Nicolás Eyzaguirre, barón honorario del FMI y oficiante mercantil a todo evento, regresa a capitanear Hacienda en tiempos tumultuosos. Tras una órbita de más de una década, vuelve al ojo del huracán económico que ha devastado los apacibles mercados de inicios del milenio y sus falsas promesas. Eyzaguirre, pieza de recambio con garantía neoliberal, ha iniciado sus apuestas con una mano favorecida por la suerte: su proyección del crecimiento del PIB, oráculo basal para el capitalismo financiero, saltaría en 2018 a un tres por ciento tras varios años de virtual estancamiento.
La cartera económica de Ricardo Lagos regresa completa y recargada. Junto a Eyzaguirre ha vuelto a Economía Jorge Rodríguez Grossi, otrora patrón del sector energético y factótum de las grandes corporaciones. Un equipo de recambio presentado como modelo certificado para las cúpulas empresariales, un dúo que confirma el statu quo, la continuidad, el anclaje de la transición en la institucionalidad armada durante la dictadura y las enseñanzas de la Escuela de Chicago. El regreso de esta dupla es la constatación y refuerzo de estas políticas. Qué mejor garantía que haber servido a un gran converso neoliberal amado por las patronales como Lagos Escobar.
En todo su simbolismo, esta dupla contiene destinatario y remitente. Remite desde Lagos, el peso de las últimas privatizaciones y la extensión de la red de concesiones viales y portuarias. Como dirección, Eyzaguirre y Rodríguez Grossi son un paquete certificado destinado a las cúpulas del sector privado. Ambos, tras el perfil del ex presidente, son sin duda una alegoría neoliberal al crecimiento económico como fin primordial y final. Al crecimiento como alimento corporativo. Un mensaje a las empresas que confirma la continuidad del modelo, que afina el escenario y refuerza las reglas del juego aprendidas por la Concertación.
Eyzaguirre tiene una sola audiencia. Su habla monocorde, como siempre lo ha hecho, se dirige a las grandes corporaciones y al capital financiero, palancas del crédito y del consumo. Porque el mensaje del crecimiento es espurio, críptico y perverso. Tras la retórica, esconde la concentración de la riqueza a costa de más desigualdad, corrupción, contaminación, apropiación del territorio. Es el crecimiento como falso mito, como insoportable eslogan comercial, realidad constatada en el endeudamiento por educación, en las insostenibles enfermedades catastróficas, en las pensiones miserables entregadas a las AFP, en los bajos salarios externalizados, en la desesperanza de vida. Es el Chile fracturado varias veces en su estructura, entregado cual alimento para las grandes utilidades corporativas.
La dupla Eyzaguirre-Rodríguez Grossi, fuera de los salones de la Sofofa, la CPC y campos de golf, es voz redundante y agotada. Asume como una copia borroneada de sí misma. El discurso económico de los otrora guardianes de las finanzas globalizadas es hoy un trabalenguas remedado en los estrados empresariales, los agentes financieros y los medios hegemónicos de comunicación. Un mensaje que fluye como los capitales especulativos, que tiene sus ciclos, sus momentos de auge e incontinencia y freno. Pero básicamente, y ante la ciudadanía y los trabajadores, es un relato pasado de vueltas y ciclos que gira en banda. El lenguaje económico en estos momentos ya no es aquella voz que descendía desde los templos de Wall Street y del FMI. Es hoy un grito destemplado, un ruido insoportable, una mentira más entre la política alimentada con el turbio combustible de las corporaciones.
Eyzaguirre es el desgastado mensaje publicitario que fusiona crecimiento con consumo, idea falaz que confunde endeudamiento con calidad de vida. Lo es en la superficie. En su núcleo, representa la total entrega de un gobierno a unas elites, tras el fracaso a unas reformas que terminaron por consolidar las viejas políticas de la transición y sus acuerdos con el poder económico. Una mezcla torpe y combustible que aumenta nuestros dolores, frustraciones y también todas nuestras contradicciones.
La dupla Eyzaguirre-Rodríguez Grossi representa en toda su magnitud la pérdida de sentido de las políticas y sus fines: más de diez años para volver a lo mismo.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 886, 13 de octubre 2017.