“Gracias a México y al espíritu de Rulfo, yo he vuelto a resucitar. Me sentía un poco abandonado y gracias al Premio (de Literatura Latinoamericana y del Caribe) Juan Rulfo me han vuelto a recordar aquí en Chile. Le debo esta resurrección a México”, confesó el poeta chileno Nicanor Parra (1914-2018) a su amigo, colega y paisano Hernán Lavín Cerda, en julio de 1991, tras enterarse de que obtuvo el galardón.
“También tengo que confesarte que yo no conocía bien la obra de Juan Rulfo. Ahora la estoy leyendo, estudiando más a fondo, y me parece magnífica. Pienso que Rulfo, pasando por la literatura, va más allá, mucho más lejos, vertical y profundamente”, agregó el antipoeta que llegó a Guadalajara cuatro meses después, en lo que fue la primera edición del premio otorgado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
El último de los grandes vates latinoamericanos de su generación, quien murió ayer a los 103 años, se definió en el discurso de recepción del premio como “un rulfiólogo” de jornada completa. “Me considero un drogadicto de la página en blanco como lo fuera el propio Juan Rulfo, que se negó a escribir + de lo estrictamente necesario”, dijo.
Sobre Rulfo contó: “Se me acercó una vez en Viña del Mar a felicitarme x un poema que no era mío. No supe qué decirle, me confundí y el pobre Juan también se confundió. Primera y última vez. No volvimos a vernos nunca + hasta este momento, en que él me sonríe desde Comala”.
Don Nicanor revivió en México, afirma Dante Medina, coordinador del Premio Rulfo, quien recuerda que durante su estancia en Guadalajara siempre fue “extremadamente cordial, extremadamente cercano a los jóvenes. Asistió encantado a todos los actos, con mucho entusiasmo”.
El escritor anfitrión detalla que Parra tenía mucho interés en el arte. “Visitó una exposición en el Hospicio Cabañas y, por supuesto, quería ver los murales de José Clemente Orozco. Quiso conocer también Sayula. Y llegó con una novia veinteañera, que era menor que sus hijos, quienes también lo acompañaron”.
Dice que los hijos bromeaban, porque ellos, más grandes, buscaban a la novia de su papá en la Facultad de Letras, donde ella estudiaba, para pedirle dinero. “Pero esta chiquita terminó los estudios y se le fue. Y Nicanor me dijo ‘se acabó el viejo verde, nunca más’”.
Quien con el tiempo se hizo amigo entrañable del antipoeta lo define como un hombre exótico y simpático. “Era un tipo de cínico con el que me identifico muchísimo. Para su longevidad increíble, era muy joven cuando vino. Él atribuía su longevidad a que tomaba siempre vitamina C y yo desde que lo supe sigo su ejemplo, la tomo todos los días y me acuerdo de él”, confiesa.
Medina señala que Nicanor no esperaba ser premiado. “Fue el primer gran galardón internacional que recibió. Lo sacó de esa especie de olvido de las grandes famas. Vivía recluido, ya no estaba de moda. Ese premio le vino muy bien a su obra en cuanto a ediciones. Aprovechó el dinero del premio para comprarle una guitarra eléctrica a su hijo”, agrega.
Otro testigo de esa visita de don Nicanor en 1991 fue Víctor Flores Olea, entonces presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. “Cuando vino estaba en la flor de sus capacidades y de sus días. Era una persona alegre, capaz de observar lo general y los detalles. Estaba muy entusiasmado en México, lo veía como un descubrimiento, muy lejano a su tierra”, describe.
El promotor cultural y fotógrafo narra que hicieron un par de comidas juntos. “Le gustó la cocina mexicana, muy distinta a la chilena. Era un hombre con conocimientos gastronómicos amplios. Fue muy satisfactoria su visita. Lo tengo como un recuerdo especial. Me gusta su poesía, es una combinación de raíces populares y una raíz de alta cultura”.
El narrador nicaragüense Sergio Ramírez también estuvo en esa ceremonia de premiación. “Era la primera vez que se entregaba el Juan Rulfo, como se llamaba entonces. Lo encontré siempre muy divertido, abierto, de buen humor. Cuando recibió el cheque de manos de Raúl Padilla, en el acto, lo tomó y lo agitó en el aire. Muy divertido, de conversación ingeniosa”.
