Oprah Winfrey es la estrella del momento en EEUU. Oprah –uno de esos personajes públicos en ese país a la que todo el mundo conoce por el nombre de pila– tuvo la mejor intervención en la entrega de los Globos de Oro; primero, porque recibía un premio a toda su trayectoria, y en segundo lugar, por su discurso vibrante en una gala en la que todo el mundo quería dejar su sello.
A diferencia de los Oscar, en los Globos de Oro los hombres y mujeres se sientan en mesas redondas con comida y bebida, sobre todo, bebida, y todo tiene un aire más informal. Los presentadores tienen licencia para ir más lejos con sus chistes, y algunos han sido especialmente salvajes. Hay un montón de premios, y los hay hasta para los parientes pobres del mundo del espectáculo –ahora ya menos–, los actores y actrices de televisión.
Esta vez era diferente. La ola de denuncias de acoso sexual iniciada por el caso Weinstein debía tener una respuesta firme y nada frívola, un alegato colectivo con el mensaje ‘nunca más’. Oprah fue más lejos y se convirtió con sus palabras en el símbolo que todos estaban esperando. “A new day is in the horizon!”, y todos se rompieron las manos aplaudiendo.
¿Símbolo de qué? No sólo de la desigualdad sistemática en que viven las mujeres que trabajan en Hollywood o Nueva York. También de todos los que creen que el país se está yendo por el sumidero a causa del presidente. Y si necesitaban más ejemplos, la publicación del libro de Michael Wolff había despejado las pocas dudas que quedaban en una comunidad en la que la inmensa mayoría de sus protagonistas votan al Partido Demócrata y financian generosamente sus campañas.
¿Y de ahí a presidenta Winfrey? El impulso de apoyar a la presentadora de TV como candidata a las elecciones de 2020 provino de las redes sociales, donde las opiniones son casi como la escritura automática de los surrealistas. O sencillamente una forma de expresar con el corazón lo que aún no se ha madurado en la cabeza, tanto por su calidad intrínseca como por sus posibilidades de éxito. Fuera de Twitter o Facebook, un ejemplo de alguien del gremio: “Quiero que se presente a la presidencia. No creo que tenga ninguna intención de hacerlo. Pero ahora no tiene elección”, dijo Meryl Streep.
Hubo otras personas fuera del mundo cinematográfico que no tardaron en sumarse a la ola. Aún más cuando CNN, citando a dos personas anónimas que son amigas de Oprah, dijo que ella está “pensando seriamente” en presentarse a las elecciones de 2020, y que de hecho lleva unos meses reflexionando sobre ese paso.
Si alguien sin experiencia política como Donald Trump no sólo dio el paso, sino que ganó las elecciones, ¿por qué no ella, nacida hace 63 años en Kosciusko, Mississippi, o alguien como ella? A eso se reduce todo el razonamiento. EEUU como el gran plató televisivo donde se enfrentarán dos estrellas de la pequeña pantalla (no hay que olvidar que Trump, empresario inmobiliario de éxito en Nueva York, se convirtió en una figura nacional gracias a un programa de televisión, The Apprentice).
¿Cuáles son las ideas políticas de Oprah? ¿Qué bagaje ideológico arrastra? Sí se sabe que apoyó con todas sus fuerzas a Barack Obama y Hillary Clinton, con lo que hay que situarla en el campo de los demócratas. Más allá de eso, queda el hecho de que su fama procede del programa de televisión que presentó durante 25 años, a lo que hay que sumar algunas incursiones en el cine; la más celebrada, su papel en ‘El color púrpura’, de Spielberg.
Su programa tenía las características habituales en los espacios matinales de las televisiones de EEUU dirigidos fundamentalmente al público femenino. Muchos famosos como invitados, sobre todo del mundo del cine, calidad de vida, dietas, consejos de salud, algunos muy cuestionables, moda, pero también un empeño especial por fomentar la lectura. Las novelas recomendadas por ella en un segmento especial dedicado a los libros se convertían de forma automática en superventas. Y no tardó mucho en dedicar programas a examinar por qué la invasión de Irak en 2003 no estaba resultando lo que la Casa Blanca y el Pentágono habían prometido.
Nada era más espectacular como cuando regalaba cosas, hasta coches a veces, a todas las personas que presenciaban en directo el programa. Gracias, claro está, a los patrocinios de grandes marcas. Una forma de caridad patrocinada por obra y gracia de la reina de la televisión.
Viniendo del mundo del espectáculo, no es extraño encontrar el amplio repertorio de fotos de ella con un tal Harvey Weinstein.
La mera consideración de la idea de Oprah como presidenta tiene mucho que ver con el escaso plantel con que los demócratas se enfrentan a cada elección presidencial. No por nada Hillary Clinton se presentó como favorita a dos primarias diferentes separadas por ocho años. De entrada su hipotética candidatura complace al neocon Bill Kristol: “Es más sensata ante la economía que Bernie Sanders, comprende mejor la América media que Elizabeth Warren, menos sensiblera que Joe Biden, más agradable que Andrew Cuomo, más carismática que John Hickenlooper”.
Desde luego, para alguien como Kristol, un candidata como Oprah debilitaría al que sea el candidato con más opciones de representar al ala izquierda del partido, como Sanders o Warren. Otros, como Jim Messina, director de la campaña de Obama en 2012, sólo ven ventajas en ella: “Ella cuenta con una marca que representa la inclusión, juntar a la gente y sumar todas sus aspiraciones. Para derrotar a Trump en 2020, los demócratas necesitarán a un candidato que pueda unir al partido, enfrentarse a los ataques de Trump e ir más allá de la política de los bajos instintos. Sin duda, Oprah puede ser uno de esos candidatos”.
Un duelo en las urnas Donald-Oprah alcanzaría el nivel máximo en el proceso por el que la política norteamericana se ha convertido en un inmenso reality. No importa ya la política, y sí los sentimientos. Los conocimientos profesionales de política y economía, por no hablar de asuntos internacionales (un argumento habitual de los demócratas en la campaña contra Trump) son secundarios; siempre se puede contratar a los mejores expertos, que luego nunca aparecen o que no saben que dirigir una Administración no es como presidir una empresa o mandar una división del Ejército. Hay que inspirar a los votantes con una historia personal edificante y no vale la pena perder el tiempo con propuestas políticas complejas. Y si el candidato es millonario, mejor, porque por algún milagro conseguirá que la economía funcione tan bien como lo hizo su patrimonio personal.
El trumpismo como cultura política se haría también con el poder en el principal partido de la oposición. Porque todo empieza y acaba con la capacidad de generar ilusión, y ahí la experiencia puede ser hasta contraproducente en una época en la que los políticos profesionales son sospechosos por definición.
En otras palabras, adiós a Karl Marx y Adam Smith. Bienvenido, Paulo Coelho, a la primera línea de la política