La concepción de la historia como un progreso lineal en la época de Nicolás de Condorcet es igual de errónea que el mito del “eterno retorno”, de Nietzsche. Los procesos políticos marchan siempre sobre la base de avances y retrocesos: un paso hacia adelante y tres para atrás. Hace poco tiempo caracterizábamos la época como una crisis de dominación oligárquica, que podría ser comparada con la de los años 20 en la historia política de Chile. En el caso del “cielito lindo” había un demoledor y demagogo – así lo llamaba el historiador Ricardo Donoso -, Arturo Alessandri Palma, quien fue capaz de captar la crisis de la oligarquía y dirigiéndose y convenciendo a su “querida chusma”, logró triunfar en las elecciones de 1920.
En la actualidad la corrupción de la clase política es comparable con la de la “execrable camarilla”- una especie de mafia que se aferró al poder durante el período de Alessandri -. Tanto ayer como hoy, los escándalos han sido de todo tipo: desde robarse las tierras colonizadas del sur del país hasta las oficinas salitreras del norte; algunos casos de corrupción de alto calado económico, hasta la crueldad de robarse el dinero que el Estado proveía para mantener y albergar a los albergados del salitre, a causa de la crisis de las salitreras, por el invento del salitre artificial en la primera guerra mundial – en ese entonces, miles de familias mineras llegaban a Santiago, especialmente -.
Hoy, no sólo en Chile, sino también en los demás países del mundo, la casta oligárquica ha caído en el máximo de desprestigio al ser comprada por la mafia empresarial; la respuesta de los ciudadanos ahora ha sido diametralmente distinta de la de los años 20: ya no hay ningún líder carismático, sino candidatos grises, incapaces de movilizar a la gente, y pareciera que después de la crisis de dominación oligárquica, volviera a reinar la plutocracia con el más representativo de esta casta, Sebastián Piñera.
En el parlamentarismo la mayoría de los políticos aristócratas se creían con el derecho divino de postular a la presidencia de la república, y los candidatos eran elegidos en grandes convenciones de la alianza liberal o de la coalición conservadora: Si el candidato no había nacido muy rico, podía aspirar a casarse con una mujer millonaria y, de esta manera, hacerse merecedor de postular al alto mando del país. Al único líder que no dejaron pasar fue a Eliodoro Yáñez, por haber nacido en La Chimba (Recoleta) y posar de arribista.
Si volvemos a la actualidad, si la gente se sorprende de que haya ocho candidatos, representantes de todas las tendencias y colores, hay que recordar que en la convención liberal de 1910 hubo el doble de candidatos, que luego se fueron eliminando al paso de las votaciones. Al final en esta convención, terminaron votando por el más viejo de todos, dándole el triunfo a Ramón Barros Luco que, se dice, era funcionario público desde la época del primer Federico Errázuriz: Las anécdotas de Barros Luco son múltiples: se dice que se salvó de morir ahogado en el hundimiento del Blanco Encalada, gracias al haberse aferrarse a la cola de una vaca; otras personas se burlaban de él porque firmaba los decretos con los dedos de los pies. En el Centenario, asistir a una concentración era de sindicalistas y no de aristócratas; posteriormente, vinieron las grandes concentraciones y manifestaciones de masas, con eximios oradores, como Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, entre otros.
Hoy hemos retornado a la forma de hacer política propia de la era parlamentaria, con la diferencia de que los candidatos ya no pertenecen a la aristocracia y, además, los partidos políticos están viviendo su agonía, razón por la cual Alejandro Guillier, por ejemplo, prefirió juntar firmas para ser candidato independiente, y le da vergüenza del apoyo del Partido Socialista por el lío del Alcalde de San Ramón.
Carolina Goic es candidata de un partido de larga trayectoria política y está orgullosa del apoyo de sus camaradas. Aún resta un mes para que la Democracia Cristiana termine con la mitad de su representación parlamentaria y pase a convertirse en un partido “liliputense”.
Hoy, los distintos foros y, actualmente, la franja electoral, son los lugares donde se desarrolla la competencia entre los ocho candidatos – por lo general, sus propios partidarios constituyen la barra – y los candidatos se dedican a desenvolver sus propuestas políticas, que las hay para todos los gustos, por ejemplo, Eduardo Artés, propone refundar el país; el ultraderechista José Antonio Kast, demoler la estatua de Allende y matar a balazos a cualquier ladrón que se aproxime a su casa; Marco Enríquez propone cobrar impuestos a los ricos, poseedores de acciones millonarias, así como exigir impuestos a las pequeñas y medianas empresas que reinviertan las utilidades; Sebastián Piñera se presenta como un gran estadista y, guiado como siempre por su narcisismo – estudió para Dios -, alaba su pasado gobierno como su tierra prometida, incapaz de la más mínima autocrítica; Alejandro Guillier acentúa la necesidad de la descentralización y la continuidad y profundización de las reformas del gobierno de Michelle Bachelet, y así, cada candidato en particular expone sus ideas y propuestas.
La primera franja electoral, iniciada el viernes 20 de octubre, se caracterizó por diagnósticos más que por propuestas, y pienso que sólo sirve para dar a conocer tanto candidato anónimo que se presenta a las parlamentarias.
Con el nuevo sistema electoral, lo más lógico es que sea elegida una multiplicidad de candidatos, pertenecientes a muchos partidos políticos, lo que hará muy difícil la hegemonía de una mayoría parlamentaria. El próximo Presidente de la República va a tener mucha dificultad para entenderse con la Cámara de Diputados.
Es lógico que los candidatos que tienen menos apoyo en las encuestas – las empresas pertenecen a Piñera – traten de llamar la atención en los foros y debates, aunque es plausible, por ejemplo, que Artés le niegue el saludo a Kast, y que Navarro lance monedas delante de Piñera.
De ganar Piñera en la segunda vuelta, será por la estupidez de sus rivales por su incapacidad de formar un frente “todos contra Piñera”. La experiencia de 2009, cuando el 30% de los votantes de Marco Enríquez lo hicieran por Piñera, posibilitó más bien la derrota de la izquierda y no el triunfo del momio.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)