Como bien dice Juan Carlos Cruz, una de las víctimas de Fernando Karadima, el Papa Francisco tiene muy buenos titulares, pero una contradicción flagrante entre lo que se dice y lo que se hace. Los curos pedófilos, unos repugnantes abusadores del poder que les confiere su cargo, han logrado que la gran mayoría de su rebaño abandone a sus pastores – incluso, que se vayan a sectas canutas que, según un autor, son el anzuelo para atrapar a los pobres -.
La tolerancia 0 para los clérigos abusadores sexuales, durante el papado de Francisco no ha dado los frutos esperados, de un Papa que dice frases alentadoras y progresistas – por ejemplo, para referirse a los sacerdotes, que deben impregnarse de “olor a oveja” -; en el fondo, el Papa está tan prisionero como sus predecesores de una demoníaca curia romana, dominada por la logia masónica P2, y al servicio de Satán.
El drama de la jerarquía eclesiástica, tanto en el Vaticano, como en todo el mundo católico, es que han elegido el camino del poder, la herencia de Constantino, contra el carisma de Cristo, mostrado a través de sus enseñanzas. A estos obispos les gusta el boato, los anillos de rubí, el besamanos y ridículos trajes medievales en ceremonias, que bien podrían obviarse, así como los millones de dólares que han robado a través del Banco Vaticano.
Juan Pablo II fue exitoso en la destrucción de los avances del Concilio Vaticano II, centrada en el método de cambiar obispos progresistas por reaccionarios encubridores de pedófilos. La jerarquía chilena ha sido una de las víctimas principales de esta política: unas autoridades eclesiásticas que tuvieron el valor de convertirse en “la voz de los sin voz” durante la dictadura de Augusto Pinochet, hoy es un nido de reaccionarios, encubridores de curas degenerados, además de chupamedias de los ricos y cultores de un Cristo, convertido en ginecólogo o en juez, que condena a los pobres por el solo hecho de ser tales.
Las autoridades clericales saben muy bien que en África y en América Latina está el caldo de cultivo propicio para seguir ganando adeptos, bajo la promesa de que serán los predilectos de Dios, que saben sufrir con resignación las pruebas en este valle de lágrimas.
A la valentía y amor por la justicia durante los aciagos años de dictadura, le sucedieron obispos amantes del poder y carentes de mística y carisma para llevar el mensaje salvador a los más desvalidos de nuestra sociedad, entre ellos el cardenal Fresno – su secretario era Juan Barros -, Francisco Javier Errázuriz, y hoy Ricardo Ezzati, la mayoría de ellos encubridores de abusadores, (no hay, (no hay que olvidar las expresiones de alegría de Lucia Hiriart de Pinochet cuando fue nombrado el “apapayado” cardenal Fresno, como ” cardenal Fresno, como jefe de la iglesia chilena).
La peor calaña de los “embajadores de la Santa Sede”, son los Nuncios, y uno de los purpurados de la curia romana fue Ángelo Sodano, un íntimo amigo de Pinochet, y que estuvo en Chile, en ese cargo, durante largos años, y que aún mete la cola en las maromas sucias del Vaticano. Ahora tenemos un Nuncio, Ivo Scapolo, que se da el lujo de recomendar al Papa el nombramiento como obispo de Osorno al encubridor Juan Barros y, además, defenderlo cual blanca paloma ante las acusaciones de las víctimas y de laicos y sacerdotes de la diócesis.
Con toda razón, James Hamilton acusa al cardenal emérito, Francisco Javier Errázuriz, de ser un “criminal” por haber encubierto al degenerado Karadima, y otra de las víctimas, Juan Carlos Cruz, da testimonio de que Juan Barros, secretario del cardenal Fresno, escondía las cartas de denuncia contra Karadima y, además, miraba cómo el párroco de El Bosque manoseaba a sus víctimas – incluso, como en un cuadro de la Última Cena, reclinaba su cabeza en los hombros del “santito”, como lo llamaban tanto algunos generales de Pinochet, como también sus discípulos, que formaban parte de la “pía congregación”, (más bien era un muy buen negocio inmobiliario).
En América Latina las degeneraciones abusivas, las mezclas de poder y sexo de cierto sector del clero y, sobre todo de la jerarquía, ha hecho que una gran parte de la sociedad siga creyendo en Dios, pero cada vez menos en los curas malos, (en Chile, el 80% que admiraba la iglesia y participaba de sus liturgias, hoy sólo queda el 40%).
La jerarquía católica está consciente de este rechazo, y de ahí que aproveche las visitas papales para levantar el alicaído apoyo popular: se trata de que el entregue signos de vuelta de la iglesia primitiva y de la opción liberadora por los pobres. Algunos de estos signos se mostraron en la reciente visita del Papa a la Cárcel de Mujeres. La presencia, sin embargo, del cuestionado Juan Barros empanó la visita de Francisco a Chile, y para remachar las desatinadas e irrespetuosas declaraciones del Papa en más de una ocasión, tratando a los laicos y sacerdotes de Osorno como “tontos y manipulados por zurdos”; posteriormente, los visibles abrazos y clara simpatía por Juan Barros y, por último, la torpe y brutal declaración de que no había ninguna prueba contra barros, y que además, eran calumnias, que equivale a acusar a las víctimas de falso testimonio. En su viaje de regreso a Ciudad del Vaticano, desde Lima a Roma, trató de enmendar el entuerto provocado por él mismo diciendo que “tenía el corazón abierto para recibir testimonios”.
El envío de la misión para conocer los testimonio de las víctimas, encabezada por el cardenal maltés, y que termina hoy en su fase de recolección de información en Chile, según las víctimas ha sido un primer paso auspicioso para escuchar su clamor. Esperemos que esta vez conduzca a acciones que, en vez de proteger a los victimarios, lo hagan con las víctimas.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
01/03/2018