Este breve escrito pretende reflexionar sobre el integrismo católico en Chile, a partir del repaso de sus máximos representantes como Jaime Eyzaguirre y las revistas Fiducia y Tizona. Si bien es cierto que el integrismo católico ha tenido un papel marginal y minoritario dentro de la historia de Chile, su impacto se puede visibilizar en la formación de intelectuales “orgánicos” –en términos gramscianos- de la (extrema) derecha (como por ejemplo Jaime Guzmán, alumno de Jaime Eyzaguirre en la Universidad Católica y colaborador de Fiducia), construyendo de esta manera un imaginario político caracterizado por una lucha decisiva de los cuales ellos fueron actores importantes, y en el que además les permitió una fuente de identidad, generando una sensación de “cruzada”, una lucha entre el bien contra el mal, suprimiendo los matices. En ese sentido –a nuestro juicio- el integrismo católico –con un discurso de fácil integración e incorporación-, podría ser un catalizador importante para un sector de la sociedad chilena en períodos de democratización social.
I
Se puede decir que el integrismo católico se nutre de la matriz conservadora antiliberal europea denominada tradicionalismo, surgida como una reacción de los partidarios del ancien régime, que no aceptaron la instauración de un nuevo orden liberal resultante de la Revolución Francesa de 1789.
La tesis principal, en efecto, de esta ideología sostiene que existiría un orden social -querido por Dios-, natural, inalterable y desigual, que constituiría el bien absoluto. Mientras que el orden liberal, republicano, basado en la atomización de la sociedad, de clases sociales, constituiría –en la lógica tradicionalista-, el mal absoluto.
Cabe hacer notar, por otra parte, que en el tradicionalismo se combina el providencialismo con el historicismo. Elementos que se convierten dentro de esta visión en “correctivos del desenfreno revolucionarios”, en palabras del jurista nazi, Carl Schmitt. En ese sentido el hombre no es libre de elegir con quien vive en la sociedad, sino que nace ya en varias sociedades (familia, corporaciones, aldea, ciudad, estado).
Los principales representantes de esta tradición de pensamiento se encontraron en Francia con nombres como Agustín Barruel, Luis de Bonald, Joseph de Maistre, y en España con Juan Vásquez de Mella y Juan Donoso Cortés, quienes construyeron una “teoría” contrarrevolucionaria rechazando el racionalismo ilustrado, el progreso, las concepciones laicas, la igualdad y la libertad, propios de la Revolución, que han precipitado al mundo –desde su punto de vista- a un verdadero caos.
Lo interesante de esta perspectiva es que el enemigo terminó siendo demonizado; ya no es considerado como un igual, lo que permitiría justificar cualquier tipo de violencia hacia él. Ello, por cierto, mucho antes de las conocidas lógicas dicotómicas posteriores con la Guerra Fría, de similares características.
Por otro lado, la tendencia conocida como integralismo no debe confundirse con el término integrismo, aunque estén estrechamente ligadas, ya que surge precisamente de él. Sin embargo, hay que hacer una distinción para evitar confusiones con respecto al término. El integralismo o intransigencia fue una posición adoptada por el catolicismo romano en el siglo XIX frente a los errores de la modernidad, difundidos por la señalada Revolución Francesa, a saber: racionalismo, individualismo, democracia y secularización. En tal integralismo -posteriormente- surgieron otras posiciones para contrarrestar las ideas modernas tales como el catolicismo social, integrismo, modernismo y democracia cristiana.
Bajo tales supuestos el integrismo católico surgió como movimiento político inspirado en el Syballus (catálogos de los errores modernos), alrededor de 1890, y desde un inicio se opuso al progresismo en Francia, y en las primeras décadas del siglo XX combatió a todos aquellos sectores que pretendían una apertura política y social del catolicismo. Cuestión que lo hace encerrarse en su integralidad para evitar –sobre todo- a las corrientes modernistas y liberales surgidas en su seno.
Dicho esto entendemos por integrismo católico como aquel pensamiento tradicionalista y contrarrevolucionario –extendido por Europa desde el siglo XVIII–, que planteaba la idea de volver a un pasado mítico religioso asociado al antiguo modelo de sociedad corporativista de las antiguas gremios de la Edad Media, con un marcado papel protagónico de la Iglesia Católica en todos los ámbitos de la sociedad.
Por último, hay que decir que a finales del siglo XIX en España, el integrismo se convirtió en un partido político de extrema derecha –el Partido Integrista- (también conocido como Partido Tradicionalista o Partido Católico Nacional), fundado en 1888, a cargo de Cándido Nocedal. Y en el siglo XX, el integrismo se vinculó con posiciones de ultraderecha.
II
A nuestro juicio, uno de los representantes del integrismo católico en Chile fue sin lugar a dudas el historiador y abogado Jaime Eyzaguirre, admirador de Ramiro de Maeztu, representante de la oligarquía terrateniente nacional, quien “nacionalizara” el discurso franquista. Ello puede verse reflejado tanto en sus escritos en la Revista Estudios como en sus obras Hispanoamérica del dolor (1947), Fisonomía histórica de Chile (1948) e Ideario y ruta de la emancipación chilena (1957).
