Con los chilenos vinimos, con los chilenos morimos.” Obreros bolivianos en respuesta a su cónsul en Iquique.
Hoy se conmemora un año más del crimen de lesa humanidad que tiñó de vergüenza al Ejército de Chile, en 1907. Esta historia, enmarcada el sábado 21 de diciembre, de seguro, no será recordada por el gobierno, por los medios de comunicación masiva, en las escuelas, menos en las instituciones armadas. Pero el silencio de los inocentes grita.
En la Escuela de Santa María de Iquique masacraron a trabajadores salitreros con sus familias. Los muertos fueron incontables. La sangre derramada hermanó a las víctimas de distintas nacionalidades: chilenos, bolivianos, peruanos, argentinos, españoles y otros.
Los obreros bolivianos y peruanos se negaron a abandonar a los chilenos a pesar de los ruegos de sus cónsules en Chile. Prefirieron compartir su triste destino.
Los principales criminales: El Presidente Pedro Montt, su Ministro Rafael Sotomayor Gaete, el General Roberto Silva Renard y el Coronel Sinforoso Ledesma. Detrás de ellos, los dueños del capital como John North.
El crimen de los obreros:
Pedir no se les explotara como trabajadores ni se les engañara como consumidores. Exigían que no se les obligara a recibir fichas en vez de dinero como pago de sus servicios. Estas fichas, solo eran intercambiables en los negocios o pulperías de las mismas salitreras, en donde, además, les imponían los precios y los defraudaban en los pesos y medidas de las mercaderías. Pedían libertad de comercio al interior de las salitreras rechazando los monopolios de las pulperías de propiedad de las mismas empleadoras. Actualmente, esas pulperías son los grandes supermercados y tiendas. Las fichas, por su parte, corresponden a las tarjetas de crédito que les otorgan los mismos supermercados para comprar en ellos.
Solicitaban, adicionalmente, el derecho a educarse a través de escuelas nocturnas.
Revisemos su petitorio:
1.- Aceptar que mientras se supriman las fichas y se emita dinero sencillo cada Oficina representada y suscrita por su Gerente respectivo reciba las de otra Oficina y de ella misma a la par, pagando una multa de $ 50.000, siempre que se niegue a recibir las fichas a la par.
2.- Pago de los jornales a razón de un cambio fijo de 18 peniques. Libertad de comercio en la Oficina en forma amplia y absoluta.
3.- Cierre general con reja de fierro de todos los cachuchos y chulladores de las Oficinas Salitreras, so pena de pagar de 5 a 10.000 pesos de indemnización a cada obrero que se malogre a consecuencia de no haberse cumplido esta obligación.
4.- En cada oficina habrá una balanza y una vara al lado afuera de la pulpería y tienda para confrontar pesos y medidas.
6.- Conceder local gratuito para fundar escuelas nocturnas para obreros, siempre que algunos de ellos lo pida con tal objeto.
7.- Que el Administrador no pueda hacer arrojar a la rampa el caliche decomisado y aprovecharlo después en los cachuchos.
8.- Que el Administrador ni ningún empleado de la Oficina pueda despedir a los obreros que han tomado parte en el presente movimiento, ni a los jefes, sin un desahucio de 2 a 3 meses, o una indemnización en cambio de 300 a 500 pesos.
9.- Que en el futuro sea obligatorio para obreros y patrones un desahucio de 15 días cuando se ponga término al contrato.
10.- Este acuerdo una vez aceptado se reducirá a escritura pública y será firmado por los patrones y por los representantes que designen los obreros.
Algunos días después, se alzaron voces dando cuenta de la felonía:
El diputado por Valparaíso, Bonifacio Veas, interpelaba al Ministro del Interior presente en la sala “¿Por qué se han cometido estos asesinatos? Porque los obreros piden que se les haga más llevadera la existencia, que no se les robe su trabajo, que no se les pague con fichas, que no se les obligue a comprarlo todo en las pulperías de las oficinas, que se cierren los cachuchos”. Los cachuchos eran estanques peligrosos de gran capacidad usado en las salitreras, el cual se llenaba con salitre chancado y agua vieja. Eran de fierro con serpentines interiores, calentados con vapor de calderas. En ellos se producía la disolución del caliche (lixiviación).
En tanto que el Diputado por Curicó, Arturo Alessandri Palma, decía que: “en medio minuto se dispararon más de cinco mil tiros sobre una masa de ciudadanos que estaba ejerciendo un derecho que garantiza la Constitución: el derecho a pedir aumento de salarios y mejores condiciones para la vida”. Así se expresó el repudio que suscitó en el aula parlamentaria lo que el diputado Malaquías Concha llamaría “una masacre injustificada, irracional, en defensa de intereses extranjeros”.
