haití.  

 

 

¿En qué consiste su trabajo como relator de las Naciones Unidas? ¿Qué consecuencias tienen sus informes?

 

 

Es un principio básico que los Estados han aceptado un grado de responsabilidad sobre los derechos humanos. Es un grado muy limitado, pero aun así permite que los denominados expertos independientes visiten sus países y hagan un informe para verificar si persiste la tortura, la violencia contra las mujeres, etcétera. En mi caso, es verificar si existe pobreza extrema hasta el punto de ser incompatible con los derechos humanos. No cabe duda de que las consecuencias son limitadas, porque no tengo ningún poder. No puedo acometer cambios por mi cuenta y mis únicas armas son las herramientas analíticas que me permiten llamar la atención sobre la situación y ser el catalizador de un debate político estimulante.

En su informe preliminar señala que “el sueño americano se está convirtiendo rápidamente en una ilusión”. ¿En qué consistió dicho sueño? ¿Por qué se ha convertido en una ilusión?

En el pasado de EE UU, tanto por la legislación laboral como por factores económicos, hubo una gran nivelación de ingresos económicos. En primer lugar, EE UU fue la tierra de las oportunidades por la expansión de la frontera hacia el Oeste y la fiebre del oro de California. Siguió habiendo muchas oportunidades de hacer fortuna durante el periodo inicial de la industrialización. Luego hubo un gran periodo de desequilibrio económico, desde la Primera Guerra Mundial hasta la Gran Depresión, que finalizó con el New Deal y la economía de guerra, lo que originó una nivelación de los ingresos económicos hasta finales de los años setenta. Por lo tanto, hay razones económicas de peso para argumentar que seguía siendo un país de oportunidades, incluso para los más pobres. Sin embargo, esto ha comenzado a cambiar económicamente en términos de cifras de desigualdad y, en particular, de movilidad social, que es la más baja de cualquier país de la OCDE. Por lo tanto, considero que es una ilusión decir que el sueño americano está vivo y que la gente puede fácilmente pasar de ingresos bajos a más altos cuando en realidad es mucho más difícil.

¿En qué momento EE UU pasó de ser la tierra de las oportunidades a tener 40 millones de pobres?

Sorprendentemente, muchos académicos están de acuerdo en que incluso en tiempos de Richard Nixon había una gran predisposición para abordar la desigualdad, vestigio de las iniciativas sociales de Lyndon Johnson. Cabía esperar que Jimmy Carter siguiese con las mismas políticas; sin embargo, las estadísticas comienzan a ser mucho más negativas y luego, a partir de Ronald Reagan, se disparan. Respecto a Reagan, más importante aún que su política fiscal fue la actitud social y la revolución conservadora que lo acompañó. Desde la perspectiva de los derechos humanos -hablamos de derechos económicos y sociales-, éstos recibieron apoyo nivel nacional en EE UU hasta 1982, con la llegada de la Administración Reagan. También se empezó a cuestionar, de forma sistemática, la noción de que estos derechos fueran derechos humanos, y esto no ha cambiado desde entonces, ni siquiera con Clinton y Obama. Hicieron esfuerzos puntuales, diciendo: “sí que apoyamos estos derechos”. La realidad es que no sólo no los han apoyado, sino que estaban constantemente bloqueando iniciativas a nivel internacional. A su vez, la retórica interna neoliberal se ha hecho más fuerte asociando los derechos sociales a una dependencia del sistema del bienestar, apareciendo por ello como algo negativo. 

A diferencia de muchos países europeos, en EE UU hay una parte considerable de la sociedad que recela del Estado y, por lo tanto, de sus programas sociales. ¿A qué se debe?

Esta actitud tiene su origen en la Revolución Americana y es muy interesante compararlo con la Revolución Francesa. Esta última tenía como objetivo reemplazar la monarquía y el clero por un Estado que trajese justicia social, equidad, etcétera. Esta visión aún perdura en Francia y en gran parte de Europa, donde se ve el Estado como algo beneficioso para asegurar que las elites no abusen del poder, mientras que en la Revolución Americana el punto de inflexión fue en la dirección opuesta. El Estado, encarnado por el Rey, era visto como algo muy negativo y el gran reto era limitar el poder de las autoridades que lo remplazasen. El resultado es una desconfianza del Estado y una fuerte presunción de que la sociedad se las arregla mejor por su cuenta. Sin embargo, esto es problemático, porque a fin de cuentas es un mito. El Estado en EE UU siempre ha sido muy poderoso y activo al dirigir la política social y económica, pero no en función de los intereses de la ciudadanía, sino de las elites económicas y industriales.