En términos generales, el pensamiento de este autor entrañó una restauración político- religiosa a un tipo de sociedad, anclada en el período del colonialismo español, con sus principios religiosos basados en el catolicismo y a un régimen de autoridad de tipo monárquico. Es por ello que para este autor el catolicismo guardaría los valores que toda civilización debía buscar.
En esa línea, Eyzaguirre, en efecto, se basaba en el milenarismo, corriente que plantea una exégesis literal –en palabras de Cristián Garay- del capítulo XX del Apocalipsis de la venida de Jesucristo a reinar mil años entre la derrota del Anticristo y el Juicio de los Justos. Tal idea, en efecto, respondía a la crisis de dominación de la oligarquía en nuestro país en la primera mitad del siglo XX, provocada por el capitalismo liberal y el socialismo.
Eyzaguirre, en ese sentido, comprende la historia de Chile como la de un país en decadencia por su traición a la identidad nacional hispánica y autoritaria, anclada en la época colonial, en provecho de las ideas liberales y democráticas. Sobre este punto cabe destacar que para Eyzaguirre la cultura hispánica es superior a la cultura indígena y al resto de las otras culturas. De alguna manera la raíz cultural hispánica –a juicio del autor- es la esencia de nuestra identidad chilena y también iberoamericana.
A lo dicho hay que añadir que Eyzaguirre hace una interpretación del texto de la doctrina social de la Iglesia –que concibe como fundamental-, destacando la importancia de los valores católicos para dar respuesta a la crisis de la dominación oligárquica. Cuestión imprescindible para contrarrestar los efectos producidos por el comunismo y el capitalismo liberal en el mundo, por medio de las encíclicas del Papa Pio XI, en espacial Quadregesimo Anno, de 1931.
Otro elemento importante a destacar en Eyzaguirre es la solución para enfrentar la dicotomía ricos/pobres a través de la caridad cristiana. Al respecto, Eyzaguirre sigue la referencia del papa Pio XI, quien expresaba que la caridad debía ser la principal preocupación política, sumado a la justicia social, relacionada con el bien común, de las cuales las personas cristianas no solo debían seguir, sino también el conjunto de la sociedad.
En esa línea el “anticapitalismo” de Eyzaguirre –en palabras de Carlos Ruiz- entiende que los principios morales deberían guiar la vida económica. Lo que, en consecuencia, expresa abiertamente su adhesión al proyecto político corporativista de tinte católico (Oliveira Salazar en Portugal o Franco en España), más no el corporativismo fascista criticado por su carácter totalitario y su talante antirreligioso de su ideología. Después de la derrota de los regímenes corporativos fascistas en Europa (a excepción de España y Portugal), Eyzaguirre replegó este pensamiento hacia el plano cultural, en particular en la historiografía.
III
Como se señalara al principio de este escrito, el otro representante del integrismo católico chileno es la revista Fiducia, surgida durante el gobierno de Jorge Alessandri en 1963, del grupo “Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad” (TFP), bajo las directrices del pensador católico brasileño Plinio Correa de Oliveira, defensor de un sistema de gobierno de tinte teocrático.
Entre paréntesis, digamos que en sus páginas Fiducia, al igual que TFP, difundían una simbología del caballero cristiano medieval, es decir, capas rojas, una cruz gótica y pendones con un león rampante como emblema.
Esta revista se insertó en el contexto álgido de la reforma agraria, sobre todo en el debate del proyecto de modificación al artículo 10 de la Constitución de 1925, concerniente a la función social de la propiedad, defendiendo de manera furibunda el derecho de propiedad, considerada sagrada y parte del derecho natural (anterior al derecho positivo). En ese sentido –a juicio de Fiducia- no podía ser cuestionada, ya que al hacerlo se atentaba contra Dios y la civilización cristiana occidental. Por ende la reforma agraria que estaba llevando a cabo el gobierno de Frei Montalva (1964-1970) no sólo era “socialista” y “confiscatoria”, sino que constituía un atentado contra Dios. Cuestión inaceptable para el integrismo católico por el carácter “cristiano” del gobierno. Todo ello llevó a Fiducia a través de sus páginas a infundir miedo e incertidumbre entre las clases terratenientes con el propósito de incentivar la violencia en dichos sectores.
Cabe hacer notar, por su parte, que las publicaciones de la revista se destacaron por poseer una gran ofensiva, expresada en la inviolabilidad de la propiedad, dificultando cualquier dialogo con el gobierno. Incluso más: Fiducia llegó a interpelar a Eduardo Frei Montalva en 1965 para que desistiera de la reforma agraria, ya que -de no hacerlo- significaría el desconocimiento del derecho a la propiedad, que era – según la revista- en estricto rigor parte de la dignidad del hombre y del derecho natural dado por Dios.
Las señaladas interpelaciones no obtuvieron respuesta por parte del Ejecutivo. Lo que acrecentó la violencia en el lenguaje llamando a Frei Montalva como “mal católico” (denominado peyorativamente por Fiducia como el Kerensky chileno), lo que tuvo como consecuencia su deslegitimación y personificar la imagen del “enemigo anticristiano” para este sector de ultra derecha.
