Cataluña intenta hacerlo en estos días, con menos atención mediática, Kurdistán—más precisamente el segmento que está en Irak—lo ha avalado en un referéndum, Escocia lo intentó hace un par de años y pondera la posibilidad de intentarlo nuevamente, Quebec—la provincia canadiense donde vivo—lo ha intentado dos veces, ambas con resultado desfavorable a los que proponían crearse su propio país. Sólo Kosovo—una pequeña provincia en lo que un día fue Yugoslavia ha sido exitosa en lograr separarse del estado que formaba parte (Serbia) y aunque no tiene reconocimiento universal, se ha erigido de hecho como un estado independiente más en la zona de los Balcanes.
Me refiero por cierto a los intentos de provincias o regiones de países ya existentes, de convertirse ellas mismas en estados soberanos. En este sentido es bueno hacer la distinción entre los conceptos de “independencia” y “separación” o “secesión”. Por cierto los partidarios de convertir esas entidades no soberanas en países con todas las de la ley, prefieren usar el término “independencia” y ellos mismos hacerse llamar independentistas o soberanistas por lo simple razón de que son conceptos que tienen una connotación más positiva que separación, secesión y separatismo. Mientras “independencia” evoca imágenes épicas de pueblos en América, África o Asia luchando contra potencias coloniales, “separación”, “secesión” y “separatismo” más bien se asocian en el imaginario popular, a guerras civiles y luchas divisionistas. La Guerra de Secesión en Estados Unidos cuando los estados sureños, partidarios de la esclavitud se separaron de la Unión, o la ahora ya olvidada guerra de Biafra en Nigeria en los años 60, sirvan como ejemplos. No es sorprendente entonces que tanto en Cataluña como en su momento en Quebec, los partidarios de hacer de ellas países, adopten el lenguaje más positivo de “independencia”.
En un estricto sentido sin embargo, en un frío análisis desde la ciencia política e incluso de la terminología del derecho internacional, el término independencia se aplicaría a situaciones en que un pueblo sometido a administración colonial, reclama y lucha por su derecho a autodeterminación. Es de la esencia del status colonial, que tales pueblos o naciones son administrados por agentes de una potencia externa, sus ciudadanos en buenas cuentas, no tienen derechos políticos. Por cierto toda esta terminología de autodeterminación no se conocía cuando el primer país del continente americano accedió a la independencia: Estados Unidos. El argumento empleado por los entonces insurgentes que se rebelaban contra la corona británica, era que ellos eran sujetos a gravámenes, pero no tenían ni voz ni voto en cómo se gastaban esos impuestos (“No taxation without representation!” fue la consigna de los rebeldes). Similar argumento fue esgrimido por los criollos en las colonias españolas unas décadas más tarde para levantarse contra el dominio español. Tanto en el caso de Estados Unidos como en el de las colonias españolas en el siglo 19, como en el siglo 20 en la India y en las colonias africanas o caribeñas, los ciudadanos de esas colonias no tenían derechos políticos, es decir no tenían poder decisorio alguno en el manejo de sus propios territorios.
¿Pero qué pasa en jurisdicciones como Escocia, Quebec o ahora mismo Cataluña, donde sus ciudadanos tienen plenos derechos políticos en los estados donde sus regiones o provincias se hallan situadas? En los hechos, en el caso de Canadá, en estos mismos instantes el primer ministro del país es un quebequense. Escoceses y catalanes por otro lado también han ejercido roles en los gobiernos del Reino Unido y España respectivamente. Es en este contexto diferente que los analistas políticos más bien prefieren hablar de “separación” o “secesión” aun cuando estos puedan ser términos que conllevan una carga emocional negativa para sus partidarios.
La diferencia es importante si se quiere ser preciso: obviamente las condiciones jurídicas e institucionales de Cataluña y sus ciudadanos en relación a España hoy, son muy diferentes de las condiciones que tenían los criollos en las entonces colonias españolas a comienzos del siglo 19.
