Noviembre 15, 2024

Un muchacho del siglo XX

Fue con ese nombre que el escritor Volodia Teitelboim publicó en 1997 el primer texto de una serie autobiográfica, cuyo acertado título general fue el de “Antes del Olvido”. Vendrían luego “ Un hombre de edad media”, 1999, “La Vida, una suma de historias”, 2003, y “Un soñador del XXI “, 2004. En la dedicatoria de este último libro, que siempre nos hacía a Rebeca y a mí, me definió como “ el automovilista acelerado” en referencia a uno de los viajes que juntos hiciéramos en automovil en el exilio. Esa vez fue en México, yo conducía y nos trasladábamos de un pueblo a otro tratando de no llegar tarde a una reunión y a él le parecía que yo exageraba.

 

 

La citada saga autobiográfica de varios libros fue parte de su vasta producción literaria iniciada en los años 30 del siglo pasado con su participación en la “Antología de la Poesía chilena nueva” junto  a Eduardo Anguita.

Le conocimos hace tantos años su “Hijo del Salitre”, 1952 y “La Semilla en la Arena” y más tarde “La Guerra Interna”, 1979, “Neruda”, 1984, “En el país prohibido”, 1988, “El Oficio Ciudadano”, 1995, “Voy a Vivirme”, 1998, “Notas de un concierto europeo, cuatro tríos y un destierro”, 1998, “ La Gran Guerra de Chile y otra que nunca existió”, 2000, “ Neruda 100”. 2004, “Por ahí anda Rulfo”, 2005. Todo sin olvidar sus varios otros textos y por cierto sus estupendas biografías de Borges, Huidobro y Gabriela Mistral, más su participación en diversas publicaciones, entre ellas la recordada revista “Araucaria” del exilio.

No puedo dejar de mencionar su tésis de grado para optar al título de Abogado en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile “El Amanecer del Capitalismo y la Conquista de América”, 1943, un verdadero clásico que recomendamos fervorosamente a los jóvenes de hoy. No es fácil conseguirla aunque en toda Latinoamérica se han  hecho múltiples reproducciones piratas. Conocí el texto de esa tésis de grado en la biblioteca del  Ministerio de Justicia en La Habana, Cuba, en donde me cupo el privilegio de trabajar algún tiempo en el exilio.  En nuestro país la reeditó “Pluma y Pincel” en 1993 con prólogo del escritor Fernando Quilodrán, fallecido el pasado año. En las obras de Volodia en los últimos años le acompañó su gran colaboradora, Jimena Pacheco.

 

A mediados de los años sesenta del pasado siglo y en la ciudad de Chillán conocí personalmente a Volodia Teitelboim. Entonces él era parlamentario por Valparaíso y Chillán era nuestra  común ciudad natal; además ambos eramos abogados y militantes comunistas. Claro está, guardando las distancias. Yo estaba recién ingresado al PC y hacía muy poco que me había recibido de abogado en tanto que Volodia ya era una figura internacional.

Pese a esas diferencias, desde entonces surgió una relación  amistosa que habría de durar por siempre. Años más tarde conocí a su hermano Sergio, destacado abogado defensor de los derechos humanos que se la jugó en dictadura,  ya fallecido.

También falleció Volodia y hace pocos días se cumplieron ya 10 años desde su partida el 31 de enero de 2008. Respecto de ese doloroso aniversario no ha habido una adecuada reacción ni en el mundo literario ni en el mundo político respecto de un personaje de su categoría. Por eso nos pareció necesario escribir estas líneas en su recuerdo.

Miembro de una familia de inmigrantes judíos, Volodia Teitelboim Volosky era un quinceañero cuando ingresó a las Juventudes Comunistas de Chile poco tiempo antes de comenzar sus estudios de Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Chile.

Cuando la traición del presidente radical González Videla y su “ley maldita” contra los comunistas, Teitelboim junto a muchos dirigentes y militantes van a dar al campo de concentración de Pisagua en el norte chileno, uno de cuyos cancerberos era… Augusto Pinochet.

