Junto al triunfo de la derecha, siento que Chile ha sido derrotado. Trataré de justificar esta frase que suena tremebunda.
Confieso que esta apreciación se fundamenta en mi experiencia de vida en un país que hoy ha sido puesto como paradigma del error y del horror en política: el modelo venezolano.
Yo llegué a Venezuela en tiempos del boom petrolero, por cierto exiliado por el régimen dictatorial.
Por entonces Venezuela era un país avanzado, muy rico y muy optimista. Los venezolanos se sentían privilegiados de Dios y pensaron que ese privilegio permanecería en el tiempo, por lo que los políticos se las arreglaban para filtrar una que otra reivindicación para los pobres, pero siempre muy marginal si se comparaba con la inmensa acumulación de riqueza que concentraban los más favorecidos del estamento político, hermanados con los empresarios de todo pelaje.
En ese reino del oro negro los precios estaban totalmente subsidiados y los impuestos-que eran nominales- nunca se pagaron. El empresariado no aportaba nada al gasto público, más bien se llevaba para sus propias arcas gran parte de los beneficios que otorga el Estado como subsidios, estímulos, sobre precios.
Con todo, los gobiernos de entonces invirtieron parte importante de esos ingresos extraordinarios en la industrialización básica (hierro, acero, aluminio), así como también en petroquímica. Pero luego se dieron cuenta que los precios extraordinarios del petróleo se compensaron en el mercado mundial con un alza mayor de los precios de los bienes industriales, por lo que el balance favorable al petróleo no duró más allá de un quinquenio.
Eso explica el endeudamiento de Venezuela en el período ilusorio de las ventajas de los precios de intercambio. Cuando cayeron fuertemente los precios del petróleo en la década de los 80, el país se encontró con ingresos insuficientes para sus gastos y con una deuda externa monstruosa.
Chile actual camina hacia un derrotero que puede ser muy semejante, pues su tiempo de boom del cobre y las materias primas no ha sido sembrado; no hay industrialización de ningún tipo.
Desde ahí viene el desvarío del liderazgo. Intentan rectificar su modelo económico, sincerando los precios internos, pero ese pueblo, que nunca fue beneficiado durante el boom, no lo tolera, viene el levantamiento social, conocido como “Caracazo” y desde entonces la legitimación del modelo queda en entredicho. Los gobiernos que siguen a la caída de Carlos Andrés Pérez son de agónico ejercicio y Chávez aparece en el horizonte como heraldo negro de una necrología.
Chile actual camina hacia un derrotero que puede ser muy semejante, pues su tiempo de boom del cobre y las materias primas no ha sido sembrado; no hay industrialización de ningún tipo. Los recursos naturales exportados como sub materia prima siguen explicando el 85% de nuestras exportaciones y fuera de nuestra exitosa experiencia energética de los últimos 4 años, nada podemos mostrar que sea digno del futuro para Chile.
La derecha carece de una propuesta transformadora respecto a este tema. La Fuerza de Mayoría lo planteó en su programa pero no dio suficiente importancia como eje explicativo de su propuesta para Chile, con lo cual pasó casi desapercibido. Se desgastó tratando de conquistar en las propuestas sociales al Frene Amplio. El Frente Amplio, a su vez, no abordó el tema del cambio de paradigma productivo para Chile, dedicando más energía a los cambios sociales y de derechos. Pero lo cierto es que, a mediano plazo, los cambios sociales son inviables si no se cambia el modelo de acumulación actual, sea cual sea el gobierno. Chile podrá tener la suerte de recuperar un tiempo los precios del cobre-como parece que será la fortuna que gozará el siguiente gobierno de la derecha-, pero eso será pan para hoy y hambre para mañana, tal como aconteció a la ingenua Venezuela de los 70 y 80 y como podrá suceder en este Chile que regala 2/3 de su riqueza minera, sin tener otras retribuciones a la vista ni alternativas productivas en la mente de los nuevos gobernantes.
El gran peligro para Chile radica en una cultura entronizada por el modelo neoliberal; una cultura de la prescindencia, de la incultura cívica, del dominio unidimensional de la prensa, de la liviandad argumentativa, de la intrascendencia en lo político, de la petrificación de lo instalado
El gran peligro para Chile radica en una cultura entronizada por el modelo neoliberal; una cultura de la prescindencia, de la incultura cívica, del dominio unidimensional de la prensa, de la liviandad argumentativa, de la intrascendencia en lo político, de la petrificación de lo instalado, de la rigidez de la mirada, de la simplificación de las complejidades, del temor a lo nuevo, de la indiferencia ante lo que universalmente se exhibe como justo y deseable, de la capacidad de dominación que pueden ejercer los poderosos, de la sumisión voluntaria, de la precariedad del pensamiento crítico, del inmediatismo y cortoplacismo.
Una sociedad así terminará necesariamente dándose de bruces con la rebelde realidad, la que transita por otra dimensión de la cultura y de la vida. Mientras cae en ese darse cuenta, será necesariamente una sociedad en conflicto, una sociedad enguerrillada, con niveles altos de violencia cotidiana y de descomposición de la juventud, que seguirá sumergida en las drogas, el alcohol, el tabaquismo, la delincuencia, la diversión decadente y degradante.
Nuestra juventud debería estar siendo reclutada, como lo hacen los países del Asia, para enrolarse en las disciplinas del saber, para generar una cultura de la verdadera superación, que no es simplemente de esos sucedáneos del bienestar, como es el consumo suntuario, al cual se escala por los más aberrantes medios, terminando por enajenar y alienar al hombre y sus capacidades más benéficas.
Chile se encuentra atrapado en un discurso del miedo al cambio, de conformismo ingenuo, de inmovilismo paralizante. Tanto los dirigentes de la derecha como los de la Concertación entronizaron esa lógica cobarde y artera. Quieren dejar todo tal cual lo tienen, para de esa forma seguir medrando a su antojo, incluso a sabiendas que eso es imposible. Ninguna estructura humana puede momificarse en el tiempo, a menos que esté muerta.
La vitalidad creativa fuerza el cambio, quiérase o no. Ahí radica la ingenuidad de unos y la perfidia de muchos, justamente en pretender manipular la realidad hasta donde aguante, sabiendo que esa acumulación de fuerza de cambios contenida tendrá que descomprimirse un día, y lo más probable es que si no se fue moderando en sus fuerzas, lo hará de manera explosiva y hasta destructiva.
Chile se goza hoy de un triunfo que puede ser el preámbulo de una derrota; Chile celebra ahora lo que puede llorar mañana. La historia no es para un día, es para más largo plazo y sólo ahí se cantan las victorias verdaderas, como señalaban dos grandes libertarios: Albert Camus y Henry David Thoreau.