Pero no se trata sólo del enfoque jurídico, también están las consideraciones de carácter político y en este plano, las que definen los objetivos estratégicos de la clase trabajadora, tanto a nivel de cada estado como a nivel mundial. No es un misterio, que, contrariamente a la idea de muchos pensadores revolucionarios en el siglo 19 y comienzos del 20, la revolución socialista no se desarrolló como un fenómeno mundial sino como estallidos aislados en algunos estados donde costó gran trabajo hacerse fuerte, pero factores como el tamaño territorial de esos estados (Rusia luego devenida en Unión Soviética, China) y sus consiguientes posibilidades de riquezas naturales y posición geoestratégica contribuyeron al menos por el tiempo en que esas revoluciones estuvieron vigentes, a que esos procesos se consolidaran. La complementariedad entre una infraestructura industrial desarrollada, una clase obrera capacitada y el acceso a ciertos recursos naturales contribuyeron a una acumulación de capital suficiente para instaurar proyectos socialdemócratas exitosos en varios países europeos, los más avanzados, los escandinavos. Similar combinación de elementos ha posibilitado a países como Canadá y Australia transformarse en países capitalistas desarrollados pero con importantes programas sociales. El punto es entonces, que ya no para iniciar la revolución socialista sino incluso para implementar medidas redistributivas efectivas, cristalizadas en programas sociales y con un rol relativamente activo del estado, es necesario operar desde un estado-nación con cierta variedad de recursos (fuentes de energía propios, recursos minerales y agrícolas, fuentes alimentarias, clase trabajadora bien entrenada y recursos financieros producto de una acumulación capitalista más o menos constante). La fragmentación de estos estados entonces no favorece esos procesos y más encima introduce elementos distractores como el nacionalismo y los conflictos inter-étnicos o inter-raciales. En medio de tales conflictos, la aspiración de cambios sociales queda postergada ya que los alineamientos nacionales, étnicos o raciales tienen un carácter transversal lo que conduce necesariamente a una conciliación de clases e incluso más, a una negación de la existencia de éstas.
Dicho lo anterior sin embargo, es importante tomar en consideración factores que han aparecido o han devenido más relevantes en los tiempos posteriores a los escritos de Marx y los demás pensadores clásicos del socialismo y la revolución. Uno de ellos es la creciente complejidad del estado y el otro es el proceso democrático y la importancia que él cobra en la toma de decisiones al menos en algunas sociedades, principalmente las llamadas occidentales.
Este fenómeno nos puede llevar a reexaminar algunas de estos intentos separatistas y a considerarlos en el contexto del desarrollo de la conciencia democrática en muchas sociedades. Aquí las diferencias en la cultura política (parte de la superestructura en el lenguaje marxista) en diversos estados puede determinar también diversas actitudes respecto del separatismo o independentismo. Si anteriormente señalaba que es muy difícil justificar la separación de una región o provincia si sus ciudadanos gozan de plenos derechos políticos al interior del estado del cual esa región o provincia hace parte, si esas condiciones de acceso a derechos políticos son removidas por parte del poder central, entonces entramos en un terreno un tanto más movedizo e incierto. Veamos algunos ejemplos: las dos veces que los separatistas quebequenses, en control del gobierno provincial en 1980 y en 1995, han llamado a un referéndum con la intención de separar a esta provincia del resto de Canadá, la campaña por lado y lado ha sido de una profunda intensidad, pero en ningún momento al gobierno central se le hubiera ocurrido enviar a la Real Policía Montada—la policía federal canadiense—a impedir por la fuerza la realización de la consulta como el gobierno de Mariano Rajoy hizo ese 1º de octubre enviando a la Guardia Civil y desatando una feroz y brutal represión contra los que querían votar. Claro está, Canadá tiene una más que centenaria tradición democrática que España no tiene, en los hechos su constitución e institucionalidad es el fruto de una transición pactada entre fuerzas democráticas y los sucesores de Francisco Franco. El propio Partido Popular de Rajoy es una continuidad del Movimiento Nacional que era el brazo civil de la dictadura. Del mismo modo Escocia pudo realizar su referéndum pacíficamente porque el Reino Unido también tiene una cultura democrática liberal que España no tiene.
Vistas así las cosas, traigo de nuevo a colación el caso mencionado al comienzo de la única entidad con status de provincia que ha logrado exitosamente convertirse en estado independiente, Kosovo (diferente al caso de las antiguas repúblicas que conformaban la Unión Soviética o las que hacían parte de la República Federativa de Yugoslavia y que por tener ese status tenían en principio el derecho a abandonar la entidad supranacional de la que formaban parte). Cómo Kosovo logró convertirse en país tiene mucho que ver con el contexto en que se vio su pueblo: el gobierno neofascista de Slobodan Milosevic lanzó una ofensiva represiva que de no haber mediado la intervención de la OTAN y la Unión Europea hubiera terminado en un verdadero genocidio de la población kosovar. Situación que una década antes se había vivido en Bosnia-Herzegovina por el accionar genocida de los paramilitares serbios contra los bosnios. Kosovo se declaró independiente en la primera década de este siglo y llevado su caso ante la Corte Internacional de Justicia, en 2010 este tribunal dictaminó que “la declaración de independencia por parte de Kosovo no contravenía ni los principios generales del derecho internacional que no prohíbe la declaración unilateral de independencia por parte de un estado, ni alguna ley o resolución internacional específica, como sería una resolución de la ONU sobre el caso”. Un dato que los que promueven una declaración unilateral de independencia en Cataluña deben estudiar cuidadosamente.
