Por el gen natural de autodestrucción que tenemos como humanidad. Ese ego propio, el “yoísmo,’” como le llaman en psicología; abarcar todo lo posible sin importar que el otro se quede sin nada.
Partiendo de ese gen podemos desglosar las distintas vertientes que nos llevan a tratar de analizar el comportamiento colectivo de nuestras sociedades ante la política neoliberal que nos arrastra.
Neoliberalismo que siempre ha estado presente porque es patriarcal y somos sociedades patriarcales por ende los resultados son de dominio, odio, despojo y manipulación. El patriarcado no solamente es misógino, también es racista y clasista, terriblemente homofóbico. El patriarcado ha sido la imposición de la mente colonizada generacionalmente; desde hace más de 500 años, un mal que se ha convertido en genética de nuestra América mancillada y que gracias a esa idiotización en masa, los resultados son desgarradores para los pueblos y avaros para los pícaros.
Un neoliberalismo que en nombre de la fe y las religiones nos divide entre santos y demonios. Todo el que es distinto y se atreve a pensar por sí mismo, es malaventurado y debe ser castigado por su insolencia; el castigo es quitarle los derechos, excluirlo y llegar a desparecerlo si su existencia llega a causar escozor en los planes de saqueo que tienen las mafias oligárquicas. Resultado de ello, las dictaduras en el continente y los miles de muertos y desaparecidos.
Los santos vienen siendo quienes van con la corriente, quienes por haraganería o comodidad no se atreven a pensar ni a cuestionar en voz alta a un sistema que los jode a ellos también, porque los robotiza, los coacciona de mil formas, en un tipo de violencia naturalizada porque es sistemática. Un tipo de violencia que es renovada constantemente porque es estratégica y busca mantener a las masas adormecidas, por eso la existencia del consumismo, de las religiones, de la poralización de los medios corporativos, del sistema de educación.
El neoliberalismo avanza en el continente porque somos sociedades insensibles, deshumanizadas, hipócritas, desleales. Sociedades que prefieren dormir el eterno sueño del vivir de apariencias antes que despertar y verse en la obligación de actuar; porque actuar exige responsabilidad, ¿y quién quiere ser responsable en una era de aprovechamiento colectivo?
La responsabilidad de esto es de quienes sabiendo, de quienes con la capacidad de analizar, de cuestionar, de organizar, prefieren dormir la mona, porque los beneficia que el sistema excluya a unos y premie a otros por solapadores. No cabe escudarse en la ignorancia cuando son beneficiados por guardar silencio. Alzar la voz es una responsabilidad humana, individual y colectiva.
Debemos ser ríos despiertos, hogueras, mares en tempestad. Debemos ser semilla, eco de montañas, caseríos de pueblo honrado, debemos ser la lluvia que hace crecer la milpa, el abono. El repique constante de la Memoria Histórica, dejar de ser repello para ser cimiento y adobe. Debemos ser lava de volcán cuando el enemigo ataque y tener la lozanía de la flor silvestre cuando se trate de abrazar la causa de la restauración de América Latina originaria.
¿Quién está dispuesto a vivir esa metamorfosis?
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