Noviembre 18, 2024

Che Guevara, 50 años sembrando liberación

Sobre el médico Ernesto Guevara de la Serna se podrán tejer miles de historias y leyendas, pero lo que lo define para la eternidad es la palabra CHE, que identifica al héroe, pero no de bronce sino humanísimo, múltiple y multiplicado, repartido en todo el mundo, desde los arrabales, hasta montes y selvas, desde la heredad de todos los silencios, a las grandes ciudades, y donde sea que esté y estará para siempre en nuestra América y el mundo.

 

 

Elijo para nombrarlo ese nacido para el amor que se le ocurrió un día a Celia de la Serna de Guevara, su madre, mi amiga en las soledades ciudadanas, mujer de la que heredó el asma, la templanza, la voluntad, la austeridad, la sabiduría, el ansia de lecturas y justicia, la ternura escondida detrás de una coraza.

Y también su desmedido amor por aquellos que no se ven, los miles del Garabombo que inmortalizó el escritor Manuel Scorza, para nombrar a ese indito peruano que podía pasar invisibilizado ante el enemigo, porque para ellos era un ser inanimado, sin alma.

El CHE heredó también el humor de su padre Ernesto Guevara Lynch y fue educado para una vida libre con sus hermanos Roberto, Celia, Ana María y Juan Martín, ricos no en dinero sino en cultura.

Bolivia fue el golpe de inspiración para el joven médico que a los 24 años dejó atrás Argentina, no sin antes ver las imágenes de la pobreza y abandono en el noroeste de su país. La miseria siempre golpeándolo en ese camino de trotamundos que lo llevó en 1953 a Bolivia, lo que le permitió vivir de cerca la revolución del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de 1952. Esa revolución que había logrado remplazar al ejército por milicias, repartir tierras, estatizar recursos, le hizo soñar con la posibilidad de la liberación, aunque luego ese proceso fuera interrumpido por la injerencia de la CIA y la diplomacia del garrote de Estados Unidos.

Entendió entonces que esa realidad no podía ser transformada sin un proceso de liberación profundo, que lo revolucionara todo. Y de allí surgiría su definido antimperialismo.

Lo que no imaginaba es que en Bolivia, donde encontró su inspiración de combatiente eterno contra toda injusticia, encontraría la muerte. Fue un círculo de ida y regreso.

La última visión del CHE herido y prisionero en una pobre escuelita de La Higuera fue aquel soldado boliviano Mario Terán Salazar que temblando no se animaba a disparar como le habían ordenado, y al que Ernesto miró de frente, puesto de pie a pesar de sus heridas: Usted viene a matarme. Póngase sereno… Usted va a matar a un hombre. Era el 9 de octubre de 1967.

La mano que mató fue boliviana, pero la orden de hacerlo fue de un mercenario de la CIA, de origen cubano, Félix Rodríguez, un hombre de paja, que cumplía la orden imperial.

Nunca hubiera soñado el CHE convertirse en una figura universal, en el símbolo del hombre nuevo, tan difícil de amasar y de moldear, pero tampoco podría creer que sería San Ernesto de la Higuera para miles de campesinos de Bolivia, que además creen que hace milagros y lo cuentan con un amor que se deshace en los diminutivos que son parte del lenguaje de aquellos por los que el CHE diera la vida.

Un santo cuyo cadáver exhibió el gobierno boliviano, pocas horas después de su muerte, sin imaginar que ese hombre sería 50 años después el más grande símbolo de inspiración de todas las luchas de liberación. Con los ojos entreabiertos que nadie pudo cerrar y un rostro de Cristo cincelado, CHE sigue andando por los caminos del mundo.

Todo lo que hizo el CHE, fue con el apoyo emocionado de Fidel, quien en 1986 me diría sobre sobre la falta que le hizo el CHE su gran camarada, amigo y compañero, con quien habían elaborado el sueño de una revolución que iluminara a la región y al mundo, que remozara al socialismo por su condición de haber surgido de una guerra de liberación anticolonial.

Para Fidel Castro, el Che era un ser transparente, con una lealtad a la verdad, al precio que fuera, honestidad y pasión de fuegos que aparecía en todos los proyectos para una revolución que venía a refrescarlo todo, caribeña, latinoamericana, con vuelo propio.

Del paso del CHE por el Congo y Bolivia quedan sus diarios y sus cartas. Pero pocas veces se ha analizado que las llamadas derrotas no fueron tales. De su paso sigiloso y clandestino por África, donde libró batallas, que ganó en inferioridad de condiciones, surgió la información sobre esa realidad, que permitió la gloriosa y dura victoria de las fuerzas cubanas en Angola, y la derrota del apartheid en Sudáfrica. De su paso por Bolivia adonde llegó para hacer una tarea de largo plazo, un proyecto de lucha de liberación que abarcaba otros países, que se frustró por diversas razones cuando su proyecto quedó al descubierto.

Cuando el Che fue ejecutado el indignado ministro del Interior de Bolivia, Antonio Arguedas, decidió entregar el Diario del Che en Bolivia al gobierno de Cuba, declarando que lo había recibido de manos de la CIA, demostrando la presencia de la agencia en ese país. Otra historia comenzaría.

La semilla sembrada por el Che surgió en aquel enero de 2006, cuando el dirigente aymara Evo Morales fue el primer indígena que llegaba al poder y golpeó también el apartheid en Bolivia. “Al morir por esta tierra el CHE se alzó con la victoria de nuestros hermanos, fue nuestra luz y nuestra liberación, pero la lucha con esas bandera debe seguir hasta la victoria siempre”, dijo Evo a 50 años de la ejecución cobarde.

El CHE ese poeta no asumido, el héroe marxista, socialista, el héroe de la revolución cubana, latinoamericana, de la lucha anticolonial que estuvo y está en cualquier lugar del mundo donde la garra, imperial y colonial se extienda sobre los siempre condenados de la tierra.

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