Diciembre 29, 2024

Viaje al corazón de Venezuela

Este año, 2018, cumplo 15 años de haber emprendido lo que ha resultado ser un viaje al verdadero corazón de Venezuela. No me sorprende que este viaje se haya llevado a cabo íntegramente fuera de sus límites territoriales, ausente del contacto físico con su geografía y su diario quehacer. Intuía, antes de salir de Venezuela, que la manera de llegarle a su verdadero corazón era abandonar lo que ya era su caricatura para ir a encontrar, desde una depuradora distancia, la verdadera Venezuela.

 

 

En nuestra patria aún existe un acentuado narcisismo patriótico que hace pensar a muchos compatriotas que están  viviendo en un país de excepcionales características. Estos compatriotas han ido aceptando de manera acrítica  la visión del país que ese narcisismo ha cultivado, es decir,  la Venezuela de la gente más feliz del mundo, de las majestuosas e incomparables sierras nevadas, de las playas más hermosas del planeta, rebosante de un petróleo que codicia la humanidad entera, poblado por las mujeres más bellas y el pueblo más heroico. Ello viene cocinándose desde hace muchos años. En la década de 1940 un pequeño avión chocó con el Empire State y esa noticia fue recogida en la prensa venezolana con titulares que decían: “Avión choca contra edificio más alto del mundo”. En Caracas, al leerlo, muchos corrieron hacia el Hotel Majestic, a observar la tragedia.

El parroquialismo exacerbado, nuestra obsesión por ser – como lo repite incesantemente el ignorante sátrapa – país potencia, nos ha ido conduciendo al extremo negativo de ser una potencia en Inflación, asesinatos e ineptitud administrativa.  

Salir de Venezuela para integrar otras sociedades nos ha ido enseñando que no somos el ombligo del universo. Hemos ido aprendiendo que hay montañas más nevadas, que hay playas más limpias, que hay muchas sociedades que ríen y cantan, que existen mujeres bellas en todas partes y que hay países sin una gota de petróleo pero con una calidad de vida que bien desearíamos nosotros tener algún día.

En suma, hemos descubierto en nuestro viaje que Venezuela no es un país especial, ni destinado inevitablemente a la grandeza, ni el más chévere en el planeta Tierra. Lo que si hemos llegado a comprender es que Venezuela es nuestro terruño, al cual amamos, en ocasiones como los padres aman  a sus hijos minusválidos.  Como decía él nunca olvidado Cabrujas hemos llegado a aceptar que el Papa no escucha el Popule Meus cada jueves santo o que el vino de piña de Carora no es el que sirven en el Tour Argent en las grandes ocasiones pero que es nuestro rincón con sabor y olor a hogar.

 

Hemos ido comprendiendo que el verdadero corazón de la patria está en cada uno de los compatriotas expuestos a la libre e  intensa competencia mundial por ser miembros valiosos de la sociedad global. Hemos visto como hay venezolanos científicos, intelectuales, chefs, atletas  destacados gente de bien en todo el mundo y como estos compatriotas inclinan la balanza sobre el gentilicio positivamente en los demás países, a pesar de la vergüenza que genera la sub-especie que domina al país desde hace 18 años.  

 

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Es en nuestros logros de gente de bien, en  esa búsqueda activa y exitosa de la universalidad, que radica el verdadero corazón venezolano. Los venezolanos han tomado vuelo, han roto sus cadenas territoriales para sembrarse en todo el planeta, han llegado a ser miembros dignos de la sociedad global, se han liberado del carnet de la patria, de la adulación, de la mezquindad y la pequeñez para irse a fundir con la inmensa corriente de humanidad en la cual con alguna frecuencia sobresalen. Ello no quiere decir que somos los mejores y los más chéveres y que el resto del mundo nos envidia, como reza el credo de los homínidos chavistas. Significa algo mucho más importante para nosotros: que somos iguales y que podemos, si nos esforzamos, lograr niveles mundiales de excelencia.

Allí está nuestro verdadero corazón. En el tratar de hacer nuestro mejor esfuerzo, en despojarnos de complejos de grandeza, los  cuales apenas son evidencia de complejos de inferioridad. Es hora de darse cuenta de que nuestra verdadera Venezuela posee un universo de héroes civiles que nos da lustre, a quienes debemos veneración igual o hasta mayor a la que le damos a nuestros héroes montados a caballo.  

 

Esto es parte importante de  lo que he aprendido en mi viaje sin retorno de 15 años hacia el corazón de Venezuela.  

 

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