En otras palabras, un accionar antidemocrático como el obrado por Rajoy y el gobierno central español seguido por una tozuda posición de no sentarse a negociar cosa alguna bien puede terminar validando la demanda independentista catalana, esto por carencia de garantías democráticas por parte del estado español. Rajoy estaría siguiendo los pasos de Milosevic, con la diferencia que en el caso de este último sus amigos eran muy pocos en tanto que Rajoy parece contar con aliados poderosos. Situación que puede tornar las cosas muy difíciles para los independentistas catalanes.
De todas maneras, vistas las cosas desde la perspectiva de qué consecuencias puede traer una fragmentación de estados existentes, es evidente que ello debilita el estado-nación en general. Otros países en Europa saben esto y cuentan por lo demás con potenciales focos de descontento regional que puede convertirse en separatismo en sus propias fronteras: la ya mencionada Escocia y eventualmente Gales en el Reino Unido, Córcega e incluso Bretaña en Francia, Lombardía y otras regiones del norte de Italia. Vuelvo a señalar que esa debilidad del estado-nación puede tener efectos dañinos ya que lo más probable es que no beneficie a las regiones devenidas estados, sino más bien a las grandes corporaciones transnacionales que pueden terminar teniendo más peso político y económico que algunos estados.
Comparativamente Cataluña está en un mejor pie económico para abandonar España que Quebec estaría si abandonara Canadá: mientras Cataluña es en los hechos el motor industrial de España y su aporte a la economía española es significativa (un importante motivo para que Madrid no quiera perderla), Quebec es una de las provincias relativamente pobres de la Confederación Canadiense, sin ir más lejos, sólo para el período 2017-2018 recibirá unos 10 mil millones de dólares en transferencias desde el gobierno federal, Quebec aporta a la economía canadiense mucho menos de lo que recibe a cambio—se calcula en unos 14 mil millones de dólares a favor de Quebec si se suman todos los aportes de impuestos tanto directos como indirectos que van de Quebec al gobierno federal y lo que este último en cambio destina a esta provincia— un factor que históricamente ha pesado cuando los votantes quebequenses han tenido que decidir si quedarse o irse de tan beneficioso arreglo.
En resumen, habiendo señalado por qué la fragmentación de estados no beneficia ni a los que se separan ni a los que se quedan y de cómo además el elemento nacionalista con sus secuelas reaccionarias de discriminación distrae de la tarea de cambiar la sociedad, hay que admitir sin embargo que bajo ciertas circunstancias—concretamente cuando las reglas del juego dejan de ser democráticas—es aceptable y comprensible entonces que una nación oprimida busque romper sus lazos con el estado del cual forma parte y que la está asfixiando cultural, económica o incluso físicamente. Tal fue el caso de Kosovo, ex provincia de Serbia ¿está Rajoy siguiendo los pasos de Milosevic?
Personalmente creo que en el caso catalán la propuesta de la gente de Podemos y otros sectores de izquierda que buscan una solución negociada, probablemente reconfigurando la institucionalidad española dando mayores poderes a las comunidades autonómicas, haciendo del estado español una entidad plurinacional y federal, sería la más adecuada. Pero el obstáculo es Rajoy y una derecha cavernaria, con la complicidad de un Partido Socialista Obrero Español que ha abandonado sus principios.
De cualquier modo, los sentimientos separatistas tienen altibajos, pero siguen vivos en muchas partes, sea en Cataluña, en Escocia donde podría convocarse a un nuevo referéndum o aquí mismo en Quebec donde el separatista Parti Québécois ha prometido que si gana la elección provincial del próximo año, preparará el camino para llamar a un nuevo referéndum en su—hipotético— segundo mandato que sería en 2022. Incluso puede haber equivalentes en América Latina: el departamento de Santa Cruz barajó una vez la idea en Bolivia, Rapa Nui también alberga sentimientos de independencia y si el conflicto se agudiza en la Araucanía sentimientos separatistas que por ahora son minoritarios pueden crecer allí, después de todo hay un precedente—no debidamente conocido—de un francés que en el siglo 19 se proclamó “Rey de la Araucanía y la Patagonia” lo que apresuró a que tanto Chile como Argentina enviaran sus ejércitos a ocupar las tierras indígenas.
Pero por cierto si bien la política es un concepto frío por otro lado los que practican la política, en tanto seres humanos, no estamos exentos de ser tocados por las emociones que las acciones políticas pueden generar. En lo personal he vivido en Canadá por la mayor parte de mi vida, por lo que sería un ingrato sin corazón si no tuviera un apego afectivo bastante fuerte por este país, por lo que sin duda si Quebec llegara a separarse ello me causaría gran dolor por la ruptura que supondría. Por otro lado, si Cataluña al final se independizara de España o incluso si la siguieran vascos y gallegos y ese país terminara poco menos que desintegrándose, no me produciría en lo emocional ni frío ni calor ya que no tengo lazo afectivo alguno con España. Por lo demás cualquiera tal eventualidad no debería afectar las únicas cosas que sí aprecio de España: su muy buen cine y su gastronomía.