El Acuerdo de las trece combinaciones que conforman el Frente Amplio que emitieron ayer es un retrato de la realidad actual: no es lo mismo que gane Sebastián Piñera o Alejandro Guillier; el primero representa un evidente retroceso, y profundización y consolidación de la desigualdad y la exclusión, en tanto el segundo, entrega respuestas ambiguas a problemas y desafíos fundamentales, como el fin del sistema de ahorro forzoso, (no+AFP) y una educación gratuita, universal, concebida como un derecho y no como un bien de mercado, el fin del Crédito con aval del Estado (CAE), determinación de un impuesto a los más ricos y, por último, el llamado a una Asamblea Constituyente, entre los más importantes postulados de Beatriz Sánchez.
En la declaración de este conglomerado se reitera que no formarán parte de ningún gobierno y que no pactarán con Guillier, como tampoco necesitan guiño alguno del candidato presidencial de lo que lo resta de la Nueva Mayoría. Como explicación, repiten hasta la majadería del lugar común de que los votos no pertenecen a los dirigentes del Frente Amplio, por consiguiente, es responsabilidad de Guillier el conquistar, entusiasmar, motivar y encantar al millón trescientos mil votantes que lo hicieron por Beatriz Sánchez en las elecciones de 19 de noviembre último.
El voto político, leído por la ex candidata presidencial del Frente Amplio es muy similar al emitido por Revolución Democrática y el del Partido Humanista – los dos partidos que tienen tiene el mayor número de diputados electos del Frente Amplio – el primero tiene una predominancia del sector juvenil y, el segundo, algunos políticos de mucha trayectoria electoral, como Tomás Hirst y la periodista Pamela Jiles – se hace llamar “abuela” y aconseja a sus imberbes nietecitos -.
Nada más lógico que en una combinación de 13 de partidos y movimientos tan disímiles entre sí se demoren más allá del plazo estipulado por los líderes – 29 de noviembre y sólo salió a la luz el 30 -; (de todas maneras, no fue necesario privarlos del pan y el agua, como ocurría con los cardenales medievales para forzarlos en la elección de un Papa).-
No faltan los opinólogos y periodistas que creyendo poseer la bola de cristal del porvenir afirman que al Frente Amplio le convendría un triunfo del candidato Piñera, pues terminará de vaciar al centro político y, desde luego, a la Nueva Mayoría, para convertirse en hegemónico de lo que se llama, aun vagamente, “el progresismo”; por el contrario, el triunfo de Guillier representaría la última oportunidad para la Nueva mayoría, y que a Piñera no le conviene triunfar, pues estará paralizado por el carácter minoritario en el parlamento, sumado a fuerte y continua respuesta de los movimientos sociales.
Habría que preguntarse a qué categoría socio-política corresponden los votantes que lo hicieron recientemente por Beatriz Sánchez y el Frente Amplio. En Chile aún estamos en pañales respecto al estudio de la conducta de los electores, pero en forma muy gruesa, posiblemente carente rigor científico, es evidente que el Frente Amplio creció a costa de los antiguos electores de la Nueva Mayoría, desilusionados por las tibias reformas del gobierno de Bachelet, así como por marginar y ningunear a los movimientos sociales – actitud propia de un rey o reina del despotismo ilustrado -.
Los comentaristas políticos acaban de descubrir que “el agua moja”, y que los líderes del Frente Amplio son hijos y nietos de la Democracia Cristiana y de los partidos históricos de izquierda – socialistas, comunistas, PPD y radicales -, y con derroche de cultura “enciclopédica“, no recuerdan la teoría freudiana, sobre el mito de Edipo rey, el hijo tiene que matar a su padre para madurar. Afortunadamente, el filósofo francés, Michel Onfray, en un muy buen libro de su autoría, demolió el psicoanálisis freudiano.
El minusvalorar el peligro de un eventual triunfo de Piñera, personalmente, me parece una estulticia: la misma declaración del Frente Amplio sostiene que Piñera representa un “retroceso” y una profundización de la desigualdad y la exclusión, en consecuencia, mi voto es contra Sebastián Piñera, y tendré que hacerlo a favor de Alejandro Guillier, a pesar de encontrarlo ambiguo y, en muchos aspectos, un centrista radical, muy cercano a la mantención del statu quo.
Es evidente que lo que queda de la Concertación y el conglomerado actual, la Nueva Mayoría, no han mostrado voluntad concreta de llevar a cabo los cambios necesarios para poner fin al sistema social mercantilista, que nos conduzcan a una sociedad más igualitaria y de derechos, fundamentalmente, en educación, salud, previsión y vivienda. Dado el panorama actual, Guillier seguirá con las mismas reformas del presente gobierno y, quizás, más moderadas.
En cualquier sociedad democrática y representativa los dirigentes están para conducir, canalizar, orientar y motivar a los electores, no para ser conducidos, sino para convocarlos en la toma de decisiones, siempre difíciles. Es, precisamente, la tarea de los diputados electos. Es cierto que el Frente Amplio no llamó a sus electores a la “libertad de acción” – como titulan algunos Diarios -, sin embargo, con tanta dificultad en la interpretación del comunicado de ese conglomerado, podría conducir a muchos electores a votar nulo o blanco y a otros a abstenerse de concurrir a las urnas y, de esta manera permitir, por omisión, el triunfo de Sebastián Piñera.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
01/12/2017