El firmamento intelectual chileno se caracteriza a menudo por la aparición de obras que son saludadas en los diarios del dominante régimen periodístico de forma efusiva, como auroras de una nueva época o como las claves anheladas para interpretar el presente y abrir las puertas del futuro. Sin embargo a pesar de la vehemencia inicial de la prensa duopólica y de los ditirambos que estas obras encuentran en sus columnas, ellas desaparecen en el olvido al cabo de algunas semanas sin que nadie las analice seriamente, las comente o tal vez las lea con seriedad y delibere sobre ellas. Sin lugar a dudas esto denota las limitaciones y la superficialidad del arbitrariamente llamado medio intelectual chileno, que es incapaz de generar un diálogo o una controversia pública seria sobre puntos de vista alternativos y de relevancia para la vida política del país. La lectura y el análisis de estas obras tan alabadas sin duda ayudarían a menudo a iluminar las relaciones entre el dinero, el poder, la política y la denominada academia y sus conflictos de interés, los cuales en general permanecen entre tinieblas, intocables e incuestionados a pesar de su relevancia. Estimulado por los panegíricos mercuriales decidí leer la obra “Lo que el dinero puede comprar” de Don Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales. En esta obra, según los comentarios del diario, el autor realizaría un análisis histórico y original sobre la relevancia del mercado y el dinero en la sociedad chilena y el impacto que la modernidad generada por estos tendría en el alma de la nación y el devenir político de ella. El Sr. Peña adscribe en su obra al dinero y al mercado naturalezas racionales y modernas, y de acuerdo a él, ellos serían los únicos factores responsables del progreso de Chile y de sus habitantes en los últimos años.
Como resultado de esta entronización del rol utópico del dinero como la norma del supuesto éxito de la sociedad chilena, el autor castiga a aquellos disidentes de su opinión que no comparten el entusiasmo por el protagonismo dorado que él le asigna al dinero en el desarrollo de la democracia y de la autonomía individual en el país. Al Sr. Peña, esta disidencia, pareciera molestarle y según su opinión no estaría basada en la realidad, y por lo tanto sería anormal y por eso su trabajo sería un intento serio para corregir esta aberración. Además el escepticismo frente al rol benevolente del mercado y del dinero, que socava el status quo que el describe como brillante e inigualable, lo trata de normalizar y minimizar aduciendo que este escepticismo y descontento siempre ha sido un fruto indeseado del progreso y de la modernidad. En los tres ensayos que constituyen el libro el autor hace gala de una presuntuosa ilustración citando y describiendo el pensamiento de una gama de autores que incluyen economistas, sociólogos y filósofos tan variados como Aristóteles, Kant, Marx, Durkheim, entre muchos otros. Si bien es cierto que varios de estos autores y otros mencionados por el autor, hablan en algunas oportunidades de su escepticismo y de las limitaciones del dinero y del mercado como ejes de la sociabilidad humana, la mención de ellos y de sus obras está hecha en el texto en mi opinión, de una manera trivial e irreflexiva, de tal modo que ellas parecieran sancionar algunos de los prejuicios y creencias del autor acerca de estos tópicos.
A mi entender, los tres ensayos constituyen una inmodesta apología de los factores políticos y económicos que han resultado en las desmedradas condiciones materiales, en que de acuerdo a las reales estadísticas económicas, viven más del 80% de los chilenos; condiciones que el autor palmariamente ignora como las causas más próximas del escepticismo frente al absolutismo del mercado y al dinero que ellos manifiestan. El texto de los tres ensayos, cuya pretendida erudición se ampara en la mención de nombres famosos y de sus frases y de sus conceptos, las cuales se repiten mecánicamente como las cuentas de un rosario, es también en mi modo de ver una tirada banal que trata de ocultar y simultáneamente justifica las desmedradas condiciones materiales de la mayoría de la población chilena, Esto le da al texto un carácter fragmentado, irreal y carente de toda empatía con la magra situación de salud, de educación, de previsión social y ambiental en que viven la mayoría de nuestros compatriotas. La insensibilidad y la frivolidad del texto podría ser justificada viniendo de un académico de una institución totalmente privada y que careciera de financiamiento por el estado como sucede en la universidad del autor, por ejemplo a través del CAE.
Esto porque pareciera existir un tremendo conflicto de interés y una insoslayable brecha ética producida por el hecho que académicos parcialmente financiados por el estado chileno, con dineros generados por el trabajo de toda la población, produzcan obras con el aparente y único objetivo de defender el status quo, que maltrata inclementemente a la mayoría de esta misma población. Podría pensarse que en nombre de la libertad académica estas situaciones merecieran ser legítimas. Sin embargo hay que considerar el desliz original de varios de estos centros académicos privados y es que fueron concebidos por la bota militar, en una época de máxima represión y de terror. El objetivo de su fundación fue crear una academia que sustentara ideológicamente a la dictadura militar y a sus políticas, y al mismo tiempo generara pingues dividendos económicos a sus propietarios y algunos de sus administradores a expensas del estado, de sus profesores y de sus alumnos. El propósito de esto fue también debilitar a las universidades del estado y ofrecer trabajo y honores a sus flamantes académicos, a menudo sin el criterio y la trasparencia necesarias para aquilatar la calidad de ellos y de su quehacer intelectual. En este contexto creo que la obra analizada es un desvarió especulativo que continúa con aquella tradición de obsecuencia y justificación de las acciones de los poderes facticos de turno y del dinero, y que se caracteriza además por un conservadurismo a ultranza, temeroso del progreso y de la democracia.
La obra también carece de originalidad, ya que se agrega a un cumulo de otras del mismo tenor y que adoleciendo de los mismos defectos, se dirigen a santificar como divino, genético e inamovible el perverso arreglo social existente en Chile durante los últimos 44 años. Estas obras, de autores tan variados como los Srs. J.J. Brunner, E. Tironi, E. Boeninger y E. Ottone entre varios, fueron también anunciadas en la prensa de derecha como creadoras de nuevas épocas, pero por demostrar las mismas limitaciones especulativas y el mismo divorcio de la realidad que la del Sr. Peña, pasaron rápidamente al olvido y probablemente solo sirvieron para agregar un párrafo más al currículo de sus autores. El espíritu Panglosiano que las anima, estimula la pasividad política y ayuda a sembrar la confusión en el debate público, como cuando el Sr. Peña para defender las franquicias de su institución, tratara de difuminar la frontera entre lo público y lo privado con sofismas, respondiendo a las demandas estudiantiles de mayores fondos para las universidades públicas y del estado (F. Cabello, El Clarín, Septiembre 2, 2014, http://www.elclarin.cl/web/opinion/politica/12938-el-rector-pena-el-candidato-velasco-y-los-estudiantes.html).
Estos trabajos en general hacen recordar lo que Don Andres Bello decía que como los intelectuales europeos describirían a la actividad académica en América Latina en su época, “… se arrastra sobre nuestras huellas con los ojos vendados; no respira en sus obras un pensamiento propio, nada original, nada característico. Remeda formas de nuestra filosofía y no se apropia de su espíritu.” La gran tragedia chilena es que estas condenatorias palabras de nuestro prócer se hayan vuelto nuevamente una realidad, como pareciera demostrarlo el análisis de la obra en cuestión, gracias a la hecatombe cultural producida por las aciagas actividades de los putativos herederos de O’Higgins, de San Martin y de Lord Cochrane.