El hoy Premio Cervantes admite que don Nicanor siempre fue su poeta de cabecera. “Conocí su obra de joven, cuando yo estudiaba Derecho en la Universidad de León. Había un profesor chileno de literatura, abrió un taller y el primer tema fue Parra. Esto fue en 1959. Me fascinó su poesía, de búsqueda, lírica, sentimental. Es un maestro de la lengua”.
El cuentista y novelista piensa que el Rulfo devolvió a Parra al mundo de las letras en América Latina. “Fue muy importante. Luego el Cervantes le llegó bastante tardío. Su calidad literaria no se correspondió con la actualidad que siempre debió tener en América Latina. Era un innovador”.
Un antidiscurso
Aquel día que don Nicanor recibió la noticia del Premio Rulfo, Hernán Lavín y su esposa Nora estaban con él en su casa de La Reina, en los alrededores de la cordillera de Los Andes, en lo que sería su primer viaje a Chile desde su exilio en 1973.
“Él nos había invitado a comer, pero apenas habíamos tomado unos tragos de vino y comimos algo cuando la noticia nos cayó de sorpresa y nos dejó pasmados. Horas más tarde empezaron a llegar los periodistas y entonces él se disculpó y me pidió que mejor nos viéramos cuando llegara a México”, en noviembre de ese año, recuerda Lavín Cerda. Sin embargo, el encuentro sucedería hasta 2005.
“Y ¿qué piensas hacer?, ¿cómo vas a agradecer la premiación?”, le preguntó Lavín al último sobreviviente de la trilogía de grandes poetas chilenos, junto con Pablo Neruda y Vicente Huidobro.
“Yo creo que voy a escribir un antidiscurso; voy a hacer algo así, de manera fragmentaria, hablando sobre mi relación con México y Juan Rulfo, expresó el poeta en uno de los pocos viajes que hizo para recibir el primer galardón importante en su trayectoria literaria, pues ya no asistió a recibir premios como el Miguel de Cervantes (2011) o el Reina Sofía (2001).
Llegó entonces el 23 de noviembre de aquel 1991, seleccionado por un jurado en el que participó el ensayista y crítico literario Julio Ortega, quien habla sobre sus encuentros con el autor de libros como Cancionero sin nombre, Poemas y antipoemas, La cuenca larga, Versos de Salón, Canciones rusas y Obra gruesa, a quien conoció en Nueva York, en 1971, y volvió a ver en 1973.
“Lo frecuenté cuando fuimos colegas fugaces en la Universidad de Yale. Entonces estaba fascinado con los artefactos que encontraba en las paredes de Nueva York y en los titulares de los diarios, incluso en los ascensores. La ciudad hablaba su lenguaje. Le gustaban las instrucciones, involuntariamente cómicas, como aquella de ‘En caso de incendio no use el ascensor. Salvo que se le ordene lo contrario’”, recordó.
Por aquella época, “acababa de tomar té con la señora Nixon, en la Casa Blanca, y le llovieron condenas de todas las izquierdas. Él estaba en una visita cuando el guía les avisó: “En esta sala la esposa del presidente les ofrecerá un té y galletas”. “No podía negarme a tan encantadora invitación”, dijo él.
“Después, lo recuerdo en un recital que dio en Nueva York y me impresionó mucho su arte de leer. Era como si leyera las noticias en el diario y cada titular fuera más absurdo que el otro. Parra hizo del español una forma del humor negro”, cuenta.
Pero con la entrega del primer Premio Rulfo a Parra, “se debió instaurar en el ámbito del idioma, la saludable tendencia a premiar no sólo al escritor que fatiga a la prensa, al poeta oficial y al novelista ubicuo, sino al escritor irreverente, al poeta libérrimo, al narrador contestatario. El Rulfo fue el primer premio importante que recibió Parra”.
¿Cómo era el carácter del antipoeta?, se le pregunta al ensayista y académico de la Universidad de Brown. “Parra tenía una relación irónica con la literatura. No era pila de agua bendita, no ganaba todos los concursos, no firmaba los pronunciamientos de buena conciencia, no publicaba en todas las revistas, no cultivaba el poder y mucho menos los gobiernos.
“Al contrario, era ascético, escéptico, y burlón. Se parecía en eso a Rulfo. Por eso lo leemos más y mejor. No viajaba a recibir honores. Por ejemplo, dejó plantada una cena en Harvard y la ceremonia del Cervantes; sí vino a la Universidad de Brown a recibir un doctorado honorario, pero no por los honores, sino para volver a la universidad donde estudió física antes de Oxford”.