En su informe preliminar afirma de forma contundente que “algunas élites políticas [en EE UU] tienen un fuerte interés propio en mantener a la gente en la pobreza”. He leído en entrevistas suyas que un posible contraejemplo es China, donde también realizó una visita oficial para analizar la pobreza extrema.

Uno siempre corre el riesgo de que se le malinterprete al decir que el modelo chino es el modelo de política económica y social más eficaz. Es indudable que China es un sistema autoritario que no respeta los derechos civiles y políticos. Sin embargo, hay un auténtico compromiso de las altas autoridades para erradicar la pobreza extrema. Aun estando definido en términos muy vagos, la realidad es que el presidente Xi Jinping está absolutamente decidido a que en 2020 no haya ni una sola persona debajo de la línea de pobreza extrema que ha sido fijada. Por el contrario, en EE UU, donde hay un 14% de pobreza, no hay voluntad alguna de eliminar sistemáticamente la pobreza, y asumen que otras políticas indirectamente ayudarán a eliminarla. No hay una política per se para la pobreza porque es un problema de los individuos y, por lo tanto, se las tienen que arreglar ellos solos. En mi opinión, la comparación es muy dramática.

Esta comparación no habrá caído muy bien en EE UU…

Los comentaristas estadounidenses me responden: “claro que Xi Jinping quiere erradicar la pobreza, pero lo hace para asentar el poder del partido y crear una cierta legitimidad a ojos de la sociedad”. También me dicen que es porque se quiere mantener en el poder. A lo que respondo: “¿acaso el único objetivo de los políticos americanos no es mantenerse en el poder?”. Creo que sería algo positivo que para mantenerse en el poder eligiesen eliminar la pobreza. Pero hacen todo lo contrario: quieren mantenerse en el poder, pero no les importa lo más mínimo el 20% inferior de la población.

En su informe usted afirma que si algo distingue a EE UU de los demás países es su falta de empatía con los pobres. En España, aporofobia (fobia a las personas pobres o desfavorecidas) ha sido elegida palabra del año y ha sido incluida en el diccionario de la RAE. Parece que se está convirtiendo en un fenómeno global.

Considero fascinante que se haya acuñado esta palabra. Va en línea con las presunciones de la economía neoliberal y la filosofía libertaria que se resume en que cada persona se las tiene que arreglar por sí sola en vez de desarrollar la solidaridad social. No es algo exclusivo de EE UU, pero sí creo que lo ha llevado a las últimas consecuencias.

En una conferencia que impartió en la London School of Economics en diciembre de 2016 usted se mostró crítico con la comunidad de los derechos humanos por no interiorizar los derechos económicos y sociales como derechos humanos. ¿Puede desarrollar esta idea?

Creo que la comunidad de los derechos humanos ha aceptado la ideología diametralmente opuesta a la ideología comunista, es la que EE UU y otros países han promocionado: la idea de que si toda la sociedad disfruta de sus derechos civiles y políticos, inevitablemente disfrutará de sus derechos económicos y sociales porque el sistema electoral asegurará que haya una cierta distribución de los recursos. En mi opinión, la comunidad de los derechos humanos ha comprado esta idea aun cuando existen indicios muy claros de que un sistema político dinámico puede ignorar al 20% de la población más pobre o cualquiera que sea ese ratio. Tomemos el ejemplo de EE UU. Su elite política ha erigido sistemáticamente barreras para impedir la participación política de los pobres. Por lo tanto, incluso si crees que el pleno disfrute de los derechos civiles y políticos acarreará inevitablemente que se traten los derechos económicos y sociales, en realidad se han tomado las medidas necesarias para que los pobres estén excluidos del sistema electoral. A este respecto un político me preguntó: “¿conoces algún distrito electoral donde haya muchos pobres y vaya algún político a hablarles?” La respuesta es negativa. Su incidencia en las elecciones es tan marginal que ya han asumido que son irrelevantes. 

También señala que en muchas ocasiones se ignora la política fiscal, cuando resulta capital para los derechos humanos.

Sí, la comunidad de los derechos humanos suele estar dominada por abogados y estos suelen estar familiarizados con ciertos fenómenos, como la función de los tribunales, de la policía y en general de los derechos civiles. ¿Pero qué ocurre con la política fiscal? Es algo capital. En EE UU, como en el resto del mundo, es determinante para saber quién tiene qué, qué grupos se benefician, qué grupos se penalizan, etcétera. A mi parecer, una política integral de los derechos humanos que ignora la dimensión fiscal es una mera ilusión.

