Considerando los delitos atroces ocurridos en los últimos días en Chile, como el asesinato de una criatura de menos de dos años abusada sexualmente por su padre, ha renacido la discusión sobre la pena de muerte.
Como de costumbre se piensa que los castigos que aplica la Ley son muy suaves y que si estos fueran más drásticos, “los malos” no se atreverían a delinquir. Nada más alejado de la realidad. Para la mayoría es peor la prisión perpetua aislada que la pena de muerte, porque a los delincuentes más jóvenes les atrae la muerte, razón por la cual el suicidio juvenil aumenta sistemáticamente. Esto no se comenta. Recién ahora está apareciendo algo en las noticias, como los suicidios durante años ocurridos en el Metro. Sin ir más lejos, hubo un suicidio en la estación Los Héroes, el martes 30 de enero, a las 5pm, y los Canales de la TV ni lo mencionaron.
Por otra parte, hay otras cosas que se deberían discutir sobre la pena de muerte, como el castigo que se inflige al funcionario que la aplica. En Chile se usaba el pelotón de fusilamiento pretendiendo que esta forma diluyera las responsabilidades individuales, pero, aún así, la situación efectiva es muy impresionante para todo ser humano normal, especialmente cuando los acusados, después de estar un tiempo presos, llegan al pelotón, arrepentidos, cambiados por la religión o solo por el hecho de estar libres de drogas y alcohol. Fue el caso largamente documentado del Chacal de Nahueltoro.
Pero lo más importante es que la pena de muerte no sirve para terminar con la delincuencia en Chile. Para eliminar efectivamente la delincuencia hay que remitirse a sus causas y contra ellas el país debe tomar medidas drásticas. Es sabido que entran toneladas de coca por la frontera norte y que el consumo de drogas y alcohol, constituye la principal causante de la depresión, delincuencia, de la atrocidad creciente de los delitos y de la proliferación masiva de este comercio en las poblaciones populares que involucra incluso a madres y abuelas.
Al parecer hay poderosos intereses en el tráfico de drogas, personas, armas y en el lavado de dinero, porque es sorprendente que no se actúe en forma seria contra las causas. Es ridículo amenazar con la pena de muerte a una población suicida.
Según estadísticas de la OMS, Santiago encabeza las capitales con más depresión en el mundo. Para la Sociedad Chilena de Salud Mental, cerca de un millón de personas sufre del mal. Pero las estadísticas son pobres y limitadas, porque en Chile muy pocos tienen acceso a atención siquiátrica. Hasta hace poco las ISAPRE no la incluían en sus programas y, en la actualidad, su costo es altísimo. Sin embargo, la depresión chilena salta a la vista en el Metro, las calles de Santiago, en las poblaciones pobres donde mujeres, normalmente Jefas de Hogar, la esconden en el alcoholismo, automedicación o ludopatía en las máquinas del barrio.
Desgraciadamente la depresión lleva al suicidio y, pese a que tampoco se cuenta con estadísticas continuas, precisas y confiables[1] sobre el fenómeno, diversos estudios coinciden en que el suicidio ha aumentado en Chile y, especialmente en los jóvenes.
Entre 1983 y 2003, las cifras de suicidio fueron graves en el segmento de los jóvenes entre 20 y 24 años, “porque además de ser las más altas, son las que más aumentan, afirma la Dra Romero.[2] Minoletti (2004), a partir de estadísticas del Ministerio de Salud, afirma que entre 1990 y 2002 las muertes por suicidio aumentaron en 115% en la población nacional.[3] Hasta 2006, las tasas fueron más altas en adultos mayores, pero ello comienza a revertirse a 15,8 por 100.000 habitantes de 20 a 29 años contra 14,4 en personas de más de 60 años[4]. Otro estudio concluye que la tasa de suicidio en jóvenes entre 15 y 24 años aumentó entre 1990 y 2005. En la Región Metropolitana de 8,83 por 100.000 en el año 1990 a 9,28 por 100.000 habitantes en 2005[5].