En 1966 Fiducia regresó con la ofensiva contra Frei Montalva, a través de un extenso documento titulado “Manifiesto a la nación chilena sobre el proyecto de Reforma Agraria del Presidente Frei”, argumentando que el proyecto de reforma agraria traía consigo un “transbordo ideológico hacia el marxismo”, e iniciando una campaña en contra del “agro reformismo de izquierda” que inspiraban al gobierno democratacristiano. En ese contexto, ciertamente, la ofensiva se hizo cada vez mayor y la revista pasó a llevar una postura más contrarrevolucionaria que el resto de las derechas.
Cabe señalar, por su parte, que el debate en torno a la propiedad se insertó a su vez en un campo de disputa sobre el significado de lo católico, existiendo una polarización en donde en la izquierda se encontraba en los sectores católicos más progresistas, mientras que la derecha en los sectores más conservadores.
Con la llegada al gobierno de Salvador Allende, por último, Fiducia decidió dejar su extremismo ideológico para optar por el extremismo político a través del terrorismo e imponer un abrupto final al régimen democrático. Desde ya algunos de los miembros de TFP pasaron a la lucha decisiva “contra el marxismo”.
La revista Tizona, por su parte, entre los años 1969 a 1973, se insertó dentro de un contexto político polarizado, de gran descalificación hacia el enemigo político, en una primera instancia hacia el gobierno de Frei Montalva y en un segundo momento hacia el gobierno de Salvador Allende, adquiriendo un extremismo ideológico con la llegada del gobierno de la Unidad Popular (1970-1973).
La postura de Tizona diagnosticaba un periodo de descontrol revolucionario, en donde prevalecía la sensación de anarquía, favoreciendo a sus discursos caracterizados por su apelación a un régimen de autoridad, a partir de una base filosófica tomista y de tintes de hispanistas.
Tizona dejaba al descubierto el agotamiento del sistema democrático liberal, el cual no pudo controlar las exigentes demandas sociales y el ascenso de los partidos de izquierda. Por ende esta revista comprendía que se debía direccionar el accionar político hacia el Ejército y de esa forma “salvar a la patria” de la decadencia. Para lograr aquello se debía apelar a la violencia, y así derrotar a la democracia y al marxismo. En ese marco se enfatizó en la indolencia del gobierno de Frei Montalva ante la institución militar, basándose en la drástica reducción del presupuesto económico para sus funcionarios y en la precaria modernización de los instrumentos de guerra.
En síntesis, Tizona construyó un discurso donde el “ser chileno” se identificaba con “ser católico”, y en el que a su vez poseía un gran vínculo con las FF.AA. En esa línea, si Salvador Allende llegaba a la Moneda se pondría fin a la esencia misma de la nación, junto a sus elementos tradicionales. Por ende, para Tizona las FF.AA se mostraban como el único actor capaz de terminar con el estado de caos y anarquía que vivía el país, instrumentalizando el miedo ante la posible llegada del marxismo al país.
Con la llegada del gobierno de la Unidad Popular, Tizona optó por una postura radical en sus páginas, dando como solución una estrategia de complot contra el gobierno de Allende. Finalmente el derrocamiento del presidente Allende constituyó la expresión de la imposición de un régimen de autoridad, con su correspondiente violencia extrema desde el Estado a partir de 1973 y su consiguiente dictadura militar de 17 años.
IV
La existencia de proyectos de modificación de sociedad en Chile, que pretendían cambiar las estructuras económicas-sociales, permitió el surgimiento de un discurso maniqueo en determinados sectores de la sociedad, en particular en las capas dominantes, quienes se sentían perjudicados por los procesos de cambios revolucionarios o reformistas. Ante ello no quedaría otra cosa para el integrismo católico que enfrentarse al “enemigo”, de alta ambigüedad semántica, representante de la cúspide del mal.
No menos relevante –digamos, entre paréntesis-, fue lo que ocurrió hace algunos meses atrás donde aparecieron grupos neointegristas católicos (y también protestantes), rechazando furibundamente el proyecto de ley de aborto en tres causales del gobierno de Michelle Bachelet, con argumentos catastrofistas, muy propio de este pensamiento.
En cierto modo, la defensa del neointegrismo católico a la familia, al derecho a la vida, entre otras cosas, son elementos que buscan volver las cosas hacia atrás, a un orden de cosas fenecido, caminando en un sentido contrario a la pluralidad y complejidad de nuestra sociedad actual.
Por último, cabe decir que el integrismo católico casi nunca aparece en la opinión pública, sino que sólo irrumpe en momentos de cuestionamiento a las jerarquías naturales y de modificación de las atrasadas estructuras económicas sociales. Es ahí donde aparecen estos grupos de ultra derecha católica, con justificaciones maniqueas y apocalípticas, defendiendo la tradición, el autoritarismo, la discriminación, la desigualdad, las jerarquías y los privilegios históricos de las oligarquías.
Fabián Bustamante Olguín
Historiador
Área de Humanidades – FCFM-U de Chile