Recientemente la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Arden, ha indicado que “si tienes cientos de miles de niños viviendo en hogares que no cuentan con lo necesario para la subsistencia, sólo se puede decir que el sistema ha fracasado”. ¿Está de acuerdo? ¿No deberían los gobernantes pensar en un sistema económico diferente?

El profesor David Garland ha escrito un libro sobre el Estado del bienestar, en la famosa colección A very short introduction de Oxford University Press, donde argumenta de manera convincente que el Estado del bienestar siempre fue concebido como una barrera de contención indispensable del sistema capitalista. Es decir, que el capitalismo, por definición, hace que mucha gente fracase al fomentar una competencia feroz entre las empresas. Por consiguiente, la única manera de que el capitalismo sea sostenible es con una estructura de bienestar social que respalde a los que inevitablemente se ha abandonado. Mi respuesta a la señora Arden es que debería preguntarse cómo hemos llegado a la eliminación de gran parte de la estructura del bienestar social y por lo tanto dejando de reconocer que el capitalismo provoca víctimas y que en un mundo ideal el capitalismo solo sería sostenible si es capaz de resolver esa terrible situación. Si sigue la evolución actual, de una subversión total de la idea, de que es indispensable la estructura de bienestar social, supongo que la única conclusión es que necesitamos un sistema económico diferente. Sin embargo, no hay que tener muchas esperanzas porque el neoliberalismo ha conquistado todo el espacio político.

Usted considera que es fundamental desarrollar un régimen jurídico de los derechos, los económicos y sociales.

La comunidad de los derechos humanos nunca ha comprendido la importancia de los derechos económicos y sociales y han seguido el mismo camino de muchos gobiernos, equiparándolo con el desarrollo. Si, por ejemplo, se estableciese el derecho a la salud, muchos dirían que eso significaría gastar centenares de millones de dólares. Eso estaría muy bien, pero no es indispensable. Se empieza por desarrollar un sistema jurídico e institucional que empiece a cobrar forma, pero eso no significa que de la noche a la mañana todos los ciudadanos tengan acceso a una asistencia sanitaria. Los derechos humanos representan inevitablemente una aspiración y no son respetados por sí solos, sino con voluntad política y posibilidades económicas. Sin embargo, creo que se han abandonado los derechos sociales y sólo tenemos programas sociales que no están relacionados con un régimen jurídico. No es intentando convencer a la gente que la situación va a mejorar, sino hacer que se cumplan ciertos objetivos y obligaciones. Por ejemplo, Human Rights Watch y Amnistía Internacional poco a poco están empezando a comprender los derechos económicos y sociales porque se están dando cuenta que algo tiene que cambiar, pero no han desarrollado todavía el régimen jurídico sistemático compatible con sus métodos de trabajo para intentar expandir la promesa de los derechos humanos a una mayor parte de la población. Todavía están asustados por estos derechos al estar preocupados de que sus bases no lo comprendan y de que les acusen de ser comunistas o algo por el estilo.

El alto comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Ra’ad Al Hussein, no repetirá mandato. Ha dicho que debido al “contexto geopolítico actual, podría significar hincar la rodilla para suplicar; silenciar una denuncia; rebajar la independencia y la integridad que debe tener mi voz”.  ¿Cuáles son las consecuencias?

La figura del alto comisionado fue creada en 1993 y desde el principio tuvo destacados oponentes, como por ejemplo Boutros Ghali, secretario general de Unidas. Los secretarios generales no se han sentido cómodos con esta figura y nunca han querido personas con poder por derecho propio. El resultado es que no ha habido ningún clto Comisionado que haya llevado a término su segundo mandato porque cualquiera que haga un trabajo razonable se va a encontrar con la oposición de muchos gobiernos. Zaeid ha hecho un trabajo excelente, por lo que era completamente previsible que esto iba a ocurrir. Ahora, el gran riesgo es que el secretario general estará sometido a mucha presión para que nombre a alguien que no sea igual de enérgico. Personalmente, doy casi por sentado que va a buscar a alguien mucho más complaciente y moderado. La última vez que esto ocurrió fue con el nombramiento del dócil y gentil Sérgio Vieira de Mello porque sus rivales eran mujeres de alto perfil. Querían un perfil humanitario antes que un defensor de los derechos humanos, pero su trágica muerte en Irak dio paso al nombramiento de una mujer de alto perfil, Louise Arbour.

Tanto en España como en Europa la pobreza extrema no deja de aumentar. ¿Va a realizar una visita oficial?

Es posible que visite un país europeo este año, pero todavía no estoy en posición de confirmarlo.

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