La insólita decisión del secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, de negar públicamente que haya pensado en dimitir evidencia su frágil posición en el Gobierno de Donald Trump, quien ha minado reiteradamente su autoridad, y complica su futuro como titular de Exteriores, según expertos.
Tillerson, un exejecutivo celoso de su privacidad y reacio a hablar con la prensa, protagonizó este miércoles un acto sin precedentes para un secretario de Estado, que por la naturaleza de su cargo suelen guardar silencio ante los rumores políticos que circulan a diario en Washington.
“Nunca he considerado abandonar este puesto”, dijo Tillerson en una comparecencia sorpresa ante los medios, poco después de que la cadena de televisión NBC News indicara que este verano pensó en dimitir debido a sus crecientes tensiones con la Casa Blanca e incluso llamó “idiota” a Trump.
Su declaración llegó cuatro días después de que Trump arruinara con un tuit sus cuidadosos esfuerzos de iniciar un contacto diplomático con Corea del Norte, y después de meses de constantes rumores sobre sus desencuentros con asesores del mandatario y su frustración con un presidente que no para de socavar su trabajo.
El discurso de Tillerson, lleno de alabanzas a la doctrina de política exterior de Trump, también dejó en muchos observadores la impresión de que seguía las órdenes del mandatario, quien al mismo tiempo arremetía en Twitter contra la “noticia falsa” de NBC News.
“Fue algo asombroso y sin precedentes. No llegó a ser como los vídeos que se obliga a grabar a los rehenes, pero fue raro que un secretario de Estado sintiera que tenía que defenderse así de una información de prensa”, escribieron dos exdiplomáticos, Aaron David Miller y Richard Sokolsky, en la página web de la cadena CNN.
“Claramente, estaba tratando de preservar su trabajo”, aseguró por su parte a Efe un experto en política exterior en la American University de Washington, Gordon Adams.
Los ocho meses que lleva Tillerson al frente de la diplomacia estadounidense han estado marcados por el evidente desdén de Trump y su círculo cercano por el trabajo del Departamento de Estado, al que han marginado en muchas decisiones clave y privado de encargados permanentes para coordinar las diferentes políticas regionales.
A ello se suman las contradicciones entre las posturas que marca Tillerson y los exabruptos de Trump, que más de una vez ha deshecho semanas de trabajo diplomático con 140 caracteres en Twitter.
“La dinámica que hay entre el presidente y Tillerson no ha existido nunca antes en la historia moderna de la política exterior de EEUU”, dijeron en su artículo Miller y Sokolsky, basándose en sus respectivas “décadas de experiencia en el Departamento de Estado”.
Es muy inusual, agregaron, que las diferencias entre un presidente y su secretario de Estado “salgan a la luz”, y más en un momento lleno de “retos” diplomáticos, como las pruebas balísticas de Corea del Norte o el futuro del acuerdo nuclear con Irán.
Adams coincidió en que la imagen que el Gobierno de Trump está dando al mundo es “disfuncional” y “distrae la atención de crisis serias, como la de Corea del Norte”.
Según la revista Politico, Tillerson se dio cuenta de que no podría durar mucho como secretario de Estado en junio, en plena ebullición de la crisis política entre Catar y sus vecinos.
Minutos después de que Tillerson compareciera ante la prensa para pedir a todas las partes implicadas “un diálogo calmado y sensato”, Trump hizo una airada declaración en la que exigía a Catar “detener su financiación del terrorismo”, alineándose con Arabia Saudí.
El titular de Exteriores también se distanció de la respuesta de Trump a la violencia neonazi de agosto en Charlottesville, al decir que “el presidente habla en su nombre” y no en el del gabinete.
El senador republicano Bob Corker, que preside el Comité de Relaciones Exteriores y es, por tanto, muy influyente, pero también habla sin tapujos porque no aspira a la reelección en el 2018, defendió este miércoles a Tillerson, al asegurar que “no está siendo apoyado como debería” por una Administración con dinámicas “frustrantes”.
Miller y Sokolsky temen, sin embargo, que las diferencias entre Trump y Tillerson puedan haber llegado a un “punto de no retorno” y “truncado la efectividad” del secretario de Estado.
La cuestión es si un sustituto de Tillerson podría enderezar el papel del secretario de Estado y suscitar más respeto de Trump.
“Ningún funcionario del gabinete puede tener el respeto de una Casa Blanca que distribuye aleatoriamente alabanzas y críticas” y que exige de esos funcionarios “una lealtad servil”, alegó Adams.
Mientras, el Departamento de Estado sigue corto de personal, bajo de ánimos y eclipsado por los asesores más cercanos a Trump.
“El Departamento de Estado tiene menos influencia ahora que en ningún otro momento desde la Segunda Guerra Mundial, cuando casi no tenía ninguna”, dijo a Efe un profesor emérito de relaciones internacionales en la Universidad de Boston, Andrew Bacevich.