En efecto, los intereses extranjeros eran los del magnate inglés John North, dueño principal de las salitreras. La Armada chilena, tan británica, también reclamó su cuota de sangre obrera. Movilizó los Cruceros Zenteno, Esmeralda y el Blanco Encalada, que llegaron a Iquique el 19 de diciembre de 1907, con 1650 hombres del Ejército y de la Marina. El Zenteno transportó al regimiento de Carabineros, recaló en Caldera para subir al regimiento de infantería O’Higgins. La Esmeralda traía a Silva Renard, a Sinforoso Ledesma y al regimiento de Artillería de Costa. El Blanco Encalada, transportaba al regimiento de Infantería Rancagua y de Ingenieros Atacama, al mando del mayor Arturo Moreira. Las ametralladores de la Esmeralda “se cubrieron de gloria”, asesinando a trabajadores y a sus familias. Eran las 15:30 horas. Destacada participación tuvieron los capitanes de navío Arturo Wilson y Miguel Aguirre.
Algunos, como el abogado de fortuna y de las salitreras en Iquique, Antonio Viera Gallo, realizaban discursos y entregaban consejos a los huelguistas en el sentido que no hicieran causa común con los compañeros de Iquique. Diario “La Patria” de 16 de diciembre de 1907, artículo “Ecos de la Huelga”.
La patronal, señaló su opinión sobre la necesidad de la masacre. El problema, argumentaban, no era cuestión de dinero, sino de principios: negociar bajo la presión de la masa “significaría una imposición manifiesta de los huelguistas y les anularía por completo el prestigio moral que siempre debe tener el patrón sobre el trabajador para el mantenimiento del orden y la corrección en las faenas delicadas de las oficinas salitreras”[1]
Para complementar, reproducimos la explicación miserable que entregó Silva Renard, en enero de 1908:
“Las cosas llegaron a tal extremo que no admitían términos medios. Había que obrar o retirarse dejando sin cumplir las órdenes de la autoridad. Había que derramar la sangre de algunos amotinados o dejar la ciudad entregada a la magnanimidad de los facciosos que colocan sus intereses, sus jornales, sobre los grandes intereses de la patria. Ante el dilema, las fuerzas de la Nación no vacilaron”.
Este cobarde, ordenó el primer fuego de fusilería por parte del regimiento O’Higgins, en contra del directorio del movimiento que se encontraba expuesto en la azotea bajo una bandera chilena. También estaban la peruana y la boliviana. Luego, el fuego de ametralladoras en contra de los hombres, mujeres y niños desarmados que salieron de la escuela buscando la salvación. La culminación, fue el ingreso de tropa al interior del recinto para terminar la vil tarea mientras la caballería lanceaba a los que se dispersaban en el exterior.
En justicia, debemos destacar que algunos conscriptos de la Esmeralda, desviaron el plomo, eludiendo matar a los obreros. Eso lo sostienen, Lindorfo Alarcón H., director de “El Proletario”, en la publicación de 10 de enero de 1909 y el escritor Andrés Sabella en su libro “Norte Grande” (Tercera Edición, Santiago, Editorial Orbe , 1966, Pág.296)[2]
Para cubrir el alevoso exterminio se ampararon en dos perversidades jurídicas. Decretaron Estado de Sitio con vigencia el mismo día 21, para amordazar a la prensa y luego, iniciaron un proceso penal por sedición y otras ofensas, en el Segundo Juzgado de Letras de Iquique, en contra del dirigente José Paz Álvarez y otros, según las respectivas citaciones emitidas por Roberto Alonzo, Juez y por Juan Castro Díaz, Secretario del Tribunal.
Han pasado 110 años y los seguimos recordando. Son la brisa nortina que nos regala la pampa y el silencio. No han muerto, solo están dormidos.
Notas:
[1] La guerra preventiva: Escuela Santa María de Iquique. Las razones del poder. Sergio Grez Toso.Doctor en Historia. Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, profesor de la Universidad de Chile,
Director del Magíster en Historia y Ciencias Sociales, Universidad ARCIS.
http://web.uchile.cl/vignette/cyberhumanitatis/CDA/texto_simple2/0,1255,SCID%253D21038%2526ISID%253D730,00.html
[2] Referencias indicadas en el libro de Pedro Bravo Elizondo. Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia. Ediciones del Litoral, Santiago, 1993. Pág. 90.
Rubén Jerez Atenas. Asociación de Consumidores Escuela Santa María de Iquique- ACESMI