Actualmente, se trata de la segunda causa de muerte no natural en Chile. En cantidad de defunciones, los hombres cuadruplican a las mujeres, y nuestro país es el segundo país de la OCDE, solo después de Corea del Sur, donde más han aumentado este tipo de decesos.
Según datos del Ministerio de Salud, las muertes autoprovocadas alcanzarán los 12 casos por cada 100 mil habitantes en 2020, en la población de 10 a 19 años.
La Universidad Bernardo O’Higgins en “Tendencia al suicidio 2010”, informa que el 76% de los jóvenes chilenos entre 18 y 28 años admite que ha pensado alguna vez en quitarse la vida y que el 71% ve su futuro con pesimismo. El 81% se ha sentido inútil, el 82% fracasado y con ganas de “abandonarlo todo”; el 75% “a veces nota que podría perder el control sobre sí mismo”; el 73% tiene poco interés en relacionarse con gente y el 71% considera que quitarse la vida es una opción frente a una situación desesperada.
La mayoría de los jóvenes delincuentes tiene pocas opciones. Y cada vez tendrá menos, en la medida que las nuevas tecnologías digitales eliminan puestos de trabajo y requieren mano de obra calificada. Pero cuando se habla de educación, las autoridades, imbuidas en el ultraliberalismo, no se refieren a la necesidad de compatibilizar la educación con las nuevas necesidades de la economía.
Los jóvenes actuales cuentan con una educación barata que no los educa y que no les sirve para encontrar un trabajo que los incorpore al sistema. Una educación pagada a crédito en universidades que ofrecen títulos inexistentes con publicidad engañosa. Los jóvenes, de los sectores llamados C y D, saben que trabajando en supermercados, servicios menores, jamás obtendrán los ingresos requeridos para tener todo aquello que la publicidad les impone. Saben que aunque corrieran a altas velocidades no podrían alcanzar a los de “la gran velocidad”. Pocos son los que tienen la capacidad para triunfar por sobre sus condiciones objetivas, aunque todavía debe haber algunos Neftalí Reyes o Lucila Godoy Alcayaga.
Los invade la desesperanza. Contribuyen también a ello los sacerdotes pedófilos, políticos corruptos, profesores amargados, padres ausentes, tensionados o alcoholizados, madres abandonadas, sostenedores y dueños de universidades que no tienen nociones elementales de educación interesándoles solo el negocio.
Algunos jóvenes se conforman y consecuentemente luchan contra su sino, otros pasan a las filas de la “Generación Nini”, es decir que “ni estudian ni trabajan” cargando a sus familias con su sustento y sus destinos. Los más bellos, según los cánones internacionales que exige la TV, pululan a su alrededor para ser descubiertos. No se sabe lo que sienten los que no lo logran. O los que lo logran para un reality y luego son olvidados.
Otros se resisten a perder los sueños y los buscan en las drogas y el alcohol. De ahí, algunos se lanzan a la búsqueda del dinero fácil arriesgando sus vidas. Cada vez son más jóvenes los que se embarcan en operaciones de gran riesgo.
Es otra forma de morir. Lo saben y conscientemente no les importa.
[1]Todos los estudios reconocen que las estadísticas están subestimadas, porque hay muchos suicidios que no son informados o considerados como tales. Algunos creen que las tasas pueden ser cinco veces más altas.
[2]“Epidemiología del Suicidio en la Adolescencia y Juventud” Dra. María Inés Romero et al, 2004
[3]Suicidio y Producto Interno Bruto (PIB) en Chile: Hacia un Modelo Predictivo, Emilio Moyano DíazUniversidad de Talca, Chile. Rodolfo Barría Universidad de Santiago. Agosto 2006. Revista Latinoamericana de Psicología. Bogotá
[4]Suicidio y Producto Interno Bruto (PIB) en Chile: Hacia un Modelo Predictivo, Emilio Moyano DíazUniversidad de Talca, Chile. Rodolfo Barría Universidad de Santiago. Agosto 2006. Revista Latinoamericana de Psicología. Bogotá
[5]“Estadísticas suicidio 1990-2005”. Servicio Médico Legal de Santiago. Chile