Años después fue elegido Senador por Santiago, calidad en la que le sorprendió el golpe. El 11 de septiembre de 1973 Volodia no se encontraba en Chile, lo que salvó su vida. Permaneció algunos años en Moscú integrando la dirección exterior del PC y, hacia fines de la dictadura, regresó  clandestinamente a Chile en donde fue elegido Secretario General de su partido cargo que ejerció por un período de 4 años.

Fue precisamente en el exilio en donde  pude continuar disfrutando de su amistad. Ya fuera en La Habana, Cuba, o en alguna ciudad de México, o en Moscú, pudimos retomar contacto. De hecho al menos en dos ocasiones pudimos celebrar su cumpleaños en Ciudad de México en donde tenía una buena cantidad de amigos, mexicanos, chilenos y de otras nacionalidades. Solíamos reunirnos también allí en casa del profesor César Godoy Urrutia,  ex parlamentario y gran orador de la Izquierda chilena, o en la del escritor Luis Enrique Délano con su compañera Lola Falcón y su hijo Poli Délano, ya fallecido. O en la de Juan Vargas Puebla, dirigente obrero y también ex parlamentario.

También frecuentábamos con él el hogar de la familia de ese gran mexicano y latinoamericano, por entonces ya fallecido, que fuera don Vicente Lombardo Toledano. Visitábamos también la casa de los Arenal, una de cuyas hijas, Angélica era la viuda del gran David Alfaro Siqueiros. Y otra de ellas, Berta, era la viuda de Salvador Ocampo, otro líder y parlamentario de los salitreros del norte chileno.

En uno de sus viajes pudimos llegar, acompañados de Poli Délano, a casa de doña Rosa Elena Luján, “Chelena”, bella mujer de grandes ojos, que era la viuda de ese mítico personaje, el novelista conocido bajo el nombre de Bruno Traven,  autor entre tantas obras famosas, varias llevadas al cine, de La Rebelión de los colgados, La Rosa Blanca y tantas más y del que por años se discutió si realmente había existido. Comprobamos que sí, que existió y que fue largamente perseguido por los aparatos de inteligencia norteamericanos lo que le llevaba a ocultarse. Supimos que Traven era alemán, que había sido un luchador revolucionario condenado prematuramente a muerte, hecho que le marcó al punto de cambiar repetidas veces de nombre, de apariencia física y vivir en distintos países hasta radicarse en México y perderse con los lacandones en las selvas de Chiapas para reaparecer luego, siempre escribiendo. Fue amigo allí de Sandino, de Diego Rivera, de Tina Modotti, de Siqueiros, en fin de la brillante generación que marcó al México de la primera mitad del siglo XX

 

Terminada la dictadura, de regreso al país, nuestra buena relación con Volodia continuó al punto de encomendarme, como abogado, varios de sus asuntos, lo que me permitió conocer más de su entereza y su rigurosa ética, incomparable  con la baja calidad moral de sus detractores.

Una tarde de mediados del año 1995 que Volodia me llamó por teléfono para decirme que esa noche  llegaría hasta nuestro departamento para que cenáramos junto a don Luis Corvalán y un invitado sorpresa. Se trataba del líder salvadoreño Schafik Handal, el “comandante Simón”, al que había conocido en el exilio. Handal había ingresado precisamente en Chile a las filas del comunismo en la década de los años cincuenta mientras estudiaba Derecho en nuestro país al que había llegado exiliado. Esa noche no sólo fue de hermosos recuerdos, también de planes hacia el futuro.

Y así pues nuestra amistad y nuestras reuniones con Volodia siguieron siempre. Hasta que llegó el mes de enero del 2008 y debimos partir con profundo dolor junto con mi compañera, Rebeca, al encuentro final. Le vimos, él ya no hablaba, sólo apretamos sus manos y le dijimos suavemente adiós a ese incomparable amigo y camarada.

Haría bien que muchos recordáramos a este notable político, escritor, internacionalista, un noble hijo de Chile.

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