¿Y cómo definiría el peso de la obra poética de Parra? “Su poesía es una verdadera comedia dantesca. En su infierno cabían Neruda y Pinochet, el Premio Nobel y la burguesía; su purgatorio estaba lleno de políticos; y el paraíso era exclusivamente de las musas.
“Inventó la antipoesía para justificar la deconstrucción de los poetas que subieron al Olimpo. Hizo de la ironía una musa intensa. Su sabiduría mundana, su anarquismo popular, la inteligencia de su coloquio reverberan en su obra como un vivo tiempo presente. Es uno de los muy pocos poetas con los que seguiremos conversando”, destaca.
Abren caminos
Hacia 2005, Hernán Lavín Cerda volvió a Chile, a participar en un encuentro de escritores, donde visitó a Parra en su casa de Las Cruces. “Ahí siguió la conversación que había quedado interrumpida (en 1991). Para entonces, él ya era un firme candidato al Nobel de Literatura y lo define de la siguiente manera:
“Habría que pensar en las distintas facetas de Nicanor, porque no era uno solo, sino más de uno. Uno nunca sabía muy bien si Parra hablaba en serio o en broma; él siempre estaba en el filo de la navaja, entre lo serio y lo divertido, entre el humor de distintos tonos, el exabrupto, la paciencia y la serenidad. En sus palabras casi siempre estaba la mezcla de lo culterano con lo popular, incluso con lo callejero. Para él todo podía convertirse en un poema… o en un antipoema”, recuerda Lavín Cerda.
Porque la antipoesía está basada, en mucho, en el rescate del habla popular y las situaciones insólitas, de las cosas que pasan a la gente o del habla coloquial; es un entre la poesía culterana y lo popular… y eso fue Nicanor”.
Por último, recordó que, a finales de los años 70, escuchó un programa de la serie La poesía en nuestro tiempo, que encabezaba el poeta Octavio Paz, en la que hablaba con el colombiano Álvaro Mutis, donde se refirió a Nicanor Parra como “el antipoeta que hace chistes, un autor muy chistosito”.
“Ese día estaba con Nora, mi esposa, y le dije ‘Ojo, no olvidemos esto porque no lo están entendiendo’”. Ni Paz ni Álvaro lo habían entendido. Varios años después coincidí con Mutis –a quien quise mucho–, en un encuentro de escritores y al salir me dijo lo siguiente: “Te voy a decir algo: ustedes (los poetas chilenos) son todos locos, encabezados por Nicanor, pero te lo digo en el buen sentido porque gracias a eso han abierto nuevos caminos”, recordó.
Por su parte, el poeta mexicano Homero Aridjis cuenta que lo invitó en 1982 a participar en el Festival Internacional de Poesía de Morelia, pero canceló por razones políticas. “Me escribió diciendo que quería mucho venir a México, pero tenía miedo de sí mismo. O sea, tenía miedo de que los periodistas mexicanos le preguntaran por Pinochet y que, como era muy bocón, iba a hacer una crítica fuerte. Me explicó ‘ya estoy muy viejo para ser exiliado, no tengo espíritu de exiliado, soy feliz en Chile y si hablo no voy a poder volver’”.
El escritor mexicano destaca que convivió con él en dos ocasiones más, una en Nueva York y otra en India. “En Nueva York compartimos una mesa de análisis con Borges. Él siempre era muy travieso, sobre todo en público. En esa reunión sobre Latinoamérica, se levantó y le dijo a Borges de una manera provocativa: ‘La semana pasada, usted se declaró conservador’. Borges, inteligentemente, le respondió que sí, porque cada semana en Argentina había un golpe militar y que se refería a que quería conservar el gobierno en turno más de una semana”.
Explica que cuando se fue de Nueva York a Holanda, Parra lo reemplazó en la Universidad de Nueva York como profesor de Literatura latinoamericana. “Tuvimos una buena amistad”.
“VÉLENME AL AIRE LIBRE”
El antipoeta chileno era hijo de un profesor de primaria y académicamente se formó dentro de la rama científica.
SANTIAGO DE CHILE.-Hace casi medio siglo, Nicanor Parra escribió una suerte de testamento. Últimas instrucciones, se lee en el título, y en resumidas cuentas ahí dejó sentado cómo quería fuese su funeral. En primer lugar, pedía ser velado al aire libre en La Reina, la comuna de clase media en donde vivió muchos años de su juventud. En un tono regañón escribió: “Cuidadito con velarme en el salón de honor de la universidad o en la casa del escritor”; pide le lleven objetos como un par de zapatos de futbol, una bacinica floreada, lentes negros (para manejar) y un ejemplar de la Biblia.
