¿Cuál es su edad, querido lector? ¿Cuántos años tenía usted cuando el golpe de estado descarriló a nuestro país en los años 1973 y1974? ¿Qué no le interesa esa “historia añeja” porque los tiempos actuales nada tienen que ver con los vividos en aquella época? No sea ingenuo. Respire profundo, calme su desdén y lea.
Puede parecerle una ficción, pero le aseguro que se trata de algo severamente cierto y comprobable. Las fuerzas armadas (FFAA) y las policías (Carabineros y PDI) nunca han dejado de potenciar sus departamentos o direcciones de “inteligencia”, manteniendo activa una sección que bien podríamos llamar “contrainteligencia interna”. No lo mire en menos… no repita el error que chuchumecos como el suscrito cometieron en los inicios de la década de 1970. Abra los ojos, y con mayor razón si usted se declara ‘socialista’, ‘radical’, ‘democristiano’, ‘progresista’ (y ni qué decir si su reconocimiento llega al nivel de ex MIR o ex FPMR).
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde la década de 1970, sin embargo, lo que no cambia es la calidad de administradores del sistema neoliberal que caracteriza a los dirigentes de los partidos de la Nueva Mayoría en su versión “renovada”, tiendas que reconvirtieron su fe arrodillándose ante la nueva religión del ‘capitalismo salvaje.
El desorden vestido de “despreocupación” irresponsable y suicida, que permitió a los agentes de la dictadura –entre 1973 y 1977– acceder fácilmente a nombres y direcciones de miles de miembros de los partidos de izquierda, se tradujo en una masacre de gente inocente. En ello, es necesario un alcance. Ninguna organización política tuvo mayor cantidad de asesinados y torturados que el viejo PS. ¿Por qué? Por su desprolijidad y falta de “inteligencia política”.
El mentado desorden se trasladó al exilio, en donde la atomización de los partidos de la Unidad Popular dio origen a numerosos grupúsculos demostrando que la reciente masacre vivida en Chile a manos de los golpistas no había dejado una lección seria. Los agentes de la dictadura continuaron infiltrando los intentos de recomposición de los viejos partidos, especialmente en Italia y en México.
¿Ha cambiado ello hoy día? Obviamente, no. La atomización de los viejas tiendas de izquierda formaron ya una especie de “archipiélago” de grupos y referentes. Pero, ello es tema para otra nota.
Si más allá de nuestras fronteras la infiltración se produjo permanentemente, acá en Chile fue aún más grosera, superando con creces a la efectuada por las fuerzas armadas durante el gobierno de Salvador Allende a tiendas como el PS, el MIR, el PC, la DC y el MAPU.
El mundo sindical sufrió del mismo mal, y fue así que Confederaciones a nivel nacional –la CEPCH y la CTC son un ejemplo vivo de ello- resultaron infiltradas por agentes “laborales” de los servicios de inteligencia militares, marinos y aviáticos… e incluso de carabineros. Personajes variopintos, locuaces, atrevidos y “contestatarios” ganaron pronto espacio y confianza en muchas organizaciones laborales y estudiantiles. Algunos fueron descubiertos, como ocurrió con Juan Carlos Moraga Duque, disque ‘socialista’ llegado del exilio europeo, pero que, en apego a la dura verdad, fue un caballo troyano que el gobierno dictatorial colocó en organizaciones sindicales de base para dividir la fuerza de los trabajadores en su lucha contra el totalitarismo.
Hubo casos peores, sin duda, en los que ciertos agentes infiltrados en una organización entregaron a los servicios represivos del régimen el nombre de chilenos que destacaban en la lucha ya referida. Varios de esos agentes son mencionados tanto en el informe Rettig como en el informe Valech. La infiltración llegó a constituir casos de connotación pública, como sucedió con el chófer personal del ex presidente de la república, Eduardo Frei Montalva, y con el escritor Roberto Ampuero, quien terminada su ‘misión’ en Cuba y Europa, metido en medio de los exiliados chilenos, retornó al redil que le correspondía.
Se dice –en la prensa oficial o ‘canalla’ (TV abierta, Emol y Copesa)- que nuestro país retornó ya hace años a la democracia institucional. Hay quienes dudan de ello y les asiste buena dosis de razón. En estas tres décadas de gobiernos democráticamente electos, se ha podido comprobar que algunas (¿o todas?) instituciones de las fuerzas armadas y de orden no obedecen estrictamente al poder civil. Los escandalosos eventos conocidos como “Milicogate”, “Pacogate” y “Operación Huracán” dan muestras inequívocas que los generalatos y alta oficialidad de esas instituciones continúan actuando bajo parámetros y normas ajenas a un régimen democrático y republicano.
Generales que nunca renuncian a su cargo a pesar de ser directamente responsables –no sólo en lo administrativo- de desfalcos, apropiación de dineros fiscales y robos en descampado, efectuado por oficiales bajo su dependencia, señalan cuán cierto es lo que se denuncia en las líneas anteriores. El poder civil –en su arista política- y el poder judicial en lo referente a las fiscalías, han fracasado en sus intentos por sancionar debidamente a los culpables. ¿Se han hecho, seriamente, tales intentos? Es otra duda razonable que sacude la conciencia ciudadana. ¿Lo hará el próximo gobierno que asume en marzo? La duda es aún mayor.
Considerando todo lo expuesto en esta nota, cabe preguntarse también si los actuales partidos, grupos y referentes políticos (incluyendo a los extra parlamentarios) siguen infiltrados a través de agentes de inteligencia de las fuerzas armadas y carabineros, como lo estaban durante la dictadura. Es un llamado de alerta no sólo para las viejas tiendas partidistas, también lo es para los nuevos referentes como el Frente Amplio, Revolución Democrática, PC-AP, etcétera.
Nuestras tiendas partidistas –todas, sin excepción- carecen de filtros efectivos para evitar la peligrosa presencia y acción de individuos dispuestos a “soplar” nombres hacia aparatos represivos de esas instituciones armadas (aparatos que siguen existiendo, no crea usted que desparecieron). ¿Cuál es el propósito? La historia reciente proporciona la respuesta a tal interrogante, pues, digámoslo sin ambages, militares, marinos, aviáticos y policías nunca dejan de “jugar a la guerra interna”, lo cual significa que siempre están esbozando planes de contingencia para… en fin, usted ya lo sabe.
Además, “Fuerte Aguayo”, en Concón, con la presencia de militares estadounidenses en el adiestramiento de uniformados chilenos para “combatir el narcotráfico” -sobrenombre que se le da a la represión de ciudadanos pensantes y críticos-, da fe que nada ha cambiado en este “patio trasero” de Washington, a pesar que la ‘guerra fría’ terminó, efectivamente, al finalizar la década de 1980.
Por ello, el consejo con el que se titula el presente artículo tiene plena validez.