Nadie puede ganar las elecciones si no sabe agitar las pasiones, pues hay que ser muy iluso para creer que los eligen, racionalmente a conciencia, es decir, informados plenamente mediante el análisis y la comparación de los respectivos programas políticos, y lo que es más grave aún es que un alto porcentaje de políticos y sus clientes son analfabetos políticos y, a veces, funcionales. (Hay que ser muy cándido para creer que los distintos programas de gobierno han sido diseñados para ser cumplidos, pues gobernar es, generalmente, defraudar).
El azar y las pasiones constituyen un ingrediente fundamental de la vida y de la política, por consiguiente; el candidato que no sea capaz de provocar miedo ante el eventual triunfo de su rival tiene muy pocas posibilidades de triunfar: en la política se juega el poder, por lo tanto, las condiciones de un buen padre de familia y de una persona honesta en su vida privada no conduce al triunfo, y desde Maquiavelo hasta nuestros días la ética privada está completamente separada de la pública, en la primera la virtud principal es la salvación personal y el amor al prójimo; la segunda persigue el poder, es decir, dispone de la vida y de la muerte de sus súbditos, es la voluntad de poder.
“Entre ser amado y temido”, según Maquiavelo, de no lograr la primera virtud, hay que perseguir la segunda a fin de mantenerse en el poder. El contraste entre Sebastián Piñera y Alejandro Guillier es la aplicación casi perfecta de esta lógica: Guillier fue mucho más amado que Piñera, quien por muchos esfuerzos que pretende mostrar es un “chupete de fierro”; Guillier es un buen padre de familia, pero un mal político, pues carece de toda hambre de poder – incluso, algunos piensan que no quería ser Presidente -; Piñera, por el contrario, representa toda la ambición, narcisismo y hambre de poder y fue mucho más político que Guillier a lo largo de toda la campaña presidencial, por ejemplo, nadie conoció a ciencia cierta la visión y proyecto de país del candidato de La Fuerza de la Mayoría: Piñera, tomando puntos centrales de los demás candidatos y usando el sentido común y la vulgaridad, supo movilizar a sus huestes.
El miedo es un factor fundamental en la historia, y el piñerismo supo utilizarlo muy hábilmente, por ejemplo, la amenaza del “chilezuela”, proferida por la derecha, fue capaz de sacar de sus camas a los temerosos votantes de la derecha – todos sabemos que el timorato Guillier no tiene nada que ver con Chávez, ni con Maduro, menos con Correa y Morales – es sólo un independiente pro radical muy moderado, (se le podría comparar con Pedro Enrique Alfonso, candidato radical, en 1952). La frase, para algunos, “desafortunada”, de meterle la mano a los ricos, no va para nada con la mansedumbre y tino del carácter de Alejandro Guillier.
Las campañas del terror siempre han dado muy buen resultado a la derecha, y otra cosa es que ellos caigan como víctimas de su propio miedo – ocurrió en 1970, en la elección de Salvador Allende como Presidente de la República – . La primera actitud de los aterrados ciudadanos ante el peligro es escapar, pero esta vez la derecha demostró una capacidad de movilización de fuerzas inesperada. Hay que reconocer que las comunas en donde la derecha ganó en la reciente elección presidencial, con un 80% – el caso de Las Condes, Lo Barnechea, La Dehesa, Vitacura y Providencia – la concurrencia a las urnas alcanzó el máximo nivel en el país; por el contrario, en las comunas marginales, especialmente en la zona sur, ganó Guillier, pero con muy pocos votantes. Para los pobres la abstención, para los ricos, el sufragio.
Lo más sintomático es que Piñera ganó en la mayoría de las regiones del país, salvo Aysén y Magallanes, con un muy bajo número de inscritos. En regiones tradicionales de la izquierda, como Tarapacá, Antofagasta, Atacama, Coquimbo y Bío Bío ganó, por amplio margen, Piñera; aún más histórico es el triunfo de este candidato en Lota y Coronel, comunes carboníferas que, desde 1910 nunca había ganado la derecha, desde conservadores y liberales, pasando por nacionales a la UDI y Renovación Nacional. En la Araucanía Piñera obtuvo más del 62% de las preferencias, apoyado por Manuel José Ossandón y José Antonio Kast, partidarios de meter bala a los mapuches, sin ninguna consideración.
Que los pobres voten por los ricos, aunque posteriormente los patrones les patean en el culo, es más antiguo que el hilo negro: antiguamente, los obreros católicos – llamados “los Josefinos” – eran votos seguros para el Partido Conservador; obreros apatronados han existido siempre – en tiempos de Karl Marx se les llamaba “lumpen proletariado” -. En el libro, El modo de ser aristocrático, se relata las relaciones de servilismo entre patrón y la familia Ulloa, que por generaciones han estado a su servicio – antes, en las tumbas familiares se enterraba también a las fieles empleadas domésticas – hoy se les llama “los fachos pobres”, gente de la clase media emergente y algunos evangélicos fanáticos de distintas sectas, quienes aterrados ante el retorno a la pobreza de la cual acaban de salir gracias a las políticas sociales de los partidos que han liderado la transición a la democracia, votan por Piñera creyendo, ingenuamente, que han salvado a Chile.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
27/12/2017