Hoy esas instrucciones, que parecían una broma literaria de quien se jactaba de jugar con las palabras y su significado, toman un sentido realista. El antipoeta, quien completaba el trío de los poetas chilenos más importantes junto con Pablo Neruda y Vicente Huidobro, falleció a los 103 años de edad la madrugada del martes en su natal Chile. Y queda su poesía, o mejor dicho su antipoesía, esa que él advertía es una montaña rusa.
Hijo de un profesor de primaria y una modista, Parra fue el mayor de nueve hermanos. Nació en San Fabián de Alico, al sur de Chile, el 5 de septiembre de 1914. Provenía de una familia de artistas; la de mayor presencia fue su hermana Violeta Parra, considerada una de las principales creadoras de la canción popular en América Latina. Y su sobrino Ángel Parra, uno de los impulsores de la Nueva Canción chilena, movimiento que a partir de los años 60 llegó a renovar la música popular de su país.
A los 18 años de edad llegó a Santiago de Chile para estudiar Física en el Instituto Pedagógico, y obtuvo la licenciatura en Ciencias Exactas y Físicas por la Universidad de Chile. Después se especializó en Mecánica Avanzada en la Universidad Brown de Rhode Island, en Estados Unidos y amplió su formación en la Universidad de Oxford, en Reino Unido, donde cursó un doctorado en Cosmología.
Pero la ciencia exacta sólo lo acercó más a la poesía y bien supo compaginar los versos con la enseñanza. En 1996 dejó sus clases de Mecánica Teórica, al cabo de una docencia de 51 años en la Universidad de Santiago de Chile, donde fundó el Instituto de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ingeniería junto con otro poeta “todoterreno”, Enrique Lihn. También fue profesor visitante de varias universidades estadunidenses, como las de Luisiana o Nueva York, donde aprovechaba la estancia para realizar lecturas poéticas.
Aunque su primer texto poético data de 1937, Cancionero sin nombre, fue hasta 1954 que llamó la atención con sus Poemas y Antipoemas, que causaron asombro o tal vez rechazo.
“¿Aspira a ser el mejor poeta de Chile?”, le preguntó Pablo Neruda tras la aparición de ese libro. “No, me conformo con ser el mejor poeta de Isla Negra”, respondió Parra, en alusión al pueblo costero en el que vivía Neruda, cerca de Las Cruces, donde él mismo pasó los últimos años de su vida.
Desde entonces Parra se presentó como el creador de la “antipoesía”, un género en el que usaba elementos como un personaje antihéroe, un lenguaje directo, antirretórico y coloquial, provisto además de dichos populares y lugares comunes en un verso cuyo léxico y sintaxis no obedecían al modelo literario clásico.
Estilo que lo envolvió en una poesía propia. En su obra figuran títulos como La cuesta larga (1958), Versos de salón(1962), La camisa de fuerza (1968), Obra gruesa (1969), Antipoemas (
Además hizo traducciones literarias del inglés de El rey Lear de Shakespeare, y de textos científicos como los Fundamentos de la Física (1957), de Robert Bruce Lindsay y Henry Margenau.
Aunque Parra fue el candidato perenne al Premio Nobel, recibió otros reconocimientos como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2001), el Premio Municipal de Santiago (1937 y 1954), el Nacional de Literatura de Chile (1969), el Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1991), la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile (1999), el Premio Bicentenario de la Universidad y la Corporación del Patrimonio Cultural chilenas (2001) el Premio Iberoamericano Pablo Neruda (2012) y el Premio Cervantes (2011)
Quien en su obra jugaba con el realismo y el surrealismo de las palabras rompió no sólo con las formalidades de la poesía, sino de la política y la vida. Siempre de ideales de izquierda y a favor de la democracia, Parra no tenía conflicto con tomar té en Washington con Pat Nixon, esposa del ex presidente estadunidense Richard Nixon.
Los últimos años de su vida los disfrutó en su casa del puerto de Las Cruces, 132 kilómetros al noroeste de Santiago. Al cumplir un siglo de vida, Parra prefirió evadir la prensa, la publicidad, los festejos, a pesar de que muchas personas y grupos artísticos acudieron a celebrarlo. Y lo hicieron leyendo el antipoema El hombre imaginario, ¿o a caso hay otra forma de festejar a un poeta?